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Intervención en el Congreso sobre la Procreación Responsable: «La antropología filosófica y teológica implicada en la anticoncepción y la procreación responsable. Su irreductibilidad»
Junio de 1984

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En la base de la enseñanza de la Iglesia sobre la procreación responsable y, en consecuencia, sobre la contracepción, se encuentra una visión del ser humano, una doctrina antropológica. Y, de forma paralela, una visión precisa del ser humano también subyace en quien rechaza esta enseñanza y justifica, aunque sea en algunos casos, la contracepción. En la raíz de este debate se encuentra el enfrentamiento entre dos antropologías. Es sobre estas dos antropologías de lo que quiero hablar.

 

1. La antropología implicada en el Magisterio de la Iglesia

Partiendo de lo ya conocido por ustedes acerca de lo que enseñan Humanae Vitae [i] y Familiaris Consortio [ii] sobre la procreación responsable, considero que la antropología implicada en esta enseñanza se estructura en torno a dos aspectos fundamentales estrechamente relacionados entre sí: el primero se refiere a la estructura ontológica de la persona humana, y el segundo, a la relación del hombre con Dios creador.

1.1. En lo que se refiere al primer aspecto, se trata  esencialmente de una comprensión de la corporeidad humana. La cuestión es la siguiente: ¿cuál es la relación entre la persona humana y su cuerpo? ¿El cuerpo forma parte o no de la constitución misma de la persona humana? ¿Se debe hablar de una “personalidad del cuerpo” y de una “corporeidad de la persona”? Ahora bien, la enseñanza de la Iglesia es la consecuencia de una visión de la corporeidad según la cual el cuerpo es parte constitutiva de la persona. Debemos verificar esta conexión.

Desde un punto de vista estrictamente teológico, la Iglesia ha comprendido la verdad del cuerpo humano a la luz del misterio central de su fe: la Encarnación del Verbo. En este acontecimiento, el cuerpo humano es asumido por el Hijo de Dios con una dignidad “quod maius est quam quod non esse cogitari potest” [iii] (de la que no se puede imaginar una mayor), desde el momento en que la corporeidad humana entra en el misterio mismo de la divinidad. Por otra parte, el propósito de la Encarnación del Verbo es un propósito de salvación: “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo” [iv]. Es la salvación del hombre, en toda su realidad, lo que mueve al Hijo de Dios a asumir un cuerpo humano. Y dado que —como siempre han enseñado los Padres de la Iglesia— aquello que es asumido es salvado, y es asumido para ser salvado, también el cuerpo humano es salvado y redimido: una salvación, una redención que alcanzará su plenitud en la resurrección de la carne. Desde sus orígenes, la Iglesia ha entendido, a la luz del misterio de la salvación, que el cuerpo humano no es un “vestido” de la persona humana, del que esta deba despojarse al final para retornar a su pura verdad. Comprendió que el cuerpo humano no es una “propiedad” transitoria de la que la persona humana deba desprenderse para ser plena y puramente ella misma. Entendió que el hombre es su cuerpo y que, por tanto, el hombre no está redimido hasta que también su cuerpo lo esté. Y esta redención no consiste en la destrucción o abandono del cuerpo, sino en su plena integración en la persona, en su completa personalización.

Desde un punto de vista filosófico, el pensamiento cristiano se enfrentó a una de sus tareas más arduas. Por un lado, la verdad de la fe, que acabamos de mencionar, parecía conducir a una antropología en la que ya no se garantizaba la autonomía de la dimensión espiritual del hombre. Por otro lado, la fuerte influencia platónica llevaba a los pensadores cristianos a no aceptar plenamente, en el plano del pensamiento, la verdad de la fe. La antropología agustiniana es muy significativa en este sentido. Fue el genio filosófico de santo Tomás de Aquino quien logró sintetizar estas dos necesidades.

La persona humana debe su ser persona —sujeto que subsiste en sí y por sí mismo, principio de actos libres— al espíritu. Pero la especificidad del espíritu humano en cuanto humano radica en estar ordenado, por su naturaleza misma, a existir en la carne, en un cuerpo. En consecuencia, la persona humana es persona en el cuerpo, y el cuerpo es cuerpo humano en la persona humana.

