ENCUENTRO DE ORACIÓN PARA JÓVENES
FERRARA - CATEDRAL
16 DE DICIEMBRE DE 1995
[ ]
Habíamos terminado el encuentro pasado con una pregunta: ¿es «razonable» la elección del joven o es razonable la elección de Pedro, de Juan? Habéis oído bien las dos respuestas. La primera dice: no es razonable seguir a Cristo, porque... (cfr. la primera catequesis); la otra dice: es razonable porque «cualquiera ...». ¿Quién tiene razón? Esta tarde intentaremos responder a esta pregunta.
Antes, sin embargo, debemos hacernos otra pregunta: ¿qué queremos decir cuando decimos «es razonable - no es razonable»? Partamos de un ejemplo muy sencillo. Imaginemos que dos de vosotros, delante de un pastel, comienzan a discutir porque uno afirma que el pastel está muy dulce y el otro afirma que no está dulce. Para dirimir la discusión y saber quién tiene razón, ¿cómo se puede hacer? Sólo hay una manera: comer el pastel y así gustar si es dulce o amargo. El ejemplo nos ayuda a entender muchas cosas. Existe en los dos un gusto que les hace distinguir lo dulce de lo amargo, lo salado de lo soso... y así, cuando come un alimento, percibe inmediatamente si es dulce, salado... ¿Existe en el hombre un «gusto» que le hace distinguir lo que es razonable de lo que no es razonable, por el cual apenas «siente» decir: «nuestra vida es corta y triste...» dice «¡es verdad!» o «¡no es verdad!»? Sí, existe. ¿Qué es esta «boca» espiritual? Es tu corazón, es el deseo que habita en tu corazón.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer esta tarde? Una operación estupenda: comparar el deseo de nuestro corazón con las dos propuestas y ver, sentir cuál de las dos es verdaderamente deseada, es decir, sentida en armonía con nuestro deseo.
Pero debo advertiros inmediatamente de un peligro que puede llevaros enseguida fuera del camino. Volvamos a nuestro ejemplo. Sucede a menudo, cuando se trata de probar algún alimento, que alguno dice: «No puedo, estoy resfriado, no percibo los sabores». Así, cuando dije: «intenta sentir en tu corazón, confrontar las dos propuestas con tu deseo», es necesario custodiar en tu corazón el deseo íntegro, no haberlo decapitado. Quiero ser más claro. A menudo se oye decir: «se necesita poco para ser felices». Sí, para quien quiere ser poco feliz.
He aquí, por fin, el camino que ahora debemos recorrer. Primer paso: no decapites tu deseo. Es decir: prescinde de momento de quién de los dos tiene razón. Simplemente: escucha a tu corazón, ¿qué desea realmente? No, no me respondas «deseo ir de discoteca...». Segundo paso: intenta confrontar las dos propuestas y mira cuál de las dos responde totalmente al deseo de tu corazón. Y entonces podrás concluir: no he decapitado mi deseo, he custodiado íntegro en mi corazón el deseo y es razonable pensar que...
PRIMERA ETAPA
No decapites tu deseo
Cuando te pregunto: «¿qué quieres, qué deseas realmente?», por supuesto que puedes decirme: mira, deseo ir de discoteca. De acuerdo. Pero si tienes la bondad de seguir escuchándome, te pregunto: «pero, ¿deseas estar siempre en la discoteca? ¿Deseas sobre todo estar en la discoteca?». Seguro que me dices: «no, uno no puede estar siempre en la discoteca. Uno va a divertirse». Dos cosas: hay deseos que tienen una importancia secundaria y están orientados a satisfacer a otros. Uno tiene el deseo de ir a la discoteca porque tiene el deseo de divertirse. Llamemos, entonces, penúltimos deseos a esos deseos que son como los de ir de discoteca y preguntémonos: ¿hay un deseo último o todos nuestros deseos son penúltimos? Quizás he corrido demasiado y puede que no hayáis captado la importancia de la pregunta. ¿Cómo se reconoce que uno de nuestros deseos es penúltimo? Por el hecho de encontrar la respuesta a la pregunta: ¿por qué deseas esto? Pero si pregunto: ¿por qué deseas amar? ¿Qué respondes? Porque amar es bello. Exacto. Mirad (digamos la gran palabra): hay deseos que desean algo definitivo, realmente último. No puedes ir más allá. ¿Hay o no hay en nuestro corazón la presencia de deseos últimos? ¿O sólo hay un impulso de deseos? En este momento os pido que no me escuchéis a mí, sino a vosotros mismos, a vuestro corazón. Estoy seguro: hay un deseo de plenitud, de finalidad: no sólo hay deseos penúltimos, sino también un deseo último.
