Orientaciones de Ética Médica
Roma, mayo 1983
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Con el presente informe me propongo identificar algunas orientaciones deontológicas [i] fundamentales de la profesión médica, no solo a la luz de nuestra razón, sino también a la luz de la fe. Antes, sin embargo, de adentrarme en el tema específico, quisiera indicar las razones que hacen particularmente urgente esta reflexión ética y, así al mismo tiempo, situarla en el contexto cultural actual.
1. Las razones de una necesidad: ¿por qué una ética?
Que el actuar de una persona, el actuar libre del cual la persona es responsable, deba ser gobernado interiormente por la norma moral, es una verdad que nosotros presuponemos cierta y sobre la cual no es ahora necesario detenernos. Y que, por lo tanto, también el actuar del médico como tal, el ejercicio de la profesión médica, deba ser interiormente gobernado por normas éticas apropiadas, es una consecuencia inmediata y necesaria de la mencionada verdad. Por lo demás, tenemos una confirmación histórica precisa: junto con la medicina nació una ética médica.
¿Qué es lo que, entonces, hoy hace "problemática" la existencia de una ética médica? y, ¿por qué — por otra parte — de manera confusa y explícita, se percibe su urgencia, al punto que en muchas Facultades de medicina se instituyen cátedras de ética médica?
1,1 La dificultad de elaborar, hoy, una ética médica nace de múltiples factores. Mencionaré solo los principales.
Cuando se habla de "ética", se entiende un saber que tiene por objeto el deber-ser de la persona humana: lo que la verdad de la persona exige de la libertad de la persona, cuando esta toma sus decisiones, sus elecciones. La ética, por lo tanto, encuentra su fundamento en la verdad del hombre o — lo que es lo mismo — en la antropología. Cuando se cuestiona este fundamento, cuando estos cimientos vacilan, el resultado de la ética /de las normas que regulan el actuar de la persona/ no puede ser otro que su muerte, es decir, la amoralidad. Nótese: no he dicho la inmoralidad, sino algo más grave. La amoralidad, es decir, un juicio de no significancia sobre la distinción entre el bien y el mal. En otras palabras: a la distinción entre el bien y el mal se sustituye la de útil y dañino, placentero y doloroso, eficaz e ineficaz. La inmoralidad implica aún, que tenga sentido hablar de bien o mal: la amoralidad niega este sentido.
Sin embargo, la sustitución de las categorías éticas de bien/mal con las categorías de útil/placentero/eficaz, lleva a la solución inmediata de un problema: ¿útil para quién? ¿placentero para quién? ¿eficaz en relación a qué? dado que la utilidad de uno no coincide siempre con la utilidad del otro y así sucesivamente. Y entonces, a la norma ética se sustituye una normativa que nace de convergencias mínimas de intereses opuestos, de consensos sociales siempre frágiles y cambiantes. De ahí una permanente inseguridad y angustia.
Esta es, me parece, la situación actual desde el punto de vista ético: una situación caracterizada por un oscurecimiento, por un eclipse de la verdad sobre el hombre. Ya no sabemos quiénes somos, mientras queremos saber lo que nos es útil: dando la espalda a la luz de la verdad, el hombre no puede sino dejarse atraer por el bien pasajero de la utilidad.
En este contexto, ¿cómo se encuentra una reflexión deontológica sobre el ejercicio de la medicina, una reflexión de ética médica? Ante todo, se encuentra privada de su propio fundamento. De hecho, tiene sentido hablar de una ética médica, de un saber que conoce el deber-ser de la profesión médica, solo si la relación entre las personas que esta instituye (en esencia: relación médico-paciente) tiene en sí misma una propia "naturaleza", una propia "dignidad", en una palabra, una propia verdad. Solo en este caso poseo un criterio de juicio para verificar la correspondencia entre la manera concreta de ejercer la medicina y la manera en que esta debe ser ejercida. Pero, ¿cómo es posible saber cómo debe ser ejercida la medicina, si no conozco o si niego la verdad de ese hombre a quien la medicina está dirigida? Privada de este sólido fundamento, la profesión médica, en su misma definición, queda siempre expuesta a cualquier posible cambio.
