Claridad sobre la Teología de la Liberación
Il Sabato, octubre de 1984
Queriendo dar un poco de claridad con relación al difundido debate suscitado en estas semanas sobre la teología de la liberación, no será inútil comenzar desenmascarando un lugar común impuesto artificialmente por muchos periódicos.
¿Quiénes son los defensores de la teología de la liberación? Aquellos que se han puesto al servicio de los pobres, que se comprometen por una sociedad más justa. ¿Quiénes son los críticos de la teología de la liberación? Aquellos que se han puesto al servicio de los ricos, que no quieren la justicia.
La simplificación, impuesta repito, por grandes órganos de prensa italianos y extranjeros, es injusta y estúpida. Es injusta hacia tantos hombres y mujeres — muchos los conozco personalmente — obispos, religiosos, sacerdotes y laicos que dedican toda su vida a la caridad y han saludado la reciente Instrucción de la S. Congregación para la Doctrina de la Fe [i] como una clarificación necesaria y esperada desde hace tiempo. Es estúpida, porque — intencionalmente o no — desvía la atención de los verdaderos términos del problema.
¿Cuáles son? La cuestión no es saber si ser cristiano implica o no un compromiso serio y cotidiano por una sociedad más justa. La cuestión, o, mejor dicho, las cuestiones giran en torno a la naturaleza de este compromiso y al camino a seguir para ponerlo en práctica: esta es la “materia de la contienda”. Y es una contienda que ahora gira en torno a la verdad misma del Credo cristiano y, por lo tanto, de nuestro ser Iglesia. Y esto — y no vínculos inconfesados u ocultos con centros de poder político y económico no mejor identificados — explica la necesidad de una intervención magisterial. La verdad de la fe no puede ser abandonada a interpretaciones que terminan negándola en puntos esenciales.
No presumo indicar todos estos puntos esenciales, pero quisiera llamar la atención solo sobre algunos de ellos.
Podemos comenzar preguntándonos cuál es el sentido del compromiso de la Iglesia por la justicia. Este compromiso se sitúa dentro de su misión salvífica: esa misión que tiene como fin no al “pobre” o al “rico”, al “burgués” o al “proletario”, sino al hombre.
En la perspectiva de la Iglesia, la pertenencia a una clase social en lugar de otra es accidental, así como es accidental la edad, la raza o cualquier otra cosa. Lo que es esencial es que se trata de una persona humana: es decir, de quien es amado por el Padre al punto de que por ella ha enviado y dado a su hijo unigénito. La injusticia, por lo tanto, contra la cual la Iglesia nunca luchará lo suficiente, es todo lo que de alguna manera no reconoce este valor incondicional de la persona: de cada persona, incluso la ya concebida y no nacida. Porque — para hablar con extrema claridad — deja, por decir lo menos, perplejo constatar que estos “profetas de los pobres”, que escriben en los grandes órganos de información, son los mismos que en varios países se han comprometido por la liberalización del aborto.
El compromiso de la Iglesia es de naturaleza ética. ¿Qué significa exactamente esto? No precisamente que quien tiene menos, tenga más, sino que cada persona pueda ser persona, en la verdad completa de su incomparable dignidad y preciosidad. Si se compromete también en el plano del tener, es solo porque y en cuanto es necesario para el desarrollo de toda la persona. Y esto explica un punto de la doctrina cristiana sobre el cual en el presente debate siempre se guarda silencio y que, aparentemente, parece en contradicción con el compromiso del que estamos hablando. Es el valor, siempre muy exaltado en la tradición cristiana, de la pobreza.
Existen condiciones en las cuales la persona humana no puede ser ella misma: estas deben ser cambiadas. Pero, por otro lado, el valor en sí no es el estado económico, la posesión de bienes. Se debe tener lo necesario y suficiente para ser personas. La naturaleza ética del compromiso de la Iglesia por la justicia, en el fondo, expresa que el supremo interés de la Iglesia no es la economía, la política o cualquier otra cosa: es simplemente el hombre: el hombre visto a la luz de su altísima vocación a convertirse en hijo de Dios en Cristo. Por esto, es el mismo Papa quien en Edmonton [ii], con acentos proféticos, grita a los ricos que les espera un juicio severísimo y que, coherentemente, no pierde ocasión para condenar con la misma fuerza el aborto y la anticoncepción. Es el vicario de Aquel que dijo: “¿qué importa a un hombre tener el mundo entero, si luego pierde a sí mismo?”.