El hombre es precisamente esta unidad de un espíritu existente en un cuerpo y de un cuerpo elevado a la existencia por un espíritu: el hombre es este “integrum” de espíritu y cuerpo. Aquí reside el misterio y la paradoja de la persona humana, situada en la frontera entre el mundo del espíritu y el de la materia: “ni ángel ni animal” (Pascal) [v].

En mi reflexión debo ahora enunciar solamente una inmediata y fundamental consecuencia ética de esta definición de hombre, sobre la que no me detendré, pues será desarrollada en otras ponencias. La consecuencia es esta: el valor de la persona humana —su ser esencialmente superior y diferente de cualquier otra realidad que conocemos— pertenece también a su cuerpo, ya que la persona humana es también su cuerpo. Todo lo que la ética dice de la persona humana lo dice también del cuerpo de la persona humana. Si es verdad, como lo es, que la persona no puede ser jamás utilizada, entonces también es verdad que el cuerpo no puede ser jamás utilizado, porque —también en este caso— sería la persona humana la que estaría siendo utilizada. ¿Cuándo se utiliza una realidad? ¿En qué consiste el uso? El uso tiene dos aspectos esenciales. Primero, en el uso, lo que vale absolutamente no es el instrumento que se utiliza, sino el fin para el cual se utiliza el instrumento. Segundo, la realidad usada no posee en sí y por sí misma una consistencia axiológica tal que merezca un reconocimiento absoluto e incondicionado: siempre está subordinada al logro de un objetivo y condicionada por este mismo logro.

Es esta visión antropológica la que está implicada en la doctrina católica sobre la procreación responsable: esta visión en la que nada de lo que es esencial y constitutivamente humano puede ser utilizado, puede ser considerado no habitado por el valor moral.

De hecho, si esa doctrina juzga la anticoncepción moralmente ilícita en cualquier caso y, de todas formas, es porque la capacidad procreativa inscrita en el acto sexual-conyugal es una capacidad personal/de la persona y el hombre no puede “disponer” de sí mismo. Destruirla es un acto que viola a la persona como tal: la persona que también es su cuerpo.

1,2 - Pero hay otro aspecto o momento más profundo de la visión antropológica implicada en la enseñanza de la Iglesia sobre la procreación responsable que, al final, también está en el fundamento de la anterior. Se refiere a la relación del hombre y la mujer capaces de procrear y Dios creador.

¿Qué es esta capacidad procreativa humana? ¿Cuál es su verdad más profunda? La existencia de personas creadas depende únicamente de la voluntad, absolutamente libre, de Dios creador, de hacer partícipes a otros de su Vida; esta decisión divina requiere la cooperación del hombre y la mujer para que pueda realizarse; y, por lo tanto, Dios ha dado al hombre y a la mujer esta capacidad de cooperar, dotando su sexualidad de la capacidad procreativa. Esta es la capacidad de co-operar con Dios creador en la obra de dar origen a una nueva persona humana. Como es obvio, entonces, esta capacidad es de naturaleza absolutamente diferente de la animal, a pesar de todas las posibles identidades biológicas.

El acto anticonceptivo consiste propiamente en privar a la sexualidad humana de su capacidad procreativa (cuando la posee) en relación con la realización del acto sexual potencialmente fecundo.

De lo que se ha dicho hasta ahora, se deduce entonces que, por un lado, siendo el acto sexual potencialmente fecundo, la unión sexual como tal, por sí misma, está orientada a un acto creativo de Dios, evoca un acto creativo de Dios. Pero, por otro lado, al ser el acto positivamente privado de su fecundidad potencial, esta privación como tal, por sí misma, destruye este orden intrínseco hacia Dios Creador. En otras palabras: por una parte, la realización del acto sexual abre el espacio a una intervención creativa de Dios; por otra, la anticoncepción quiere impedir que Dios realice su acto creativo.

La pregunta ética es, por lo tanto, la siguiente: ¿Es lícito privar al acto sexual de su orden/finalidad intrínseca hacia el acto creador de Dios? (¿Es lícito impedir que Dios realice, si lo quisiera, su acto creativo?). Este es el problema teológico de la anticoncepción.