Quisiera mostrar cómo esta reflexión se confirma, sobre todo, por dos hechos. El primero está constituido por la introducción de la legislación sobre el aborto. Reflexionemos profundamente sobre este hecho. Con él, la profesión médica ha sido simplemente cambiada en su misma definición. Ha dejado de ser para la salvaguardia y la promoción de la vida, para convertirse también para la eliminación de la vida misma.
Si observan bien: no es importante que algunos médicos se hayan negado a aceptar esto. Queda este hecho: ahora la profesión ya no está unívocamente orientada a la vida, sino también a la muerte. Es decir, se ha convertido en una profesión que ya no tiene un estatuto propio. ¿Qué justificación (por así decirlo) puede ser aducida para este cambio? Solo una: así se ha decidido según procedimientos legales (Parlamento-referéndum). Lo que equivale a decir: la profesión médica no posee una verdad propia, sino que es lo que el consenso mayoritario decide que sea en cada momento. Hablar de una ética médica ya no tiene sentido, dado que no existen exigencias absolutas e incondicionadas, sino solo lo que en cada momento se piensa que es más útil. El segundo hecho es menos grave, pero igualmente instructivo. Al no tener la profesión médica una verdad propia y, por lo tanto, no estar habitada por exigencias absolutas e incondicionadas, debe ser concebida solo como una de tantas funciones sociales y es la sociedad /en concreto: el poder político/ la que fija sus objetivos, las prestaciones a las que está obligada, lo que cada uno tiene derecho a exigir de ella.
Se ve, entonces, cuál es la situación real en la que se encuentra hoy una reflexión ética sobre la profesión médica. O se considera obsoleta y carente de significado y se reduce exhaustivamente a lo que el consenso social ha establecido: o es un discurso sobre el deber-ser y entonces no se ve dónde fundamentarlo; o es un discurso que debe limitarse a decir cómo están las cosas y entonces es inútil.
1,2 Por otra parte, nos encontramos ante otra situación que nos hace reflexionar.
¿Puede el hombre ignorar, negarse a conocer, para siempre, la verdad sobre sí mismo? ¿Puede el hombre posponer para siempre la respuesta a la pregunta sobre sí mismo? El hombre ha podido ignorar durante milenios la estructura íntima de la materia: ¿puede hacer lo mismo en lo que respecta a sí mismo? Hoy queda el hecho que, en el desierto creado por el viento abrasador de ideologías necias y desenfrenadas, el hombre pide con una nueva urgencia el agua de la verdad: la verdad sobre sí mismo. Y es una exigencia de un saber ético que sea verdadero.
En este contexto, la necesidad de reconstruir una verdadera ética médica se plantea como un momento esencial de la reconstrucción de una cultura de la verdad y del amor. ¿Por qué razón? por el hecho simple y profundo de que la profesión médica tiene que ver con la persona humana que sufre: con la persona humana, es decir, que vive una de sus experiencias más misteriosas, la del sufrimiento. Y la verdad de una cultura, en el fondo, se mide por la manera en que piensa — teórica y prácticamente — las grandes experiencias humanas, como el amor, el sufrimiento, el trabajo, la muerte.
Al final, entonces, del primer punto de mi reflexión, está claro qué es exactamente lo que me propongo: indicar el fundamento último de la deontología médica e indicar sus momentos esenciales.
2. El fundamento último de la ética médica
Para captar, para ver este último fundamento es necesario tener clara una distinción. Si no se ve esta distinción, la puerta del discurso ético nos queda herméticamente cerrada. Y la distinción es esta, muy obvia: el "poder" no se identifica por sí mismo con el "deber", ya que no todo lo que podemos es moralmente lícito. La distinción, como se ve, es simple y es particularmente necesario recordarla hoy, cuando el "poder" del hombre se ha extendido de manera imprevisible.
Pero, ¿cuál es la razón que justifica esta distinción? Comencemos diciendo que, si el "poder" se encuentra limitado por la norma ética, esto solo puede explicarse si él — el "poder" — no es el "primum" [ii] al que toda otra cosa debe estar subordinada. Pero, ¿qué significa propiamente esta afirmación? Es la respuesta a esta pregunta la que nos introduce en el corazón mismo de toda reflexión ética, ya que nos obliga teóricamente a definir rigurosamente el concepto de libertad.
