Problemas de deontología [i] médica
V Seminario Internacional sobre el Control de la Fecundidad
Génova, 1-3 de marzo de 1984
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La Iglesia Católica ha intervenido con frecuencia en la discusión de diversos problemas de deontología médica (aborto, anticoncepción, eutanasia...), especialmente en este siglo.
No es objetivo de este estudio exponer el contenido y las razones de estos intervenciones particulares, algo que será desarrollado en capítulos posteriores a este. Nos proponemos, en cambio, presentar las razones últimas y comunes de cada intervención, así como los criterios generales que inspiran todas ellas, a pesar de la diversidad de los temas tratados.
1.- LAS RAZONES DE LA INTERVENCIÓN
Para comprender lo que la Iglesia Católica ha enseñado, es necesario captar la perspectiva general de este magisterio. Esta perspectiva se basa en una visión precisa de la persona humana, una doctrina antropológica.
1.1.- Esta visión católica del ser humano se caracteriza, ante todo, por una afirmación contundente de la unidad de la persona humana. Unidad tanto horizontal como vertical, si se puede expresar así: unidad vista desde un doble punto de vista.
La persona humana es internamente una, en el sentido de que las diversas dimensiones que la conforman, y de las cuales la conciencia que cada uno de nosotros tiene de sí mismo da testimonio, están profundamente unidas al punto de formar un único sujeto, aunque subsista en una pluralidad de elementos. La dimensión física o corporal, la dimensión psíquica y la dimensión espiritual no son simples componentes que, sumados, constituyen la persona humana concreta y singular. Estas dimensiones, en su conjunto, constituyen y son esta persona humana concreta, que somos cada uno de nosotros, que es cada ser humano que encontramos. La consecuencia inmediata es que, desde el punto de vista de la Iglesia Católica, entre persona y cuerpo no hay una relación de “tener”, sino de “ser”: la persona humana no tiene un cuerpo, sino que también es su cuerpo. La implicación de esto es que cualquier acción dirigida a una dimensión particular de la persona humana, en realidad, se dirige a la persona misma: no se cura un cuerpo, se cura una persona humana. La medicina no se ocupa de un organismo vivo anónimo: trata con la persona.
Al afirmar esta unidad de la persona humana, la Iglesia Católica no pretende ser fiel únicamente a una verdad revelada sobre el hombre, a la que se siente obligada en todo caso. También es consciente de ser una fiel intérprete de la experiencia que cada ser humano tiene de sí mismo y de ayudar a cada individuo —creyente o no— a ser verdadero consigo mismo. Basta con algunos ejemplos. Todo conocimiento, incluso el más espiritual, pasa siempre a través de la experiencia sensible; incluso el acto de adoración a Dios, en todas las religiones, se expresa siempre mediante gestos corporales y ritos que simbolizan el ser de la persona humana como tal ante el Misterio de Dios. Además, la experiencia estética, la vivencia de la belleza, sería incomprensible sin esta unidad de la persona humana.
Pero la doctrina de la Iglesia Católica parte también de la afirmación de la unidad de la persona humana desde otro punto de vista igualmente relevante.
Blaise Pascal [ii] escribió que “el hombre supera infinitamente al hombre” [iii] y que “el último acto de la razón es admitir un más allá de la razón”. En el ser humano, en cada hombre, existe una relación con Dios inscrita en su propio ser como persona. No se trata de una dimensión accidental del hombre, sino de una relación constitutiva de su propio ser.
Esta relación es tanto de origen como de fin. Es de origen: cada persona ha sido creada por Dios. Es de fin: cada persona está destinada, encaminada directa e inmediatamente hacia Dios. En virtud de esta relación singular de cada hombre con Dios, cada persona disfruta de un valor igualmente singular: cada ser humano tiene un valor absoluto e incondicionado. Absoluto: no en relación con algo más. Incondicionado: no sujeto a condiciones como “que ya haya nacido” o “que sea blanco”. La única condición suficiente es su humanidad.
Cada persona humana no tiene precio, porque tiene una dignidad.
La consecuencia es que cualquier relación con la persona humana, cualquier intervención que tenga como objetivo final a la persona humana, debe ser acorde con su realidad y medida por su dignidad.
