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Conferencia de El Cairo y doctrina cristiana del matrimonio
México, Febrero 1995


No es fácil, en el poco tiempo que tengo a disposición, hacer una presentación clara y completa de los problemas discutidos en la Conferencia de El Cairo, de las soluciones propuestas o impuestas, de la posición de la Santa Sede. Creo que será más útil, considerando todo esto, reducir nuestra reflexión a tres puntos esenciales que podemos enunciar bajo la forma de tres preguntas: ¿Cuál ha sido la confrontación fundamental (la verdadera materia de debate) en El Cairo? ¿Cuáles han sido los problemas fundamentales surgidos de la discusión de fondo? ¿Cuáles son las perspectivas futuras para la Iglesia y para la sociedad? Mi reflexión tratará de responder a estas tres preguntas y tendrá, por tanto, tres puntos.

 

1. LA MATERIA DEL DEBATE

Como ustedes saben, el tema oficial de la Conferencia era: “Población y Desarrollo“. Era la tercera Conferencia, después de la de Bucarest (mil novecientos setenta y cuatro) y la de México (mil novecientos ochenta y cuatro). En efecto, está establecido que cada diez años se desarrollen encuentros para examinar la situación demográfica del planeta, ponerla en relación con el desarrollo socio- económico de las naciones y disponer planes de intervención demográfica. Ya desde la preparación, resultaba evidente que se perfilaba un fuerte contraste entre la Santa Sede y los documentos preparatorios. En efecto, hubo algunos hechos absolutamente extraordinarios por parte de Juan Pablo Segundo. El diecinueve de marzo de mil novecientos noventa y cuatro, por ejemplo, había escrito a todos los jefes de Estado para expresarles las razones de su “dolorosa sorpresa“, al leer el documento final preparatorio. Como consecuencia de esta carta, el Presidente de Argentina había invitado a todos los países de América Latina a formar un bloque contra la legalización del aborto. Durante la Conferencia, toda la prensa del mundo había resaltado esta confrontación entre la Santa Sede y la casi totalidad de los países.

Surge entonces, espontáneamente, la pregunta: ¿Qué fue lo que realmente sucedió? ¿Cuál ha sido la materia del enfrentamiento? Quisiera comenzar mi respuesta citando un párrafo de la Carta del Santo Padre a los jefes de Estado: “La única respuesta a la cuestión demográfica y a los retos propuestos por el desarrollo integral de la persona y de la sociedad, parece reducirse a la promoción de un estilo de vida, cuyas consecuencias, si fuesen aceptadas como modelo y plan de acción para el futuro, podrían revelarse particularmente negativas”. Precisamente: está dicho todo. El verdadero contraste, el nudo esencial de la confrontación, tiene relación directa con los estilos de vida. El límite pasa por encima de los conceptos de dignidad de la persona humana, de matrimonio y de familia. En una palabra, aquello sobre lo que se discute es: El Hombre, ¿quién es el hombre? ¿Se acuerdan? Hasta mil novecientos ochenta y nueve existía el muro de Berlín: ha sido derribado. Pero ahora existe otro muro. En Berlín, además del muro, estaba el materialismo teórico; aquí, además del muro, están el utilitarismo y el

individualismo declarados, promocionados y exaltados; además del muro, está el materialismo práctico. Este nuevo muro está implantado en la dimensión religiosa del hombre, desde el momento en que separa a quien afirma de aquel que niega la presencia en el hombre, en cada hombre, de un “misterio” que lo hace infinitamente más digno que cualquier otra realidad de este mundo.

Quisiera, sin embargo, insistir en el hecho de que se trata de una confrontación política. Alguno, en efecto, oyendo hablar de dimensión religiosa, podría pensar que la diversidad entre las dos concepciones se refiere sólo a la esfera del culto y de la salvación eterna. No; se trata de un problema que también es político. Según se defina al hombre de un modo o de otro, cambia todo: el concepto de desarrollo, el principio de igualdad, la dignidad humana, la definición misma de matrimonio y de familia.