Es obvio — y sobre esto, sea como sea que se defina la libertad humana, hay consenso unánime — que el ejercicio de la libertad humana, y consecuentemente del poder que a ella le ha ofrecido la ciencia, encuentra límites en el mismo momento en que la veo, como debo, inscrita en un objetivo dado que la libertad recibe. Límites impuestos por "leyes de la naturaleza" de las que la libertad no puede disponer plenamente. No es de esto de lo que queremos hablar, es más, si esta fuera la perspectiva en la que nos moviéramos, acabaría siendo engañosa. De hecho, la frontera entre libertad y "leyes naturales" es una frontera siempre en movimiento: lo que hoy no está en poder de la libertad, puede estarlo mañana. Además, resolver el problema de una definición de la libertad dentro de este contexto, significa ya partir de una definición, aquella según la cual la libertad es concebida como poder que se extiende hasta que encuentra obstáculos que pertenecen a un mundo no más humano, sino natural en sentido estricto. Y la consecuencia lógica sería que "liberarse"/volverse siempre más libres, coincidiría con aumentar el propio poder sobre la naturaleza.
[...]
Pero, ¿esta definición de libertad es verdadera? ¿la libertad es solo esto? ¿o esta libertad es la dimensión esencial de la libertad? Por muchas razones respondo que esta definición de libertad es falsa. Expondré algunas.
La primera. De este modo, si se mira bien, la libertad del hombre consistiría en la posesión, cuanto más grande, de un poder (sobre la naturaleza): en la puesta en acto, en concreto, de una instrumentación técnica para poder ejercer esa posibilidad. Pero, en este punto, debemos preguntarnos: ¿pero esta instrumentación con qué propósito debe usarse? Ahora, una de dos: o este propósito es independiente de la libertad y se impone con su exigencia a la misma libertad; o este propósito es fijado por la misma libertad. Pero esta segunda respuesta es en realidad una mera tautología [iii].
[...]
Por lo tanto, debe existir un propósito para el cual se ejerce la propia libertad: un propósito al que nuestra libertad está ob-ligada. Y así, se ve cómo existe un "límite" al ejercicio de la libertad que no está constituido por un "por el momento" imperfecto dominio del hombre sobre la naturaleza.
La segunda razón por la cual esa visión de la libertad es falsa es la siguiente. Si la libertad del hombre consistiera en la posesión de un poder de dominio, la libertad consistiría igualmente en tener esos medios a través de los cuales poner en práctica ese poder. Pertenecería a la dimensión del tener, no del ser: el hombre tiene la libertad, no es libre.
Ahora la libertad es una dimensión de la persona humana como tal: es su modo de ser.
De esto podemos descubrir ese "límite" del cual la libertad está obligada, del que hablaba hace un momento. Es precisamente el ser personal. Me explico. La libertad es la capacidad de realizar la verdad de la propia humanidad. Está subordinada a esta verdad. Una subordinación que, bien vista, no destruye la libertad, sino que la fundamenta. El aire no es un obstáculo para que el pájaro vuele, sino que es lo que le permite volar: la verdad, nuestra subordinación a la verdad sobre el hombre es lo que nos constituye libres.
Descubrimos, así, la verdadera y última razón por la cual no todo lo que es técnicamente posible es por ello mismo moralmente lícito. La posibilidad técnica es éticamente practicable, cuando su puesta en práctica respeta a la persona humana en su verdad íntegra: la persona de quien actúa y la persona que es el término de la acción.
Este es el principio fundamental y originario de la ética médica: el ejercicio de la medicina, en cada uno de sus momentos, debe respetar la dignidad de la persona, tanto del médico como del paciente.
La enunciación pura y simple de este principio puede generar la impresión de que se trata de un principio tan genérico que es susceptible de cualquier aplicación y de lo contrario. ¿Qué significa "dignidad de la persona humana"? Es necesario reflexionar profundamente sobre esta pregunta.
"Dignidad" indica la preciosidad, el valor propio de la persona humana como tal, esa preciosidad, ese valor que hace que la persona humana sea diferente y superior a cualquier otro ser. ¿Qué es lo que constituye a la persona humana en su diversidad-superioridad? No es otra cosa que su ser persona humana: el hecho de que la persona humana es un "quién" (sujeto) y no un "qué" (objeto). Y este ser persona posee una verdad propia, independientemente de que otros lo reconozcan o no. Respetar la dignidad de la persona significa respetar su ser persona.
3. Orientaciones fundamentales de ética médica
Debemos ahora ver cuáles son las exigencias fundamentales de este respeto, exigencias a las cuales corresponden las orientaciones fundamentales de la ética médica.