Pero eso no es todo. Continuemos escuchando a nuestro corazón. La satisfacción de un deseo «penúltimo» no puede durar toda la vida: ¿se puede estar en una discoteca toda la vida? Pero si te dijera: nos cansamos de estar en una discoteca, ¿y por qué cuando estás con tu novia no notas que pasa el tiempo? Pongamos otro ejemplo: nos cansamos cuando nuestro ojo ve una luz demasiado intensa, ¿por qué nunca te cansas de amar y nunca dices que amas demasiado? Y lo mismo ocurre con la experiencia de la belleza.
Todas estas experiencias nos llevan a otro descubrimiento de lo que hay en nuestro corazón. Mientras que los deseos penúltimos no pueden durar siempre, la realización de los deseos últimos nunca cansa. ¿Sabéis cómo se llama la satisfacción de los deseos penúltimos? placer; ¿sabéis cómo se llama la satisfacción de los deseos últimos? alegría. Esta es la diferencia entre el placer y la alegría. Os pido en este momento que ya no escuchéis mi palabra, sino lo que os dice vuestro corazón: ¿hay sólo deseo de placer o hay también deseo de alegría? Estoy seguro: deseamos la alegría porque deseamos una plenitud definitiva de nosotros mismos.
Pero esto no es aún todo lo que hay en el corazón humano: la presencia en él de deseos últimos y no sólo penúltimos, el deseo de la alegría y no sólo del placer no agotan toda su riqueza. ¿Qué más hay? Nos queda por descubrir el deseo más humanamente verdadero. «Nacemos por casualidad», dice el texto. Ésta es la situación espiritual más profunda que existe: es la pregunta radical. ¿Hay una razón por la que estoy aquí? ¿Hay una garantía de significado o todo es pura casualidad? ¿Cuándo experimentamos que no hemos nacido por casualidad?
Entonces: escucha a tu corazón. Estoy seguro de que en él descubrís el deseo de que haya una garantía de significado y por eso exclamáis, cuando amáis: ¡qué maravilla que existas! (gratias agimus tibi...).
Hemos recorrido toda la primera etapa. ¿A qué hemos llegado? A descubrir en nuestro corazón el deseo de algo pleno, definitivo, que es la alegría (no sólo el placer), a haber aferrado la garantía de un significado total. Si no es satisfacción última sino sólo penúltima, si sólo está mezclada de placer y no es alegría total, hay tristeza: una tristeza que te persigue y contra la que intentas luchar. Dante dice:
Ciascun confusamente un bene apprende nel qual si queti l’animo, a disira; per che di giugner lui ciascun contende (Purgatorio, XVII, 127-129)
SEGUNDA ETAPA
¿Quién tiene razón? ¿Cristo o el otro?
Ahora es la etapa más delicada: se trata de... comer el pastel para ver si tiene razón el que dice que es dulce o el otro.
Escuchemos las dos propuestas.
La primera te dice: tu deseo es «loco», debes «decapitarlo», deseas «demasiado». Establezcamos inmediatamente el fundamento de esta propuesta: «hemos nacido por casualidad». Es decir: no existe un sentido, una garantía que te asegure frente al absurdo. Decapita este deseo. ¿Y cuál es la consecuencia? Conténtate con el placer; no busques la alegría; decapita el deseo de alegrarte. ¿Por qué? Porque no hay nada definitivo: acorta tu espera demasiado larga. He aquí la primera propuesta: ¿es razonable? ¿Por qué decapitar tu deseo?
La segunda te dice: tendrás el ciento por uno. ¿Por qué dices esto? Me gustaría indicaros algo: la razón ya había planteado esta posibilidad. Escuchad una página de Platón. La página es extraordinariamente grande. Con una condición es razonable: si se trata de Dios mismo venido a vivir verdaderamente nuestra existencia. ¿Por qué? Existe la garantía del significado, existe la posibilidad de la alegría, hay algo definitivo. Si Dios se hizo hombre, ya no tienes que decapitar tu deseo. En el encuentro con Él, tu deseo es impulsado a realizarse, a cumplirse en toda su amplitud.
Conclusión (Dostoievski)
Oración
¡Oh Señor mío y Dios mío! Esta tarde estos jóvenes han querido ponerse a la escucha de su corazón para oír en él el eco de tu llamada. «Nos has hecho para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti», dijo un gran amigo tuyo y nuestro. ¡Hasta que descanse en Ti! Esto es lo que te pido, oh Señor, esta tarde. Andrés, Juan, Pedro te encontraron. Asombrados y conmovidos al escuchar que Tú eras el «deseado», te siguieron y obtuvieron el ciento por uno. Te pido que cada uno de estos jóvenes no renuncie nunca a vivir según la amplitud de su deseo de belleza, de bondad y de verdad. Y para esto que te encuentre y que te siga. Madre de Cristo, tú has visto que antes o después se acaba el vino de nuestros penúltimos deseos: queda el deseo del vino que sólo Cristo da. Tú lo pediste para los dos jóvenes de Caná: pídelo esta tarde para cada uno de estos jóvenes.
Traducción de José Antonio Santiago
|