CATEQUESIS JUVENIL
POMPOSA, 27 de abril de 1996
[ ]
Todas nuestras catequesis han «girado» en torno a un centro: el encuentro con la Persona de Cristo. El encuentro: no el recuerdo, no el estudio de su doctrina, sino un acontecimiento que sucede con toda su imprevisibilidad y con todo su peso y tú ves, sientes una Presencia real. Con la Persona: él mismo, no simplemente «algo» que le concierne (su doctrina, su causa). Hemos dicho cuál es la condición para que se produzca este encuentro: no decapitar el propio deseo (como el joven rico: se contentó con poco). Hemos dicho que el encuentro se produce en la fe y por eso nos hemos preguntado qué significa «creer» y «no creer». Y finalmente nos hicimos la pregunta suprema: pero quién es este Jesucristo al que puedo encontrar. Hemos visto: es Dios mismo, que es capaz de vivir tu misma condición mortal y te salva.
Estoy seguro de que si, en este momento, habéis vuelto a sentir todo esto en vuestro corazón, ha surgido en vosotros una gran pregunta: «Yo, que vengo después de dos mil años desde que Cristo dejó este mundo, ¿cómo puedo verificar esta experiencia de salvación, cómo puedo encontrarme con Él y saber así si verdaderamente encuentro en Él mi salvación?». Para entender bien la pregunta, «salvación» no significa quién sabe qué. Es algo muy concreto: es el don de una libertad verdadera, de un amor verdadero, de la liberación de la desesperación en el dolor y del miedo a la muerte. Y todo esto es lo que Jesús promete a quien lo quiere seguir, y a quien lo encuentra. Sí, pero vuelve la pregunta: «¿cómo puedo ser capaz de darme cuenta de que esta exigencia de Jesús, de que su extraordinaria promesa es verdadera y no un engaño?». ¿Recordáis lo que le dijeron a Pilato sobre Jesús para que lo condenara? Es un seductor. Es decir: atrae a la gente con promesas que nadie ha hecho jamás, pero todo es un engaño. ¿Cómo puedo saber si esto es así o no?
Dado que, para responder a esta pregunta, muchos han seguido caminos que no han llevado a ninguna parte, porque sencillamente eran errados, quiero advertiros desde ahora mismo que no sigáis esos caminos. Otros ya lo han hecho y se han encontrado sin nada.
1. El primer camino quiero describíroslo con un ejemplo muy sencillo. Imaginemos que un chico ha encontrado a una chica y empieza a surgir el amor entre ellos. Uno de ellos empieza a pensar: «¿cómo puedo saber si me quiere o no?». Y decide: «ya que me ha escrito algunas cartas, iré a analizar esas cartas y así me daré cuenta». ¡Qué tontería! ¿Se puede saber, darse cuenta de quién es una persona para ti, prescindiendo de la persona misma, para estudiar lo que la persona ha dicho?
Muchos han buscado una respuesta a esa pregunta haciendo un estudio muy cuidadoso de lo que Jesús había dicho o hecho, a través de un estudio muy meticuloso sobre lo que de Él nos transmitieron aquellos que le habían visto y oído. ¿Qué encontraron al final? Nada.
¿Qué está en el origen de esta actitud? Un gravísimo error de método. Niega ya la posibilidad de la experiencia del encuentro con una persona: en el momento en que busco cuál de dos respuestas es la verdadera, una ya la descarto de partida. ¿Por qué? Porque sólo hay una forma de darse cuenta de si tu novia/novio te quiere: su compañía. Así que hay una manera de ver si Jesús... y, por tanto, hay que verificar si la «compañía» es posible hoy. Pero quien elige este camino ya dice de entrada: la compañía es imposible y, por tanto, debo verificar la hipótesis de lo que queda en la historia de la persona de Jesús. Pero, ¿y si esta compañía fuera posible?
2. El segundo camino es muy transitado hoy en día, también (y sobre todo) por vosotros, los jóvenes. Es más engañoso, porque es más seductor.
La pregunta, os acordáis, es: «¿cómo puedo razonablemente darme cuenta de que Cristo...?». La respuesta es: «haz lo que Él te dice que hagas (trabaja por los pobres, comprométete con la paz...), realiza con generosidad lo que Él te dice que hagas». Ya que, repito, esta respuesta es muy seductora y ha engañado ya a muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar a Cristo, debemos analizar bien esta respuesta.
Comienzo llamando vuestra atención sobre un episodio del Evangelio: el encuentro con Zaqueo. ¿Cuándo se produce el encuentro? ¿Cuando Zaqueo dice: «Devuelvo... doy la mitad a los pobres»? No: esta decisión de Zaqueo es consecuencia del encuentro con Cristo. Es Cristo quien dice: «baja, hoy como contigo»: he aquí la compañía. Y sólo entonces Zaqueo comprende que no se puede estar en compañía de Cristo y seguir robando, ensañándose con los más débiles, prevaricando con los inocentes.
Mirad: este segundo camino comete el mismo error que el primero. Piensa: sólo hay un modo de estar con Cristo, el de imitar lo que Él ha hecho. Asume ya que Él, en persona, no puede ahora flanquear el camino del hombre. Él sigue estando presente porque y en el sentido de que sigue diciéndome lo que debo hacer.
Pero, ¿es realmente cierto que ésta es Su compañía? ¿Es sólo ésta? ¿O bien puedo darme cuenta... viviendo la misma experiencia que Zaqueo? ¿Cristo, en persona, sigue acercándose a mí y caminando conmigo?
La respuesta a esta pregunta tiene un nombre: se llama IGLESIA. Es decir: sólo hay un modo, sólo hay un método, sólo hay un camino para verificar si lo que Cristo te dice es verdadero o falso, y es vivir la experiencia de la Iglesia, estar en la Iglesia. La Iglesia es el lugar donde puedes experimentar si lo que Cristo dice es verdad o no, porque la única manera de hacer esta comprobación es estar en compañía de Cristo. Y la Iglesia es esta compañía. Quien ha expresado todo esto de la manera más perfecta, me parece que ha sido Juan, en la primera carta (1, 1-3). La Verdad, la Vida eterna se hace carne y tú la puedes tocar. Y esta posibilidad permanece idéntica después de 100, 1000, 2000 años, porque esa Carne te alcanza a través de una realidad que se ve, se toca. ¿Cuál? La «compañía» de los que creen en Él, es decir, la Iglesia. La Iglesia es la presencia de Cristo en medio de nosotros. Y cuando decimos Iglesia, decimos algo muy concreto: son hombres y mujeres que viven en un determinado territorio, en un determinado ambiente. La Iglesia no es una idea: son estos hombres y estas mujeres.
Es esta realidad la que se muestra al hombre como prueba de si Cristo es o no su salvación. Y así la eventual adhesión a Cristo es verdaderamente razonable.
Y aquí nos encontramos con las mismas «dificultades» que experimentaron sus contemporáneos frente a Cristo: «pero cómo puede ser lo que dice, si sabemos quién es en realidad, el hijo de María y de José...». Se trata siempre de la misma «provocación divina»: ¡Dios hecho carne!
Y así veis el sinsentido del que dice: «Cristo sí - la Iglesia no». ¿Cómo haces para encontrar en «carne y hueso» a Dios hecho carne hoy? ¡La Iglesia es el acontecimiento más grande que existe!
Mirad, finalmente, lo que dice Ch. Peguy: «Él está aquí. Está como el primer día. Está entre nosotros como el día de su muerte. Eternamente está entre nosotros igual que el primer día. Eternamente todos los días. Está aquí entre nosotros durante todos los días de su eternidad».
Traducción de José Antonio Santiago
|