CATEQUESIS A LOS JÓVENES
Lido degli Estensi, 9 julio 1996
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Quisiera reflexionar con vosotros, en esta catequesis, sobre el tema de la ALEGRÍA. En todas las catequesis anteriores, de un modo u otro, ha estado presente este aspecto de la vida. ¿Recordáis cómo comenzamos nuestro camino? Con la pregunta del joven: «¿qué debo hacer para tener la vida eterna?». Vida eterna: una vida llena de significado, es decir, en la alegría. Y así, esta tarde concluimos esta primera etapa de nuestro camino precisamente hablando de la «ganancia» que se obtiene en y por el seguimiento de Jesús, es decir, la ALEGRÍA.
1. Quisiera comenzar presentando dos experiencias vividas. La primera es la vivida por el gran poeta Leopardi y expresada en los siguientes versos sublimes: «hasta que llega allá donde el camino y donde tanto afán al fin se acaba: horrible, inmenso abismo donde al precipitarse todo olvida. Oh, virgen luna, así es la vida mortal» («Infin ch'arriva/ colà dove la via/ e dove il tanto affaticar fu volto:/ abisso orrido, immenso,/ov'ei precipitando, il tutto oblia./ Vergine luna, tale/ è la vita mortale») . La segunda me ocurrió en estos días. Conocí a una monja. Durante nuestra conversación, me dijo (llorando): «¿Por qué el Señor, mi esposo, no viene a buscarme? Quizás todavía no soy digna: quiero ver a mi esposo y estar siempre con Él'.
Intentad comparar estas dos experiencias dentro de vosotros y preguntaos: ¿quién tiene razón? ¿Tiene razón Leopardi cuando piensa que «el camino» y «tanto afán» tienen un solo destino: «horrible abismo...»? ¿Es decir: que el destino del hombre se reduce en última instancia a la nada; que estamos predestinados a un «horrible e inmenso abismo» donde, al caer, el hombre «todo olvida»? ¿O tiene razón la monja, que piensa que está predestinada al encuentro con el Señor, que es para cada uno de nosotros lo que el esposo es para la mujer que ama: ternura, fuerza, amor, entrega y plenitud de alegría. Decid dentro de vosotros y a vosotros mismos: ¿quién tiene razón?
Dejemos, por el momento, en cierto modo, la pregunta en suspenso, porque ahora debemos intentar comprender el relato de otra experiencia, en cierto sentido más... a ras de tierra. Es la experiencia de Tomás. ¡Pobre Tomás! ¡Qué…«desafortunado» puede ser uno! «No estaba con ellos cuando vino Jesús»: justo ausente en el momento en que podía ser librado del miedo, de la incertidumbre que había apagado en él como en los demás todo deseo de esperanza. Llega tarde precisamente a la cita más importante. ¿Y qué hacen entonces sus amigos? Lo que suelen hacer en estos casos. Le cuentan lo que han vivido: «Hemos visto al Señor». ¿Y Tomás? (Prestad mucha atención: es un momento muy importante) Tomás, en el fondo, dice: «Debo vivir personalmente lo que me decís. Es más, debo verificar si el que decís que ha resucitado es el mismo que vi morir. Y sólo hay un modo de verificar esta identidad: tocar con mis propias manos». Y aquí acontece un hecho único. Jesús que dice: «mete aquí tu dedo...». Tomás ha visto, ha tocado: ahora está seguro. Es verdad: ha resucitado; no es cierto que el destino final sea el abismo del que habla Leopardi. Sin embargo, hay personas que no pueden tener la misma experiencia que Tomás. ¿Y entonces? Y aquí llega una extraordinaria palabra de Cristo: «Dichosos los que...». Escuchad bien. DICHOSOS, dice Cristo. Es decir: en la alegría están los que, aún no habiendo visto como Tomás, creen que Jesús está vivo en carne y hueso y que se puede encontrar.
Y, así, ahora el cuadro está completo. En él hay tres «personajes». El primero: como todo acaba en nada, déjate simplemente ir «donde te lleva el corazón». Vive sólo en el momento. Escuchad cómo describe Kierkegaard a este personaje. Es «como una tierra de la que brotan todo tipo de hierbas, todas con iguales necesidades de desarrollo: su yo reside en esta multiplicidad, y no posee ningún otro yo que esté por encima» (Enten-Eller / Aut-aut). El segundo personaje es Tomás: él vio y sintió que Dios se había hecho carne; que estaba vivo; que Él lo podía ahora encontrar. Y que en este encuentro hallaba que en la vida estaba presente un destino, un sentido de alegría. El tercer personaje es la monja: ella no es como Tomás, porque no ha visto al Resucitado, pero ha creído y ha encontrado la ALEGRÍA en la espera. ¿Dónde te encuentras? ¿Con quién te identificas? ¿Eres la tierra que deja crecer todo tipo de hierba (como dice Kierkegaard)? ¿Eres como Tomás que llegas... siempre tarde a las grandes citas de la vida y luego pides tocar...? ¿Eres como la monja, que crees y en esta fe has encontrado la alegría? Intentad un poco verificar dentro de vosotros.