Es en este punto donde podemos identificar la primera y más importante razón por la cual la Iglesia interviene en el ámbito de la práctica médica: se trata de una razón exclusivamente ética. Lo que la Iglesia propone es la adecuación de la medicina a la verdad y dignidad de la persona humana, es decir, que la "medida" o el criterio último de la práctica médica sea la verdad y dignidad de la persona humana: en una palabra, el bien de la persona humana misma. Pero “el bien de la persona humana” tiene, en este contexto, un significado muy preciso. No es lo que, en cada caso, alguien decida que sea el bien de la persona, según criterios condicionados históricamente. El “bien de la persona humana” es precisa y simplemente su propio ser como persona, en su totalidad unificada: su ser como persona que debe ser defendido y promovido, del modo propio de la medicina, como veremos más adelante. Esta manera de concebir el ejercicio de la medicina presupone e implica un conocimiento que no es el mismo que el saber científico tal como se entiende comúnmente hoy. Es un saber cuyo objeto es la verdad de la persona humana no solo como se da a conocer mediante la metodología científica estrictamente entendida, sino como se revela en la experiencia ética, en la vivencia de valores éticos. Se trata de valores que tienen validez absoluta e incondicional y que son absolutamente necesarios para la realización plena de la persona humana como tal (1).
Por otro lado, estos dos modos —el científico y el ético— de conocer la verdad del ser humano deben (y no pueden no) encontrarse. Esto ocurre porque ambos son conocimientos prácticos: tanto la medicina como la ética buscan conocer la verdad del ser humano en función de intervenir en él para alcanzar un objetivo. En el caso de la medicina, la salud; en el caso de la ética, la realización de una existencia verdaderamente humana. Y también porque ambos tienen como objeto último a la persona humana, lo que los lleva a coincidir en su intención más profunda.
1.2.- Hemos llegado a una segunda característica fundamental de la visión del ser humano que constituye la base de los planteamientos de la Iglesia Católica. Esta se refiere a la cultura, a la concepción de la cultura.
Referirnos aquí a la concepción católica de la cultura no debe parecer ajeno al tema, por diversas razones que no es necesario exponer ahora. Será suficiente mencionar una: la cultura siempre tiene una connotación social, ya que nunca es obra de un solo individuo. Surge y se desarrolla gracias a la cooperación de muchas personas humanas. Y, en una época en la que la práctica médica ha dejado de limitarse a la relación médico-paciente para convertirse en una actividad socialmente relevante, es fundamental reflexionar sobre la cultura también en este contexto.
¿Qué es, entonces, la cultura? Es aquello mediante lo cual la persona humana accede cada vez más profundamente a la verdad de su humanidad, haciéndose más plenamente humana. Dada la multidimensionalidad de la persona humana, también la cultura implica una multiplicidad de ámbitos y expresiones que la constituyen. Pero, dada la unidad interior de la persona humana, toda cultura, para ser verdadera, debe estar interiormente unificada. Ciertamente, se da una tensión permanente entre estos dos polos: el de la multiplicidad (o especialización) y la unidad: una tensión que siempre ha estado presente en toda cultura y que ha sido resuelta de diversas maneras. Sin embargo, parece haber un consenso general en que, en la cultura occidental actual, la necesidad primaria es la de unificación. Nadie desconoce el riesgo inherente a responder a esta necesidad. El riesgo es el siguiente: La “categoría unificadora” debe ser, al mismo tiempo, universal (sin reducir la verdad del ser humano) e inmanente, por su misma naturaleza, a cada expresión cultural. Si carece de universalidad, la categoría unificadora reduce la multidimensionalidad de la cultura a una unidimensionalidad que asfixia a la persona (2); si carece de inmanencia, la síntesis resultante es abstracta o no respeta la singularidad (proprium) de cada expresión cultural. La tentativa, por ejemplo, de unificar la cultura en torno a la dimensión política es una operación falaz e inhumana, ya que la dimensión política no es, ni la más abarcadora, ni la que está intrínsecamente implicada en toda expresión de lo humano.
A la luz de estas reflexiones, se comprende la verdadera naturaleza de las intervenciones de la Iglesia Católica en el ámbito de la medicina: buscan una unificación de la medicina, en particular de su práctica, con la ética. Para entender esto, es esencial rechazar todos los "idola fori" [iv], como diría Francis Bacon, que han distorsionado el verdadero concepto de ética. No es necesario enumerarlos (confusión entre ética y moralismo, entre norma moral y represión, etc.) (3). La ética es, como hemos dicho, el conocimiento de la verdad de la humanidad del ser humano, la revelación del sentido último de la persona humana, en cuanto verdad y sentido que exigen absoluta e incondicionalmente, ser realizados y acogidos por la libertad del ser humano.
