CATEQUESIS DE PENTECOSTÉS A LOS JÓVENES «EL CARBÓN Y EL DIAMANTE»
Iglesia Catedral de Ferrara, 25 de mayo de 1996
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Tenemos que seguir hablando de la Iglesia, la Esposa de Cristo. En Pomposa dijimos básicamente dos cosas. La primera: es el encuentro con la persona de Jesucristo y no el encuentro simplemente con su doctrina lo que te cambia la vida, lo que te da el ciento por uno. La segunda: sólo hay un modo, sólo un camino donde lograr este encuentro, porque sólo hay un «lugar» donde su Persona está presente. Este lugar es la Iglesia y, por tanto, el único camino es ser, estar en la Iglesia. Habíamos llegado a este punto.
Esta tarde debemos hablar (empezar a hablar) precisamente de la Iglesia: ¿qué es la Iglesia? Esta es la gran pregunta a la que intentaremos responder. ¿Y qué tienen que ver con esta pregunta.... el carbón y el diamante? Empecemos por esto.
1. Cuando estudiaba química me enseñaron que el carbón y el diamante tienen la misma realidad química y una estructura física diferente. Debido a esta diversidad, el carbón, lleno de contradicción interna, no deja pasar la luz, sino que se la come, la devora, la mata y permanece negro. El diamante deja que la luz entre y resplandezca en él y el carbón se convierte en algo de belleza y esplendor indescriptibles.
Tomemos ahora la oración bíblica que acabamos de leer. ¿Qué describe? Un carbón que se convierte en diamante: un grupo de hombres y mujeres que en su pobreza son como investidos, traspasados por una luz y una fuerza y se vuelven... espléndidos como los diamantes. Su realidad química no cambia: son hombres y mujeres antes y después; ha cambiado su «estructura interna». ¿Sabéis lo que ha sucedido? Se han convertido en IGLESIA. Así que esta página es de extraordinaria importancia porque nos describe precisamente la llegada de la Iglesia al mundo, SU INICIO, su constituirse dentro de nuestra historia. Y entonces, nosotros, para saber lo que es la Iglesia, debemos verla precisamente en su momento «original»: así es más fácil responder a nuestra pregunta. Queremos realmente captar los factores estructurales que constituyen este hecho.
2. Empecemos por el primer factor: la Iglesia es una comunidad visible de hombres y mujeres. Es un grupo de personas claramente identificable, específico: no es una sociedad secreta o invisible. El encuentro con Jesús, Señor resucitado, no es un hecho exclusivamente interior, que sucede sólo en lo íntimo de la conciencia de cada uno. No es un hecho individual, aunque sea personal (hay una diferencia esencial entre individuo y persona: pensemos en la experiencia humana del amor): sucede como comunidad de personas que se encuentran precisamente con toda la realidad de su persona. Escuchad cómo describe este hecho san Cipriano, un obispo mártir del siglo III: «Puesto que Aquel que habita en nosotros es uno, en todas partes ata y liga a los que son suyos con el vínculo de la unidad».
Veis la primera forma en que el carbón se convierte en diamante: nuestra individualidad, nuestra «soledad» que se convierte en «comunión» entre las personas. Es más, lo que inmediatamente suscita asombro es precisamente esto.
Pero ahora debemos hacer un pequeño esfuerzo para penetrar más profundamente en esta primera dimensión de la Iglesia. Y para ello podemos partir, como siempre, de una experiencia humana que estoy seguro que muchos de vosotros ya habéis vivido. ¿Qué es lo que crea una comunión profunda entre dos esposos que se aman de verdad? Es la pertenencia recíproca: uno es del otro. Si intentamos reflexionar, vemos que esto significa dos cosas:
a) He sido amado/amada (he sido elegido entre muchos posibles);
b) siento en esta elección-amor una sensación de seguridad, de fuerza que me sostiene. ¡Es una gran experiencia!
Ahora, ¿habéis prestado alguna vez atención al hecho de que en su oración, nosotros, la Iglesia, llamamos al Señor: Padre nuestro? Es decir: tú nos perteneces y el Señor nos dice: «tú, mi pueblo». Hay una pertenencia mutua que significa dos cosas: hemos sido elegidos-amados (pertenecemos a Él); y en Él encontramos nuestra fuerza. Por tanto: es la comunidad visible del Señor [Comunidad = Iglesia].
3. Pero ahora debemos descubrir la segunda dimensión del hecho de qué es la Iglesia, la más importante de todas.
Así pues, como hemos dicho, la Iglesia es esta estructura unitaria que tiene la certeza de existir porque Cristo vive en ella, toma con fuerza la vida de cada uno y la redime. Pero ahora preguntémonos: ¿en qué se basaban aquellas personas para tener la seguridad de estar con Cristo en su vida cotidiana? Porque su vida había sido transformada por una «fuerza que venía de lo alto», denominada «don del Espíritu Santo». Estemos muy atentos: aquí tocamos la realidad más profunda de la Iglesia. Estamos precisamente viendo el momento exacto en que el carbón se convierte en diamante.