La naturaleza ética del compromiso de la Iglesia por la justicia, determina coherentemente la metodología, indica el camino que debe seguir. No puede ser el camino que rompe y destruye la participación de cada persona humana en la misma humanidad: que destruye la conciencia de la comunión en la misma dignidad. Es el camino de la profunda educación de la conciencia moral, en la convicción de que la distinción esencial — es más, la contraposición sustancial — no pasa por la pertenencia a las diversas clases sociales: es la que existe entre lo que es bueno y lo que es malo. Y, entonces, ¿cuál es el verdadero alcance de la presencia en el debate sobre la teología de la liberación, de la temática marxista? Una vez más, se ha querido hacer creer que la Iglesia quiere “tomar partido” por un sistema, el capitalista, contra otro, el socialista. Aparte de la simplificación de esta visión de sistemas, la miopía de quien interpreta el compromiso de la Iglesia en estos términos, roza la ceguera. La Iglesia “toma partido” por el hombre y por sus derechos fundamentales. Y esta “toma de posición” no puede no implicar un juicio de rechazo total de una visión del hombre que niega a la persona humana en su verdad fundamental, encerrándola dentro de la inmanencia historicista. La Iglesia no es ni capitalista ni socialista: es por el hombre, simplemente.
Todos conocemos la leyenda del Gran Inquisidor [iii] que Dostoevskij incluyó en la novela Los hermanos Karamazov. En un momento dado, el anciano le dice a Cristo: «Sabes que pasarán los siglos y la humanidad proclamará por boca de su sabiduría y de su ciencia que el delito no existe, y por lo tanto tampoco existe el pecado, sino que solo existen los hambrientos. “¡Aliméntalos y luego exige la virtud!”, esto es lo que escribirán en la bandera que levantarán contra Ti y que derribará Tu templo». No quiero, obviamente, adentrarme en la interpretación de estas oscuras páginas del gran novelista ruso. Pero reflexionar sobre ellas puede ser esclarecedor en la confusión que se ha ido creando en torno a la teología de la liberación.
¿Quiénes son los sucesores del gran inquisidor? Aquellos que creen que hablar a un pueblo de hambrientos sobre conciencia moral, sobre el bien y el mal, es una ilusión, es engañar a los pobres. Aquellos que creen que lo más importante para el destino del hombre individual, para el destino final de la historia, está decidido, en el fondo, por el conflicto entre quién es económicamente opresor y quién es económicamente oprimido, y no por el conflicto — interno a la libertad del hombre — entre el bien y el mal.
¿Quién está realmente del lado del hombre pobre? Con la reciente Instrucción, la Iglesia ha querido estar tan de este lado que defiende al pobre no solo del hambre, sino también de la peor de las pérdidas: la de la dignidad de su persona. Pérdida... inevitable cuando se confía en una doctrina, como la marxista, para la cual el hombre no es más que “el conjunto de sus relaciones sociales”.
La tipología configurada por Dostoevskij en estas semanas se ha invertido. Esa Iglesia “institucional” que es atacada como y porque está ligada al poder, ha sido puesta en su verdadera luz precisamente por estos ataques — y colocada en su lugar propio. Se le reprocha, como a Cristo, ser enemiga del pueblo, porque a ella no le importa supremamente que todos tengan más, sino que todos sean más personas humanas. Y es ridiculizada como Cristo. Porque, como Cristo, tiene un amor y una estima tan grandes por el hombre que dice que cada hombre tiene un destino eterno.
N.T.
[i] Sagrada Congregación Para La Doctrina De La Fe – Instrucción Sobre Algunos Aspectos de la «Teología De La Liberación» (06 Agosto 1984). https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19840806_theology-liberation_sp.html [2025/02/07]
[ii] Juan Pablo II. (1984). Viaje apostólico a Canadá. Concelebración eucarística para el desarrollo de los pueblos. Homilía de juan pablo ii Aeropuerto de Edmonton Lunes 17 de septiembre de 1984. En este enlace puede leerse el documento de la Homilia en Inglés y en italiano. De igual forma en el sitio del Vaticano: En inglés. En Italiano
[iii] "El Gran Inquisidor" no es una obra autónoma, sino un capítulo dentro de Los hermanos Karamázov (1880) de Fiódor Dostoievski. Se presenta como un poema en prosa narrado por Iván Karamázov, un intelectual escéptico y ateo, a su hermano menor Aliósha, un joven novicio cristiano. A través de este relato, Iván expresa su visión crítica sobre el cristianismo y la condición humana. En este sitio puede leerse el cuento: https://www.literatura.us/idiomas/fd_elgran.html
Traducción de Juan Carlos Gómez Echeverr
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