De esto se derivan las características de esta unidad entre ética y práctica médica. No se trata de una unidad confusa: ni la medicina se fundamenta en la ética, ni la ética, en cuanto tal, se fundamenta en las ciencias. Las ciencias utilizadas continuamente en la práctica médica (química, biología, física, etc.) tienen su propio método y criterio de verdad, así como la ética tiene los suyos. Sin embargo, dada la naturaleza y el objeto propio de la ética, esta puede tanto salvaguardar la legítima autonomía de la práctica médica como exigir que esta misma práctica esté regulada por normas éticas.
De hecho, lo que la medicina busca—su objeto propio—es la defensa y promoción de un bien humano: la salud de la persona (cualquiera que sea la definición de salud adoptada). Este es su ámbito propio y específico; el uso de cualquier conocimiento científico que emplee siempre está orientado en vista de este objetivo específico. Sin embargo, lo que la medicina no sabe, ni puede saber, es lo que podríamos llamar “la ubicación” de este bien particular dentro del todo unificado que es la persona humana: dónde se sitúa este bien en la estructura objetiva y completa de la persona humana como tal. Aquí encontramos la miseria y la grandeza de toda ciencia, en el sentido preciso atribuido a este término con y después de Galileo: su enfoque en un ámbito particular y bien definido de la realidad, con la exclusión, al menos metodológica, de todo lo demás. Esta es la causa de su grandeza: esta elección metodológica fundamental ha sido altamente fecunda en resultados. Esta es también la causa de su miseria: su dificultad para presentarse como parte de un todo, continuamente tentada a transformar una elección metodológica en un juicio sobre la realidad. Ahora bien, el conocimiento ético es el saber que puede integrar legítimamente la práctica de la medicina, ya que es el conocimiento que revela la estructura objetiva y completa de la persona humana mencionada anteriormente. No solo puede, sino que debe: el bien de la salud es un bien de la persona, es uno de los bienes de la persona. La verdad ética permite determinar la topografía de cada bien humano en cuanto perteneciente al hombre, en cuanto exigido por la dignidad del hombre (4).
En este punto, podemos identificar la segunda razón fundamental de ser de la intervención de la Iglesia Católica en el ámbito de la práctica médica: enseñar cómo debe ser regulada por la ética. Esto equivale a enseñar cómo la práctica de la medicina se convierte, en su forma propia, en un servicio prestado a la persona humana para que pueda realizarse en la dignidad de su ser personal. Al mismo tiempo, esto contribuye a la construcción de una verdadera cultura de la persona.
1.3. - Una de las características fundamentales de la práctica médica moderna es la implicación de la autoridad política, tanto nacional como supranacional. Esta implicación se justifica y fundamenta comúnmente en el concepto de un derecho a la salud para cada persona: un derecho consagrado constitucionalmente que exige una intervención legislativa y administrativa precisa por parte del Parlamento y el Gobierno. Esto es un fenómeno nuevo en la historia de la medicina, que merece una reflexión seria.
Es necesario, en primer lugar, definir el contexto en el que se desarrolla esta reflexión para captar su sentido y comprender el contenido de lo que vamos a decir.
Este contexto está constituido por la forma en que la doctrina católica concibe, en términos generales y fundamentales, la relación entre lo político y lo no político.
El pensamiento católico se opone tanto a considerar la política como la dimensión fundamental y totalizante de la existencia humana, como a reducirla a una mera técnica organizativa de lo social. Al rechazar la primera consideración, la Iglesia Católica defiende la prioridad axiológica de la persona humana como tal y una visión pluralista y articulada de la sociedad. Al rechazar la segunda consideración, la Iglesia Católica concibe la actividad política no en términos de ejercicio del poder, aunque sea legítimo, sino como un servicio para defender y promover los valores de la persona y de las comunidades en las que esta está natural o libremente integrada (5).
En la base de este doble rechazo se encuentran varios presupuestos que conviene recordar brevemente.
El primero. El vínculo social —desde la más pequeña, como es la sociedad conyugal, hasta la más grande, como es la sociedad internacional -posee una verdad propia, intrínseca: es relación entre personas humanas; y una de sus normas fundamentales: la persona humana debe ser afirmada por sí misma (6). De esto se deriva que las relaciones sociales no son un material amorfo que recibe su forma propia solo a través del momento político. Estas relaciones poseen una verdad específica basada en la verdad de la persona, que la organización política no solo debe respetar, sino también promover. Este principio está consagrado en nuestras Cartas Constitucionales.