Hubo en El Cairo dos señales, sobre todo, que nos indican que esto era el contraste de fondo.

La primera señal puede mostrarse describiendo... las fuerzas de campo. Más acá y más allá del muro de Berlín se podían contar los misiles, las cabezas nucleares, etcétera. Más acá y más allá del muro de El Cairo no hay armas ni ejércitos. Por una parte está una potencia verdaderamente masiva: los Estados más ricos del mundo, las organizaciones internacionales más ramificadas, el dinero en abundancia, el dominio de los medios de información. De la otra parte está una persona, el Santo Padre, fuerte, únicamente, en su palabra, que es la verdad acerca del hombre. Para pronunciar esta palabra que defiende a los pobres, él no ha dudado en arriesgar la soledad, en sufrir intimidaciones y denigraciones.

La segunda señal está constituida por un silencio, un trágico silencio. Se habla infinitas veces, en los documentos de la Conferencia, sobre los derechos del hombre, pero de él no se habla jamás. ¿De quién? Del niño todavía no nacido. Tímidamente, una cláusula ha introducido el derecho a la vida en el texto final (principio primero en el capítulo segundo): “Cada uno tiene derecho a la vida“. En el texto preparatorio faltaba incluso esto. ¿Está incluído también él? Nos han mirado al decirlo. En efecto, una visión individualista y utilitarista no puede reconocer una dignidad absoluta a la persona humana ya concebida y todavía no nacida.

 

2. LOS PRINCIPALES PROBLEMAS

Si se tiene ante los ojos este panorama, se pueden entender bien los principales problemas, afrontados concretamente en El Cairo, y las soluciones propuestas. Estos problemas fueron cinco: La relación entre incremente demográfico y desarrollo; el aborto; la familia; la contracepción; la condición femenina. No podemos y no es necesario, detenernos ahora a referir con detalle todas las discusiones sobre cada uno de estos problemas particulares. Quiero limitarme, más bien, a algunas observaciones generales sobre el modo en que han sido afrontados estos cinco problemas.

La primera se refiere directamente al tema de la familia. Como ustedes saben, durante toda la fase preparatoria no se quiso, no se pudo definir la familia en cuanto fundada sobre el matrimonio. Durante la Conferencia se llegó a una posición más equilibrada, si bien no satisfactoria, en el sentido de que al final, por lo menos, no ha quedado reducida a una forma de convivencia cualquiera. El principio nueve del capítulo siete introducido en El Cairo modificando el proyecto inicial, confirma que: “la familia es la unidad de base de la sociedad y, como tal, debe ser reforzada“. La diversidad de los modelos familiares, que en el proyecto debía ser considerada como un valor (la familia fundada sobre la base del matrimonio entre un hombre y una mujer era reducida a una forma de familia), al final se ha convertido sólo en la constatación de un hecho, no en la afirmación de un valor. Tal valor. Tal vez es difícil darse cuenta inmediatamente de este problema. En cualquier cultura, se ha afirmado siempre que el fundamento de la familia es el matrimonio y que el matrimonio es la legítima convivencia entre hombre y mujer.

Pero ahora se nos comienza a preguntar: ¿Y por qué razón no podemos calificar como matrimonio la convivencia (homosexual) entre hombre y hombre, entre mujer y mujer? ¿Por qué un hombre o una mujer sola, no tendrían derecho también a adoptar o procrear un hijo? Hoy, la procreación artificial hace posible todo. Por tanto, debe afirmarse el valor de una pluralidad de formas de familia-matrimonio, teniendo todos la misma dignidad frente a la sociedad y a las leyes. Es sabido que en algunos países europeos ciertas propuestas ya han sido introducidas en las leyes.