«¿Qué significa el acontecimiento de Pentecostés para la existencia cristiana? Antes de Pentecostés Cristo se hallaba con los suyos “ante” los hombres. Entre unos y otros se abría un abismo. Los hombres no habían comprendido a Cristo, no le habían hecho “suyo” aún. El hecho de Pentecostés modifica totalmente esta relación. Cristo, su persona, su vida y su acción redentora se le hacen al hombre “cosa suya”» (R. Guardini).
Pondré un ejemplo. Cuántas veces, sacudidos por un dolor muy fuerte, a los que intentaban consolaros les habéis dicho: «¡hablar es muy fácil, tenías que sufrirlo!». O también: seguramente habéis leído algún poema u obra literaria sobre el amor y tal vez os ha conmovido. Y luego os habéis enamorado de verdad: es entonces cuando habéis comprendido verdaderamente lo que es el amor. Una cosa es comprender; una cosa es sentir; una cosa es conocer; una cosa es experimentar. Esto os ayuda a comprender un poco lo que es la Iglesia. Ella se constituye porque el Espíritu Santo es dado al hombre y el hombre vive así la experiencia de «estar en Cristo».
Pero, ¿de qué modo el Espíritu Santo hace ser a la Iglesia? ¿Hace ser a esa comunidad visible que somos nosotros, que es la Iglesia? De dos maneras estrechamente unidas, actuando, por así decir, en dos frentes.
A/ En primer lugar «produciendo» esas obras maestras que son los Sacramentos. Hablaremos de ellos. Por ahora, sólo quiero referirme al sacramento de la Eucaristía: es la fuerza del Espíritu Santo la que, a través de las palabras del sacerdote, re-presenta el Sacrificio de Cristo. Escuchad: «¿Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino... en la Sangre de Cristo? Yo te lo digo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza lo que supera toda palabra y todo pensamiento» (San Juan Damasceno).
B/ En segundo lugar, actuando dentro de nosotros: te hace sentir la presencia de Cristo, te une a Él, Cristo deja de ser sólo un recuerdo: te encuentras realmente con Él.
Pero me gustaría que no cayerais en un error que no es infrecuente hoy en día. Al oír hablar de estas cosas, no debéis pensar en quién sabe qué experiencia «extraordinaria». No: ¿sabéis lo que ocurre? Lo que sucede es que vuestra vida comienza a ser vivida de un modo nuevo: es vuestra realidad cotidiana la que se transforma. ¿Estás casado? Empiezas a amar a tu mujer/a tu marido con una profundidad, una intensidad que antes no tenías: has recibido un amor «cien veces» más grande. ¿Está prometido? Empiezas a ver a tu novia/a tu novio con una ternura, una reverencia, un respeto que antes no sentías. ¿Tu trabajo? No es sólo «producción» de bienes, es realización de tu persona. Mirad: es precisamente la cuestión del carbón y el diamante. Tienen los mismos elementos químicos, pero la estructura física interna ha cambiado.
Así pues, hemos visto la segunda dimensión esencial de la Iglesia: la Iglesia es el prodigio por el que el Espíritu Santo vence la historia, es ese acontecimiento fascinante por el que la fuerza del Espíritu atraviesa la vida humana y Cristo se hace presente en la fragilidad, el temor, la timidez y la confusión de nuestras personas unidas en una trabazón social.
4. Y ahora debemos sólo insinuar la tercera dimensión del hecho que es la Iglesia. Sólo insinuar, no porque no sea importante, sino porque ahora no tenemos más tiempo para extender la catequesis.
El hecho de que la Iglesia sea una compañía visible (primera dimensión) como tal no distingue todavía a la Iglesia: el hecho real que constituye a la Iglesia es -como hemos dicho- que esta compañía visible es realizada por el Espíritu Santo, en Cristo y Cristo está en ella (segunda dimensión). Pero este «milagro» se concreta en una estructura de relaciones que cualifica a esta compañía, en un modo de vivir y de actuar que es propio de esta comunidad: es como su «carta constitucional». Esta estructura se llama Caridad.
Pero de esto hablaremos en una próxima catequesis.
CONCLUSIÓN
He esbozado los tres elementos o dimensiones esenciales de la Iglesia: es una compañía visible, realizada por el don del Espíritu Santo, regida y estructurada por y en la caridad.
Leamos, como conclusión, un bello poema de Peguy, que expresa bellamente estas dos catequesis sobre la Iglesia.
Traducción de José Antonio Santiago
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