El segundo. Lo social, en su conjunto, es una realidad articulada donde las comunidades individuales no deben considerarse como partes integrales de un todo, sino que estas comunidades poseen su propia autonomía. Lo social es esencialmente pluralista.
El tercero. La regulación fundamental de las relaciones entre las diversas comunidades que conforman la esfera social, está dada por el principio de subsidiariedad: la comunidad superior no debe sustituir a la inferior, sino cuando esta (la inferior) no cumple o no ha cumplido lo prometido o pactado, y por lo tanto debe asistirla positivamente para lograr sus objetivos.
En esencia, esto refleja una visión personalista y pluralista de la sociedad humana.
Dentro de esta visión, que siempre se debe aceptar como premisa necesaria, volvamos al tema de la práctica médica como socialmente relevante.
Esta práctica, antes y por encima de toda organización, consiste en relaciones personales establecidas entre el paciente, por un lado, y quienes están comprometidos de alguna manera con su salud, incluida la prevención de enfermedades. Estas relaciones tienen su propia verdad y significado intrínseco, que toda organización pública debe respetar y promover, y no debe cambiar. Por brevedad, podríamos llamar a esta verdad y significado, la dimensión subjetiva de la práctica médica. Ahora tratemos de describirla.
La dimensión subjetiva consiste esencialmente en la afirmación de que la finalidad de toda actividad sanitaria es la persona humana en cuanto actualmente y/o potencialmente enferma, quien, como persona humana, exige ser tomada en consideración y reconocida como tal. Toda actividad sanitaria está dirigida hacia esto.
En razón de este fundamental punto de partida, se definen y estructuran todas las profesiones sanitarias, en primer lugar, la del médico: estas están al servicio de la persona enferma a través de un servicio nacido de la ciencia y la conciencia de quien lo ejerce. Así, estructuralmente—desde que existe—la medicina es para la vida, no para la muerte. Cualquier legislación que no reconozca esta dimensión subjetiva esencial, que no reconozca tanto la prioridad de la persona enferma como la naturaleza propia y autónoma de las profesiones sanitarias, sería injusta: la definición de la medicina no depende de lo político.
En este contexto, es correcto hablar de los derechos del paciente, de exigencias, es decir, incondicionales que surgen de su ser personal, de la verdad y dignidad propia de la persona, que no está determinada por el poder de las leyes. Es correcto hablar de los derechos de quienes ejercen la profesión sanitaria, pero subordinados tanto al derecho del paciente como a los deberes profesionales: el derecho a tener lo necesario para cumplir con su deber hacia el paciente.
Existe, sin embargo, una —podríamos llamarla— dimensión objetiva del ejercicio de la medicina. Esta consiste en todo ese complejo organizativo-institucional exigido hoy por la relevancia social del problema de la salud. Esta dimensión se justifica cuando está en función de la dimensión subjetiva. Cuando el paciente y quienes trabajan a su servicio son solamente un elemento de esta compleja organización que, de hecho, se convierte en un fin en sí misma o persigue, de hecho, otros fines que no sean la persona del paciente, estamos en el desorden ético. La esencia ética del compromiso público por la salud queda destruida.
En este punto podemos descubrir la tercera (y última) razón fundamental de la intervención de la Iglesia Católica en el ámbito del ejercicio de la medicina: asegurar que, en la socialización del problema de la salud, se respete la primacía de la dimensión subjetiva sobre la dimensión objetiva.
2 - LOS CRITERIOS GENERALES
Vistas las razones profundas, debemos ahora identificar los criterios fundamentales que inspiran y fundamentan los contenidos de las distintas intervenciones. Estos pueden identificarse en estrecha correlación con la reflexión anterior.
2.1. - El primer criterio, del cual todos los siguientes no son más que desarrollos posteriores, consiste en la afirmación de que toda persona humana debe ser afirmada por sí misma. El contenido de este criterio, dada su carácter sintético, debe analizarse rigurosamente.
En primer lugar, se basa en el juicio que la persona humana, toda persona humana, es una realidad dotada de una naturaleza “preciosa”, cuyo valor es literalmente incalculable, no tiene precio. Este valor es intrínseco a su propio ser como persona: no se deriva del hecho de que se le reconozca o no. Este valor único, singular, puede ser ignorado o negado: pero permanece porque no es otra cosa que su mismo ser persona. En la visión cristiana, no se trata de un postulado injustificado o injustificable. Este valor se fundamenta, en última instancia, en la relación que toda persona tiene con Dios por el solo y simple hecho de ser una persona humana.