La pregunta, si reflexionamos atentamente, implica otra anterior, que es la siguiente: ¿quién es el responsable último de la venida a la existencia de una nueva persona humana? La conexión entre las dos preguntas nos parecerá clara si reflexionamos sobre los siguientes puntos. Que la venida a la existencia de una persona humana implique la decisión tanto de Dios como del hombre es obvio por lo que se ha dicho hasta ahora. ¿Las dos decisiones se coordinan en el mismo plano o una tiene prioridad que subordina a la otra? Si quien decide en última instancia es el hombre ("en última instancia" significa que de esta decisión responde, al final, solo ante sí mismo: es el hombre el "depositario último de las fuentes de la vida humana"), entonces, en el caso que el acto sexual esté orientado hacia el acto creativo de Dios (=acto sexual potencialmente fecundo), el hombre —en cuanto responsable último del surgimiento de una persona humana— puede privar al acto sexual de este orden (=acto anticonceptivo). Así como, si el responsable último es Dios, el Creador no está obligado a realizar el acto creativo, incluso si se ha llevado a cabo el acto sexual potencialmente fecundo.

La simple afirmación de Dios como creador excluye que se pueda afirmar que el responsable último sea el hombre. Aquí descubrimos la malicia moral intrínseca al acto anticonceptivo como tal. Consiste esencialmente en que en él y con él, la persona humana se atribuye lo que es solo de Dios: en él y con él, la persona humana establece una relación con Dios esencialmente falsa. Obsérvese bien: esto ocurre en virtud de lo que consiste el acto como tal (ratione obiecti actus, dirían los escolásticos).

Obsérvese también: no se puede objetar, diciendo que el hombre debe procrear razonablemente y así sucesivamente. El problema no es si existe una responsabilidad procreativa humana: la cosa es obvia. El problema es entender cuál es la relación entre la responsabilidad procreativa y la responsabilidad creativa de Dios.

Ahora se puede captar plenamente este momento o aspecto de la visión antropológica implicada en el magisterio de la Iglesia sobre la procreación responsable. La persona humana, precisamente porque es persona, se encuentra en una relación absolutamente singular con Dios: su venida a la existencia exige un acto creativo de Dios que la pone en el ser. Se debe notar cuidadosamente que esta exigencia se debe simplemente al hecho de ser persona. Y la concepción de un hombre no es solo una modificación de una materia preexistente: es la aparición de un nuevo yo llamado a la alianza con Dios.

Los dos momentos, el momento que afirma la unidad profunda de la persona y el momento que afirma un acto creativo en el origen de cada persona, están íntimamente conectados entre sí. Precisamente por la razón que la persona humana no es ni puro espíritu, ni pura materia y que, por lo tanto, la suya es una corporeidad personal y una personalidad corporal, se debe admitir para explicar su origen, no solo un acto generativo, sino también un acto creativo. Y, recíprocamente, precisamente por la razón de que cada persona es creada por Dios, se debe admitir, finalmente, que a ella (a todo lo que la constituye como tal) se le debe un respeto absoluto e incondicionado. 

 

2. La antropología implicada en la justificación de la anticoncepción

Ahora se trata de ver qué visión del hombre implica la teoría ética según la cual la anticoncepción no sería siempre y en cualquier caso ilícita, y que pueden existir situaciones en las que el acto anticonceptivo puede ser moralmente lícito.

No me corresponde en este Congreso hacer una reflexión crítica sobre las razones presentadas para demostrar esta tesis: mi tarea es captar las raíces antropológicas de esta posición.

Esta se caracteriza, en primer lugar, por la afirmación de que la capacidad humana procreativa no es un bien ético, sino un bien pre-moral y que, por lo tanto, es la decisión de procrear/no procrear la que es un problema ético. Cuando esta decisión está éticamente justificada, el medio para realizarla puede ser también la anticoncepción, dado que la  capacidad procreativa es como tal un valor solo pre-moral.

Si queremos captar la raíz de esta posición, vemos de inmediato que consiste en una visión de la persona humana que la reduce completa y únicamente a su dimensión espiritual. El hombre es solo su espíritu y posee el cuerpo, del cual hace un uso moralmente recto, cuando el propósito para el cual se usa es moralmente recto. Al observar las cosas con mayor profundidad, se ve que, desde el punto de vista ético, no hay una diversidad sustancial en la relación que la persona mantiene con su cuerpo de la relación que mantiene con la naturaleza infrahumana. Y la confirmación se encuentra en el hecho de que es normal en estos teólogos la referencia al pasaje bíblico en el que al hombre se le confía el dominio de la naturaleza. La corporeidad humana se rebaja al nivel de la naturaleza y a la misma corporeidad se le niega toda dignidad personal. Así como el hombre — y al decir “hombre” se entiende subrepticiamente el espíritu humano — hace uso de las energías naturales para fines racionalmente justificables, así hace uso de la “energía natural” de procrear para fines racionalmente justificables. Y dado que el uso como tal no tiene una moralidad intrínseca, también puede justificar la supresión de la capacidad procreativa, es decir, la anticoncepción. En una palabra: la justificación de la anticoncepción implica una visión sustancialmente reductiva del cuerpo de la persona.