Frente a todo esto, la persona queda desconcertada. Pero busquemos superar el justo desconcierto y tratemos de entender qué cosa está en la base de esta estrategia destructiva de los fundamentos mismos de la sociedad. Está la idea de que el ser- hombre y el ser-mujer, es decir, de que la femineidad y la masculinidad no tienen en sí mismos y por sí mismos un significado que la libertad del hombre debe reconocer, respetar y venerar. No tienen otro significado que el que la libertad de cada uno le quiera atribuir. Me explico mejor, dado que se trata de un punto central para entender qué fue lo que sucedió en El Cairo. Está claro, y ninguno lo discute, que entre femineidad y masculinidad existe una reciprocidad biológica y psicológica. Detengámonos a considerar la biológica: Es igualmente claro, y ninguno lo discute, que esta reciprocidad biológica está orientada a la procreación: la sexualidad humana está hecha de tal modo que puede generar la vida. Pregunta: ¿Todo esto tiene un sentido para mi libertad, según el modo con el cual decido vivir la sexualidad? Ninguno, responden. Cada uno puede realizar su sexualidad incluso uniéndose a personas del mismo sexo dentro de una forma estable de convivencia, y no se ve por qué esta convivencia no puede tener los mismos derechos que el matrimonio, incluido aquel de tener hijos (se entiende que a través de la fecundación artificial).

y aquí hemos llegado al punto central: a la base de todo esto, espero que ahora no sea difícil entenderlo, está una experiencia de libertad corrompida. Es una libertad desvinculada de cualquier orden objetivo. ¿Se acuerdan qué cosa decía hablando del muro de Berlín? Más allá del muro hoy está una visión individualista-subjetivista de la persona humana. El modo como se ha afrontado en El Cairo el problema de la familia lo demuestra ampliamente.

La segunda observación respecta al problema de la contracepción, al modo en el que ha sido afrontado este problema. Se debe notar, ante todo, que este tema está presente por donde quiera en los documentos y en la discusión, en los dieciseis capítulos, de manera obsesiva, martillante. La recomendación es la de propagar, la de ofrecer medios anticonceptivos a todo mundo: en la escuela, en los lugares de trabajo, de diversión. A todos: hombres, mujeres, jóvenes, adolescentes, adultos. Se quería construir como un anti-Humanae Vitae universal. Una vez más preguntémonos: ¿Qué es lo que está a la raíz de esta increíble programación anticonceptiva? En este campo, la Conferencia de El Cairo ha hablado sin ninguna ambigüedad. Ha afirmado el derecho de la persona particular a una “vida sexual satisfactoria y segura, comprensiva ante la posibilidad de procrear y ante la libertad de decidir si, cuándo y cuántas veces hacerlo”. La relación de la sexualidad con el amor y el matrimonio, simplemente es ignorada. El ejercicio de la sexualidad es un derecho del individuo y su ejercicio no debe hacer referencia a una verdad de la sexualidad, que se imponga a la libertad. En este contexto, se entiende bien cuál es exactamente el significado profundo de esta exaltación de la anticoncepción.

No se trata de resolver el problema de la pareja. Se trata de liberar completamente la sexualidad. ¿Liberarla de qué cosa? ¿Liberarla para qué cosa? Liberarla de su natural capacidad procreativa, de suerte que el individuo pueda vivir su sexualidad según una des-responsabilización total en la relación con terceros. La “salud sexual y reproductiva”, de la que tanto se ha hablado, significa en substancia aquella condición de la persona, en la cual ella no depende de condiciones naturales (incluida la fecundidad) para el ejercicio de la sexualidad. Como pueden ver, regresa claramente la concepción utilitarista e individualista de la que ya he hablado anteriormente. En efecto, en su intervención final, el Presidente de la Delegación Pontificia ha dicho oportunamente: “La Santa Sede considera los términos <salud reproductiva> y <derechos reproductivos>, como componentes de un concepto integral de salud, en cuanto que, cada uno en su propio ámbito, abrazan a la persona en la totalidad de su personalidad, de su mente y de su cuerpo, y promueven el logro de una personalidad madura en la sexualidad, en el amor recíproco y en la capacidad decisional que caracterizan la relación conyugal según las normas morales”. Ahora pueden ver claramente qué está más acá y más allá del muro: dos concepciones de la persona humana.