La consecuencia inmediata es que el único modo justo, es decir, adecuado, de relacionarse con una persona humana es aquel que se parangona y se mide con el carácter “precioso” objetivo o valor objetivo. La formulación del primer criterio expresa, de manera precisa, el único modo verdadero y adecuado de esta relación: aquel que afirme la persona por sí misma.
La modalidad de esta afirmación de la persona se expresa por "por sí misma". "Por sí misma" significa dos cosas. Primero: siendo la persona humana la realidad más preciosa en el universo creado, no puede subordinarse a la consecución de otros fines distintos de su ser personal: tiene, pues, un valor absoluto. Por el mismo motivo, el valor de la persona no está determinado por ninguna condición; no vale "a condición de que...": tiene, por tanto, un valor incondicional. A la luz de este primer significado, se comprende la condena ética y el rechazo, por parte de la Iglesia Católica, del aborto, de toda forma de racismo y demás. Segundo: la persona humana debe ser afirmada no de manera abstracta, sino en su realidad concreta como persona humana, en su realidad objetiva, según su estructura ontológica: el bien de la persona humana es su propio serpersonal en su uni-totalidad. Por lo tanto, el fundamento, la razón última de este modo de afirmar a la persona no es el consenso social sobre ello, ni la conciencia que se tiene del valor de la persona, ni normas jurídicas que exijan que así se considere a la persona. El fundamento es el mismo ser de la persona que permanece en su valor absoluto e incondicional, antes de cualquier conciencia de ello o reconocimiento jurídico.
2.2. - La consecuencia inmediata o, mejor dicho, el primer desarrollo explícito de este criterio fundamental es el segundo criterio fundamental. La percepción del valor de la persona, con la cual todo ser humano entra en el ámbito de la ética y que constituye el nacimiento de la conciencia moral en cada ser humano, no es una forma vacía, una especie de "a priori" inscrito en nuestra inteligencia. Esta percepción nace del encuentro, del conocimiento de la persona humana que encuentro: es la percepción del ser personal en su realidad objetiva. De ello se deriva que cada dimensión constitutiva de la persona humana participa del mismo valor de la persona: no es que el valor de la persona sea exclusivamente propio de una parte, por así decirlo, de la persona. Es la persona humana en su totalidad la que es el valor absoluto e incondicionado. Por lo tanto, al igual que la luz blanca se expresa en los diversos colores del arco iris, así el valor de la persona se expresa en los diversos valores correspondientes a las distintas dimensiones del ser personal (su corporalidad, su sexualidad, su libertad, etc.). El conocimiento de estos valores se expresa a través de las normas morales. Estas normas son, esencialmente, la afirmación (ya sea en forma negativa: normas morales negativas; o en forma positiva: normas morales afirmativas) del valor propiamente humano, es decir, absoluto e incondicionado, de cada dimensión constitutiva de la persona humana, del modo en que exige, en cuanto humana, ser realizada. De ello se deriva que estas normas morales obligan a todo ser humano consigo mismo y con los demás de manera incondicionada y absoluta. Con esta necesarias precisiones: las normas negativas, en cuanto que expresan ese tipo de comportamiento que no afirma a la persona por sí misma, no admiten excepción. La excepción equivaldría, en efecto, a decir que no siempre, ni en todos los casos, cada persona humana debe ser afirmada por sí misma (7).
El segundo criterio general y fundamental puede ahora ser especificado plena y claramente. La Iglesia Católica interviene en el ámbito del ejercicio de la medicina porque considera que la defensa de las normas morales involucradas en ella, es la base fundamental para la salvaguarda de toda persona que participe en ella.
2.3. - A la luz de estos dos criterios generales, comprendemos el verdadero alcance del tercer criterio general: el criterio de los derechos de la persona humana. Los derechos son categorías éticas, no jurídicas en primer lugar. De hecho, son exigencias de la persona humana como tal, fundadas en su verdad como persona humana: exigencias de ser consideradas y tratadas como tales; exigencias, por tanto, de los bienes que realizan el ser personal como tal. Que estos derechos también sean enunciados jurídicamente es una necesidad para que puedan ser más fácilmente defendidos y promovidos. Pero la enunciación jurídica es la “letra” de los derechos humanos, no su “espíritu”. Además, esta enunciación presupone, por parte de quien la realiza, que no se trata de una generosa concesión hecha al hombre o de la expresión de un consenso mayoritario (siempre frágil). Presupone que se admite que la enunciación jurídica tiene fuera de sí y antes de sí un fundamento objetivo que está constituido, precisamente, por la persona humana en su objetiva realidad y verdad.