Esta visión tiene una consecuencia de notable importancia teórica y práctica. Es una convicción profundamente inscrita en la conciencia de cada hombre que el acto sexual-conyugal sea y deba ser la expresión de una verdadera comunión personal: que es y debe ser el lenguaje de esta comunión. Ahora, si pensamos que la persona es solamente su espíritu, la consecuencia es que en el lenguaje que dice la comunión personal-conyugal, el cuerpo — la dimensión física del acto conyugal — no posee una verdad propia. El lenguaje del cuerpo sería solo un lenguaje artificial: es el hombre quien lo crea completamente. Se nota la carga anti-humanística de esta tesis antropológica. Dado que en toda comunicación entre personas humanas el cuerpo siempre entra y como base de ella, la pérdida de la visión de una verdad natural — de la verdad natural de su lenguaje — incide en la posibilidad de la comunicación misma: una cultura en la que se justifica la anticoncepción es una cultura de la mentira sobre las relaciones humanas.

Pero en la justificación ética de la anticoncepción también se incluye otra implicación antropológica más profunda. Esta se refiere, al final, a la forma misma de ver la relación del hombre con su Creador.

De hecho, si la afirmación que justifica la anticoncepción quiere ser coherente hasta el final, ¿a qué lleva? Los casos son dos:

O se admite que en el origen de cada vida humana hay un acto creativo de Dios, y entonces la justificación de la anticoncepción implica como consecuencia lógica la afirmación que en la co-ordinación entre el acto creativo de Dios y el acto generativo del hombre, no es el hombre quien está subordinado a Dios, sino Dios al hombre y, por lo tanto, es al hombre a quien en última instancia le corresponde la decisión de la venida a la existencia de una persona humana.

O se niega que en el origen de cada vida humana hay un acto creativo de Dios y entonces la justificación de la anticoncepción implica la afirmación de que el concebido es un puro producto de la pareja generadora que puede disponer de él.

Como se ve, tanto en el primer caso como en el segundo caso es la relación misma del hombre con Dios la que se falsifica, ya que Dios ya no es simplemente reconocido como Dios: es decir, como Creador.

Las dos implicaciones antropológicas esquemáticamente mencionadas — el hombre es solo su espíritu / el hombre es el Creador de sí mismo — están íntimamente conectadas entre sí, como demuestra la historia del pensamiento filosófico de Occidente en estos últimos siglos. La reducción del hombre a su espíritu termina generando la impresión de que el hombre es la medida de sí mismo, que el hombre es el creador de la verdad.

 

3. La irreductibilidad de las dos antropologías

Aristóteles escribió que entre dos proposiciones contradictorias no hay una proposición intermedia que pueda armonizarlas: si se afirma una, se debe negar la otra, bajo pena de caer en la imposibilidad misma de pensar [vi].

Quisiera ahora mostrar brevemente que esta es la situación en la que se encuentran las dos antropologías de las que hemos hablado: son entre sí contradictorias y, por lo tanto, irreductibles. No se trata solo de un discurso de lógica formal: verificar si lo que una serie de proposiciones afirma, la otra serie lo niega. Se trata, más profundamente, de captar la razón profunda de esta contradicción: el “campo” en el que ocurre este enfrentamiento.

¿Qué está en cuestión? ¿cuál es la materia de la disputa, por así decirlo? La “cosa” de la que se discute es el hombre: la “cosa” de la que se discuten son los derechos de Dios: este es el corazón de toda la cuestión. ¿Es accidental definir al hombre reduciéndolo completamente a su espíritu o definir al hombre como unidad de espíritu y cuerpo? si es así, entonces la cuestión de la anticoncepción es una cuestión completamente accidental; si no, entonces la cuestión de la anticoncepción lleva la reflexión antropológica a un punto central. ¿Es accidental afirmar o negar que Dios es quien depende en última instancia la existencia de cada persona humana? Si es así, entonces la cuestión de la anticoncepción puede ser fácilmente puesta al mismo nivel de la cuestión sobre el sexo de los ángeles; si no, entonces lo que está en cuestión es la causa misma de la religión como tal — no simplemente del Cristianismo — que se discute, cuando se discute de anticoncepción.