2. Ahora, en esta segunda y última parte de la catequesis, quisiera ayudaros mostrándoos el «camino» que puede llevaros del primer personaje a la... monja, pasando por Tomás. Lo hago pidiéndoos que hagáis este recorrido, con un poco de imaginación, junto con alguien que ya lo ha hecho: el pueblo judío. ¿Recordáis la Sagrada Escritura, que relata el camino de liberación hacia la tierra prometida?
2.1: Punto de partida. Es el comienzo, cuando finalmente es liberado. No hay problemas que resolver: los resuelve el Señor, incluso abriendo el mar. ¿Quién de vosotros no ha tenido esta extraordinaria experiencia en su vida? La certeza de que merece la pena vivir: de que la vida es una promesa: la positividad de nuestro destino. Sobre todo cuando experimentamos el amor, o la belleza. Si esta promesa se cumple, encontramos la ALEGRÍA. Pero aquí es donde empiezan… las preguntas.
2.2: ¿Qué le sucede al pueblo judío después de la liberación? Empieza a pensar que lo que le había parecido una promesa de liberación y alegría, era un engaño del destino. Que era mejor la esclavitud, en la que se comía. Este es el momento delicado en nuestra vida: el «punto» del que todo depende. Del que depende si tomáis el camino que lleva a la alegría o a la tediosa satisfacción de vuestros deseos.
El Señor señala ahora un camino a su pueblo: es decir, apela a su libertad. La ALEGRÍA no es el resultado de «algo»: es el resultado de elecciones acertadas o equivocadas en la vida. Eres tú quien elige caminar hacia la alegría o hacia ese abismo del que habla Leopardi. Dios dice al pueblo: «He puesto ante ti la vida y la muerte...» y Jesús dice al joven: «si quieres ser perfecto...». Se puede ser «como una tierra de la que brotan toda clase de hierbas», pero también se puede marcar inmediatamente la diferencia entre la hierba que debe crecer y la que debe ser extirpada.
Aquí es donde se produce la «bifurcación» fundamental: «ve a donde te lleve el corazón entendido como instinto»; «ve a donde te lleve el corazón entendido como certeza de la bondad de nuestro destino». Y en medio se encuentra Tomás, que tiene que decidirse: podía limitarse a decir a sus amigos que se habían vuelto todos locos («los muertos no resucitan») o, ante la certeza de que no somos seres sin sentidos, pedir verificar. Y comienza el camino del pueblo por el desierto. Pero están seguros, porque Dios ha prometido, y ha mostrado el camino, su Ley.
2,3: Y estamos... en la monja. En la catequesis de Pascua (la nº 5) se os anunció la certeza; Cristo ha vencido vuestra muerte en vosotros. En la catequesis de Pomposa se os indicó dónde podéis verificar esta victoria: en la Iglesia. ¿Y ahora? Si crees, tienes en ti esta certeza: «Estoy predestinado a la vida», y esta certeza te muestra el camino, en el seguimiento del Señor. Es decir: viviendo en Él, con Él y como Él, encuentras tu alegría. ¿Es posible una alegría distinta? ¿Distinta de la que viven los que creen? Es posible un instante de diversión: es posible vivir en el instante. ¡No la alegría!
Escuchad cómo describe San Pedro la alegría de los que creen:
«Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él | y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas» (1Pe 1, 6-9).
Esta es nuestra existencia. Puede haber pruebas y dificultades. Pero los cristianos sacan de su fe en Cristo y del amor a Él la certeza de que Dios los ha destinado a la salvación: ésta es la ALEGRÍA de los que creen.
ORACIÓN
Señor Jesús: te habíamos preguntado con el joven que encontraste: «¿qué debo hacer para tener la vida eterna?». Y Tú, durante este camino, nos has respondido: cree en mí y sígueme. Esta es la suprema certeza de nuestro corazón: Tú nos llamas a cada uno de nosotros a la dicha de la fe.
Concédenos encontrarte, sentir en nosotros la Presencia de tu Espíritu Santo que nos dé la experiencia de tu Amor.
Líbranos del miedo, del aburrimiento, de la vaciedad de las satisfacciones momentáneas: haz que nunca mancillemos la dignidad de nuestra persona.
Concédenos exultar con alegría inefable y gloriosa, porque aún sin haberte visto, te amamos.
Traducción de José Antonio Santiago
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