Un corolario de enorme importancia es que la ética propia de la medicina no puede ser pura y simplemente reducida al respeto de las leyes positivas. La primera está constituida por las normas morales que deben regular el ejercicio de la medicina y que aseguran el respeto de la persona humana. Esta es y debe ser el fundamento de toda otra normativa y el criterio para juzgar su valor. De lo contrario, se caería en una especie de positivismo jurídico: una caída que coincide con la renuncia a una búsqueda personal de la verdad (8).
No basta con remitirse a una especie de “no-responsabilidad” del médico. La reflexión, esbozada en la primera parte, sobre la verdad y el significado propios del ejercicio de la medicina excluye que los médicos puedan aceptar ser integrados en una organización sanitaria en la cual pierdan su propia responsabilidad y autonomía.
2.4. - Así hemos llegado al cuarto y último criterio general. Las normas jurídicas no son el criterio decisivo para la actividad sanitaria: estas mismas deben ser continuamente juzgadas a la luz de una norma que las supera y las justifica o no: la norma moral. En el fondo, a la luz de la verdad y la dignidad de la persona humana. El llamamiento que la Iglesia Católica hace a esta instancia última respecto de las normas jurídicas surge de las razones ya expuestas en la primera parte. Este no cuestiona la legitimidad del ordenamiento jurídico: al contrario. Pretende salvarlo en su verdad y significado propio: no son, ni pueden ser, el ejercicio de un poder, sino la obra de una razón que se ajusta a la verdad de ese ser personas juntos, de ese ser co-humanidad, que constituye nuestro bien común.
CONCLUSIÓN
La enseñanza de la Iglesia Católica en el ámbito del ejercicio de la medicina es expresión de su preocupación por el hombre, para salvar la humanidad de cada persona de manera adecuada a su valía, su carácter precioso.
Será ahora tarea de estudios posteriores mostrar en detalle cómo se realiza esta preocupación: cómo operan esos fundamentos y esos criterios generales que hemos identificado y expuesto.
Notas:
(1) Evidentemente, el término “experiencia” usado en el contexto de una reflexión ética tiene un significado no exactamente idéntico al que se emplea en la epistemología de las ciencias estrictamente entendidas. En la reflexión ética recibe un significado mucho más amplio. Si se afirmara que “fuera de la ciencia no hay conocimiento en sentido estricto”, se estaría haciendo una afirmación que, en el momento en que se plantea, también se niega a sí misma, es decir, una afirmación contradictoria. De hecho, el principio “fuera de la ciencia...” es ya un principio que la ciencia no puede verificar o falsificar. Por lo tanto, si con él no se quiere simplemente decidir que las cosas son así, sino afirmar una verdad, ya se ha recurrido a un criterio de verdad diferente del que dicho principio afirma como exclusivo.
(2) Una de las expresiones de este modo reductivo de unificar los diversos ámbitos de la cultura es precisamente ese principio del que hablé en la nota anterior. De hecho, este termina censurando cualquier expresión cultural que no sea reducible a los cánones del saber científico estrictamente entendido.
(3) Una vez más, bastará subrayar y señalar la contradicción intrínseca de toda negación de la ética o —lo que al final es lo mismo— de la reducción de la ética a algo diferente de lo que dice sobre sí misma (como sucede, por ejemplo, en Freud). De hecho, esta operación negadora y/o reductora, si quiere ser racional, debe demostrarse como verdadera. En el mismo momento en que se demostrara verdadera, la consecuencia lógicamente necesaria sería que la persona humana debe actuar como si la ética no existiera. Pero esta consecuencia lógica ya es en sí misma una consecuencia ética (es bueno que el hombre actúe como si...).
(4) Una de las aplicaciones de lo que se acaba de decir es el principio de totalidad bien conocido en la deontología médica de todos los tiempos, del cual hablará otro capítulo.