Mi exposición anterior ha mostrado, espero, que precisamente lo que está en cuestión es la definición misma de persona humana y la realidad misma de Dios creador. Cuando se trata de “definiciones”, no pueden darse de la misma realidad dos definiciones contradictorias. Cuando se trata de la realidad misma de Dios creador, no hay más que una posición verdadera: la que lo reconoce como tal.

Tout se tient [vii], dirían en este punto los franceses. La afirmación de la ilicitud de la anticoncepción es clara y plenamente coherente solo sobre la base de una “visión” clara de la persona humana en su diversidad-superioridad, diversidad-superioridad conectada simplemente a su ser persona, ser-persona debido al espíritu, que exige una intervención creativa de Dios. Cuando esa “visión” se oscurece, se oscurece la espiritualidad de la persona, se oscurece la visión de la irreductibilidad del humanum a la materia, al número, a la categoría de la cantidad: la persona se convierte en un “producto” de la actividad de otras personas.

Y aún más. Hemos visto que la afirmación de la dignidad de la persona, de su independencia, reside, en última instancia, en el hecho de que es creada por Dios: que de su ser es en última instancia responsable solo Dios. Cuando se introduce la duda sobre esto, cuando se hace una afirmación (la licitud de la anticoncepción) que implica coherentemente la negación del acto creativo de Dios, se pone la raíz de un dominio del hombre sobre el hombre. El hombre generado es un “producto” del hombre sobre el cual este puede emitir un juicio de “éxito” o no: aborto eugenésico y aborto en general.

En resumen y para concluir este momento de nuestra reflexión. El origen de la persona humana está oculto en última instancia en el Misterio de la voluntad creadora de Dios, de su voluntad absolutamente libre y cada persona humana sale del seno de este Misterio. No en última instancia de la voluntad procreadora del hombre: esta está solo ordenada, es más, subordinada a aquella.

 

Conclusión

Creo en Dios Padre todopoderoso, creador…”: los cristianos comienzan de esta manera su profesión de fe. Si nos preguntamos a nosotros mismos: “¿cuándo me creó Dios?”, la respuesta no puede ser otra que la siguiente: cuando fui generado por mis padres. En la conciencia de cada hombre está naturalmente inscrita esta convicción, cuando el hombre reconoce a Dios como su creador.

La justificación moral de la anticoncepción constituye así el intento de erradicar de la conciencia de la humanidad la convicción de ser criatura de Dios y asume, por lo tanto, el carácter de 'desafío' a Dios creador. Pero en el mismo momento en que se cuestionan los derechos de Dios creador, se amenazan por ello mismo los derechos fundamentales de la persona humana. Una cultura en la que se justifique la anticoncepción es en su raíz una cultura en la que toda violencia contra el hombre se vuelve posible.

Aquí descubrimos el sentido último de nuestro compromiso: la gloria del Creador que consiste en que el hombre viva según toda la verdad de su ser personal.

 

N.T.

[i] https://www.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_25071968_humanae-vitae.html

[ii] https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_19811122_familiaris-consortio.html