La tercera y última observación será muy breve y se refiere a la cuestión demográfica. Sé muy bien lo compleja y difícil que es; pero es igualmente claro cuán diverso es el espíritu como se afronta según donde uno se encuentre... de éste o de aquel lado del muro. Basta ver cómo respondemos a una pregunta: ¿Se puede resolver este problema dejando que permanezca la actual distribución de las riquezas disponibles? ¿Se puede continuar con ese estilo de vida consumista que altera el ambiente y sustrae riquezas a las futuras generaciones, y acusar de la degradación ecológica a los países pobres debido a su alta tasa demográfica? Pero citemos algunos hechos verídicos. Un francés consume ciento cincuenta y cinco veces más energía que un ciudadano de Mali. Cincuenta y siete millones de italianos consumen lo mismo que dos mil millones de chinos. En toda la Europa comunitaria, existen leyes que premian a los propietarios y a los agricultores que no cultivan la tierra. Entendieron bien: he dicho que no cultivan. Tanta es cultivan. Tanta es la super-producción agro- alimentaria.

Pueden entender ahora por qué no es exagerado hablar de un “muro”.

 

3. PERSPECTIVAS A FUTURO

Puestos de frente a esta situación, toda persona responsable y consciente de los destinos de la humanidad, se debe preguntar sobre el propio compromiso futuro. Mi impresión es que la Iglesia en El Cairo ha vencido una batalla, pero todavía no la guerra. Es decir, ha obtenido una victoria de contención; no ha derribado el muro.

Existen fuerzas que esperan la revancha, y lo han declarado, en los próximos consensos internacionales, el de Copenaghe la primavera próxima y, sobre todo, el de Pekín en otoño de este año. He aquí por qué el momento es muy crítico. Quisiera, por ello, precisar algunas orientaciones prácticas, perspectivas futuras de trabajo.

Es de suma importancia y urgencia, dar fuerza a los movimientos familiares (pienso en FAME por ejemplo), para que su presencia sea cada vez más incisiva en todos los lugares en los que se toman decisiones referentes a la familia. Me refiero, en primer lugar, al ámbito político y al ámbito educativo.

De cuanto he dicho en los primeros dos puntos de mi relación, resulta que nos encontramos en el interior de una confrontación entre dos concepciones, dos definiciones de persona humana. El hombre es un individuo, dice una, movido en su actuar por su propia utilidad; el hombre es una persona, dice la otra, llamada a la comunión con los demás en la verdad y en el amor. En la primera perspectiva la construcción de la sociedad consiste en encontrar equilibrios siempre muy frágiles entre intereses opuestos: una construcción que margina inexorablemente a los más débiles. En la segunda perspectiva, la construcción de la sociedad consiste en la comunicación de sí mismo, en el reconocimiento pleno de la dignidad de cada persona humana, sobre todo del más débil. Se trata de custodiar y de promover esta visión. ¿Dónde y cómo?

El primero y fundamental lugar donde es custodiada esta visión del hombre es el matrimonio y la familia. No es por casualidad que quien sostiene y promueve la visión individualista del hombre, busque desmembrar en primer lugar a la familia.

El otro lugar fundamental es la educación de los jóvenes: guiar a la persona al descubrimiento y a la asimilación de la verdad sobre el hombre.

Es en este contexto en el que se coloca la actividad de nuestro Instituto (el Instituto Juan Pablo Segundo): ser uno de los lugares en los que se educan los jóvenes para abrir los ojos a la luz de la verdad sobre el hombre.