(5) Se puede decir —tanto desde un punto de vista teórico como desde un punto de vista histórico— que de este modo se retoma y se reinterpreta uno de los momentos esenciales de la cultura política euro-occidental, la griega y la latina: la democracia como eu-nomía (Platón) [v] y la ley como expresión de exigencias objetivas de justicia (Cicerón).
(6) La norma personalista, recién enunciada, se opone irreductiblemente a la norma utilitarista (la persona humana puede ser utilizada para alcanzar fines distintos del bien de su ser personal) y a la norma totalitaria (la persona humana vale en cuanto se inserta en el todo del cuerpo político). Por tanto, el fin último de la comunidad política no es, ni la utilidad pública, ni el bien público, sino el bien común.
(7) En el contexto de esta reflexión se comprende un concepto que la ética católica usa habitualmente, sobre todo en nuestro ámbito: el de Ley Natural. Este connota [vi] el universo de las normas morales mediante las cuales la razón humana conoce las exigencias absolutas e incondicionadas según las cuales deben realizarse las diversas dimensiones de la persona humana, para que se salven su dignidad y valía propias. No se trata de un concepto pre-científico, anti-científico o científico (fundado en la ciencia), sino de un concepto ético. Es decir, se justifica no dentro de una interpretación científica precisa (siempre, como tal, falsificable), ni dentro del rechazo del método científico, sino que tiene una justificación distinta de la cual la ciencia (estrictamente entendida) utiliza para fundamentar o demostrar sus afirmaciones.
(8) No es del todo inútil mostrar, aunque sea esquemáticamente, la imposibilidad de proponer tanto teórica como práctica del positivismo, dada su incapacidad para fundamentar la obligatoriedad de la norma jurídica. Si, de hecho, esta obligatoriedad no se puede reducir —al menos, en última instancia— a exigencias objetivas de justicia racionalmente perceptibles (pero esto ya supone haber superado el positivismo), la obligatoriedad o se justifica por el poder-fuerza de quien impone la norma o por la utilidad derivada de su observancia. En el primer caso, sin embargo, se introduce un principio de doctrina política que constituye la destrucción interna de la democracia. En el segundo caso, se convierte la norma utilitarista en la regla suprema de la convivencia social, es decir, en el no reconocimiento del valor propio de la persona humana, que no puede nunca ser nunca utilizada.
N.T.
[i] Deontología / Ética deontológica. La palabra deontología deriva de las palabras griegas para deber (deon) y ciencia (o estudio) de (logos). En la filosofía moral contemporánea, la deontología es uno de esos tipos de teorías normativas sobre qué elecciones son moralmente requeridas, prohibidas o permitidas. En otras palabras, la deontología se enmarca en el dominio de las teorías morales que guían y evalúan nuestras elecciones de lo que debemos hacer (teorías deónticas), en contraste con aquellas que guían y evalúan qué tipo de persona somos y deberíamos ser (teorías aretáicas [de la virtud]). Y dentro del dominio de las teorías morales que evalúan nuestras elecciones, los deontólogos (aquellos que suscriben las teorías deontológicas de la moralidad) se oponen a los consecuencialistas. Fuente: Alexander, Larry and Michael Moore, "Deontological Ethics", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2024 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.), forthcoming URL = https:// plato.stanford.edu/ archives/ win2024/entries/ ethics-deontological/ . Publicado por primera vez el miércoles 21 de noviembre de 2007; revisión sustantiva el miércoles 11 de diciembre de 2024. Consultado el [18/12/2024].
[ii] Blaise Pascal nació en Clermont (ahora Clermont-Ferrand), Francia, el 19 de junio de 1623, y murió treinta y nueve años después en París (19 de agosto de 1662). La reputación filosófica de Pascal descansa principalmente en sus Pensées, una obra póstuma que recopila sus reflexiones sobre religión y otros temas. Aunque no publicó un tratado filosófico formal, sus ideas, expresadas en este cuaderno de notas, han tenido una influencia duradera en la filosofía y la literatura francesas. Además, sus contribuciones a la ciencia y la teología de su tiempo ofrecen valiosas pistas sobre sus compromisos filosóficos. Fuente: Clarke, Desmond, "Blaise Pascal", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2015 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = https:// plato.stanford.edu/ archives/ fall2015/entries/pascal/ . Consultado y traducido [18/12/2024].