[iii] Mención al argumento ontológico de Anselmo de Canterbury (OSB) (Aosta, 1033 – Canterbury, 1109). El texto plantea un argumento filosófico sobre la existencia de Dios como el Ser Más Perfecto. La idea central es que, si Dios no fuera el Ser Más Perfecto en la realidad, entonces tendría que existir otro ser que fuera superior tanto en la mente como en la realidad. Sin embargo, esto es imposible porque, por definición, el Ser Más Perfecto debe ser el ser más grande tanto en la mente como en la realidad. A continuación, el texto en latín:
Quod utique sic vere est, ut nec cogitari possit non esse. Nam potest cogitari esse aliquid, quod non possit cogitari non esse; quod maius est quam quod non esse cogitari potest. Quare si id quo maius nequit cogitari, potest cogitari non esse: id ipsum quo maius cogitari nequit, non est id quo maius cogitari nequit; quod convenire non potest. Sic ergo vere est aliquid quo maius cogitari non potest, ut nec cogitari possit non esse.
Et hoc es tu, Domine Deus noster. Sic ergo vere es, Domine, Deus meus, ut nec cogitari possis non esse. Et merito. Si enim aliqua mens posset cogitare aliquid melius te, ascenderet creatura super creatorem et iudicaret de creatore; quod valde est absurdum. Et quidem quidquid est aliud praeter te solum, potest cogitari non esse. Solus igitur verissime omnium et ideo maxime omnium habes esse, quia quidquid aliud est, non sic vere, et idcirco minus habet esse. Cur itaque "dixit insipiens in corde suo: non est Deus" [Ps 13,1; 52,1], cum tam in promptu sit rationali menti te maxime omnium esse? Cur, nisi quia stultus et insipiens? (Anselmus Cantuariensis. 1078. Proslogion. Recuperado de  http://www.ub.uni-freiburg.de/index.php?id=3035  [2025/01/22]

[iv] Credo de Nicea-Constantinopla (año 325 d.c.).

[v] Blaise Pascal. Pensamientos - Pascal. (2001). Ediciónes elaleph. n. 140. https://www.mercaba.org/PDF/Pascal,%20Blaise%20-%20Pensamientos%201.PDF [2025/01/22]
/¿A qué se debe que este hombre, tan afligido por la muerte de su mujer y de su hijo único, tan atormentado por un pleito muy importante, en este momento no esté triste, y se lo vea liberado de todos esos pensamientos penosos e inquietantes? No hay que asombrarse; terminan de enviarle una pelota y debe lanzarla a su compañero, está ocupado en tomarla a la caída del techo para ganar un punto; ¿cómo pretendéis que piense en sus asuntos, ahora que tiene este otro asunto entre manos? Cuidado digno de embargar alma tan grande y de quitarle del espíritu todo otro pensamiento. Este hombre, nacido para conocer el universo, para juzgar acerca de todas las cosas, para regir todo un Estado, vedlo embargado por la preocupación de alcanzar una liebre. Y si no se rebaja a esto y quiere estar siempre en tensión, se conducirá aún más tontamente, porque pretenderá superar la humanidad, y, al fin de cuentas, él no es más que un hombre, es decir, capaz de poco y de mucho, de todo y de nada: no es ni ángel ni bestia, sino hombre./

[vi] “Es evidente, pues, que al filósofo –es decir, al que estudia la entidad (ousías) toda en cuanto tal– le corresponde también investigar acerca de los principios de los razonamientos. Por otra parte, lo conveniente es que quien más sabe acerca de cada género sea capaz de establecer los principios más firmes (bebaiotátas) del asunto de que se ocupa y, por tanto, que aquel cuyo conocimiento recae sobre las cosas que son, en tanto que cosas que son, <sea capaz de establecer> los principios más firmes de todas las cosas. Este es el filósofo. El principio más firme de todos es, a su vez, aquel acerca del cual es imposible el error (diapseusthênai). Y tal principio es, necesariamente, el más conocido (gnorimotáten) (todos se equivocan, en efecto, sobre las cosas que desconocen), y no es hipotético. No es, desde luego, una hipótesis aquel principio que ha de poseer quien conozca cualquiera de las cosas que son. Y aquello que necesariamente ha de conocer el que conoce cualquier cosa es, a su vez, algo que uno ha de poseer ya necesariamente cuando viene a conocerla. Es, pues, evidente que un principio tal es el más firme de todos. Digamos a continuación cuál es este principio: es imposible que lo mismo se dé y no se dé en lo mismo a la vez y en el mismo sentido. (IV 3, 1005b5-20)”. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6467336.pdf [29/01/2025]

[vii] "Tout se tient" es una expresión francesa que significa "todo está conectado" o "todo encaja". Se usa para indicar que un conjunto de ideas, argumentos o hechos están relacionados de manera coherente y lógica. Por ejemplo, en un discurso filosófico o científico, puede significar que las partes de un sistema o teoría se sostienen entre sí sin contradicciones. También puede usarse en un contexto más general para señalar que los eventos o acciones en una situación están interconectados. ChatGPT. (2025, 29 de enero). Tout se tient es una expresión francesa que significa "todo está conectado" o "todo encaja" [...]. OpenAI.


Traducción de Juan Carlos Gómez Echeverr