La persona humana vive su experiencia terrenal en el tiempo: tiene un origen, tiene un fin y entre este origen y este fin transcurre su experiencia. A estos tres momentos corresponden los tres núcleos esenciales de la ética médica.
3,1 El inicio: por generación-por creación. Esta es la dignidad de la persona: ser creada inmediatamente por Dios. De esto se deriva la orientación ética fundamental: debe respetarse este origen. De ahí algunas normas éticas implicadas en esta orientación: ilicitud del aborto; de la esterilización; de la anticoncepción. Y positivamente: la salvaguardia del valor de la procreación responsable.
3,2 El fin: cesa la vida en el tiempo y comienza la vida en la eternidad. Esta es la dignidad de la persona: estar destinada a la vida en la eternidad. De esto se deriva la orientación ética fundamental: debe respetarse esta realidad del morir humano. De ahí dos normas éticas fundamentales: ilicitud de la eutanasia; ilicitud de un verdadero y propio "encarnizamiento terapéutico"[iv].
3,3 El tiempo intermedio: pluridimensionalidad de la persona y su unidad. De ahí: el cuerpo es de la persona. La orientación fundamental: principio de la totalidad/principio del doble efecto [v].
N.T.
[i] Deontología. Del gr. δεον, -οντος déon, -ontos 'lo que es necesario', 'deber2' y -logía.
1. f. Parte de la ética que trata de los deberes, especialmente de los que rigen una actividad profesional.
2. f. Conjunto de deberes relacionados con el ejercicio de una determinada profesión.
Sin.: ético.
[ii] prīmum [primum], primero. Latín: sustantivo neutro II declinación. 1 principio, comienzo. 2 al frente, primera línea. 3 introducción, premisa. 4 (plural) primer lugar. 5 (plural) elementos primarios. 6 (plural, en sentido figurado) la flor, la mejor. Fuente: https://www.dizionario-latino.com/dizionario-latino-italiano.php?parola=primum
[iii] ταυτολογια
[-ας, η]. Griego: sustantivo femenino. Repetición de lo ya dicho.
Fuente: https://www.grecoantico.com/dizionario-greco-antico.php?lemma=TAYTO100.
“Lo mismo por lo mismo” neutro de ο αυτος per το αυτο.
Fuente: https://www.grecoantico.com/dizionario-greco-antico.php?lemma=TAYTO100.
[iv] “Utilización de terapias que no pueden curar al paciente, sino simplemente prolongan su vida en condiciones penosas. Es éticamente incorrecto y, además, produce una visión errónea de lo que la medicina puede aportar a los últimos momentos de un paciente”. Fuente: https://www.cun.es/diccionario-medico/terminos/encarnizamiento-terapeutico
[v] “Es un tema clásico de la Teología Moral, pero de aplicación frecuente. Se trata de cómo actuar cuando de una misma acción se siguen dos efectos: uno bueno y otro malo. ¿En tal caso se debe actuar? ¿Se imputa al agente también el efecto malo, a pesar de que no lo ha pretendido? ¿Puedo buscar un efecto malo, bajo el pretexto que también se sigue otro efecto bueno? Para estos y otros casos, se aplica el siguiente principio: Si se quiere actuar, cuando de la acción se siguen dos efectos, uno bueno y otro malo, se requieren que se den estas cuatro condiciones: 1. Que la acción en sí misma sea buena o, al menos indiferente. 2. Que el fin que se persigue sea obtener el efecto bueno y, simplemente, se permita el malo. 3. Que el efecto primero e inmediato que se ha de seguir sea el bueno y no el malo. 4. Que exista una causa proporcionalmente grave para actuar. En el caso de que estas cuatro condiciones concurran simultáneamente, se puede actuar y al sujeto no se le imputa el segundo efecto, o sea el mal que se sigue, pues el efecto bueno justifica por sí mismo el que se ejecute una acción que lleva consigo un efecto malo, ciertamente previsto, pero que no es deseado”. Fuente: Principio del doble efecto. (2020, marzo 16). Bioeticawiki. Consultado el 15:16, diciembre 2, 2024 en https://www.bioeticawiki.com/w/index.php?title=Principio_del_doble_efecto&oldid=104047.
Traducción de Juan Carlos Gómez Echeverr
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