[iii] “Connaissez donc, superbe, quel paradoxe vous êtes à vous-même. Humiliez-vous, raison impuissante, taisez-vous, nature imbécile ; apprenez que l’homme passe infiniment l’homme ; et entendez de votre Maître votre condition véritable que vous ignorez.” (Traducción propia: “Sabed entonces, soberbio, qué paradoja eres a tí mismo. Humíllate, razón impotente, calla, naturaleza imbécil; aprende que el hombre supera infinitamente al hombre; y escucha de tu Maestro tu verdadera condición que no conoces”). Fuente: Pascal, B. (1670). Pensées. Chap. III - Veritable Religion prouvée par les contrarietez : 1669 et janv. 1670 p. 36 / 1678 n° 5 p. 39. https://www.penseesdepascal.fr/ Contrarietes/P-R-Contrarietes14.php#:~:text= Humiliez%2Dvous%2C%20 raison%20impuissante%2C, Humiliez%E2%80%91vous%2C%20 raison%20impuissante%20!
“C’est en cela – très simplement – que l’homme passe infiniment l’homme. Il cherche ses raisons de vivre au-delà de lui-même. Il aspire à une joie qu’il ne possède pas encore vraiment et dont il attend l’accomplissement dans quelque chose, disons-le, de « surnaturel ». Nous pouvons reprendre ici un verbe inventé par Dante, et dire que l’homme est fait pour « transhumaner»” (Traducción propia: Es en esto –muy simplemente– que el hombre sobrepasa infinitamente al hombre. Busca sus razones para vivir más allá de sí mismo. Aspira a una alegría que todavía no posee verdaderamente y de la que espera realizarse en algo, digamos, “sobrenatural”. Podemos tomar aquí un verbo inventado por Dante y decir que el hombre está hecho para “transhumanizar”). Fuente: Fabrice Hadjadj. (2011). "L'homme passe infiniment l’homme". Brève réflexion sur le transhumain. "Parvis des Gentils", Paris, UNESCO, le 24 mars 2011. Recuperado de: https:// chiesa.espresso.repubblica.it/ articolo/ 1347313.html [18/12/2024].
[iv]idola fori. Lat. “Los ídolos y las falsas nociones que han ocupado ya el entendimiento humano y han arraigado profundamente en él no sólo asedian las mentes humanas haciendo difícil el acceso a la verdad, sino que incluso en el caso de que se diera y concediera el acceso, esos ídolos saldrán de nuevo al encuentro, y causarán molestias en la misma restauración de las ciencias, a no ser que los hombres, prevenidos contra ellos, se defiendan en la medida de lo posible… Hay también Ídolos que surgen del acuerdo y de la asociación del género humano entre sí y a los cuales solemos llamar Ídolos del Foro, a causa del comercio y consorcio entre los seres humanos; pues los hombres se asocian por medio de los discursos, pero los nombres se imponen a las cosas a partir de la comprensión del vulgo. Así, una mala e inadecuada imposición de nombres mantiene ocupado el entendimiento de una manera asombrosa. Las definiciones o explicaciones con que los doctos han acostumbrado a defenderse y protegerse en algunos casos son completamente incapaces de restablecer la situación, sino que las palabras ejercen una extraordinaria violencia sobre el entendimiento y perturban todo, llevando a los hombres a innumerables e inanes controversias y ficciones”. Fuente: La gran restauración. Aforismos sobre la interpretación de la naturaleza y el reino humano, XXXVIII-XLIV. (Alianza, Madrid 1985, p. 97-100) En: Francis Bacon: la teoría de los ídolos. Encyclopaedia Herder. https:// encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/ Recurso:Francis_Bacon:_la_teor%C3%ADa_de_los_%C3%ADdolos [18/12/2024].
Ejemplos de idola fori: “Fake news” y desinformación. La cultura de la cancelación. Las identidades políticas. La publicidad y la cultura de consumo. Las “verdades” establecidas en las redes sociales. El Culto a la personalidad. La credulidad en conspiraciones, entre otros.
[v]εύνομια [-ας, η̱] sustantivo femenino. 1 buenas leyes, buen ordenamiento civil. 2 observancia de las leyes, legalidad, justicia, modestia. 3 Eunomia, personificación, hija de Temis. Fuente: https:// www.grecoantico.com/ dizionario-greco-antico.php?parola=eunomia [18/12/2024].
[vi]De con- y notar. 1. tr. Ling. Dicho de una palabra: Conllevar, además de su significado propio o específico, otro de tipo expresivo o apelativo. Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.8 en línea]. https://dle.rae.es/connotar?m=form [18/12/2024].
Traducción de Juan Carlos Gómez Echeverr
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