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Encuentro con la Asociación "Famiglie per l'Accoglienza"
«La conyugalidad: dono y sacramento»
Bolonia, Cine Galliera, 31 de mayo de 2014


Me habéis pedido que os hable de la conyugalidad. Lo se puede hacer desde diversos puntos de vista. He elegido hacerlo desde el punto de vista de la fe considerando la conyugalidad como existe entre dos bautizados.

Ésta no es una reflexión que escucháis frecuentemente, inmersos como somos en discursos psicológicos y/o sociológicos. El mío quiere ser un esquema de catequesis de la conyugalidad.

1. El gran texto "clásico" sobre la conyugalidad es Efesios 5, 22-32. No es necesario hacer un análisis minucioso del texto. Basta, para nuestra finalidad, coger la idea de fondo. Que es ésta: existe una correlación entre entre el vínculo Cristo-Iglesia y el vínculo – la conyugalidad en efecto – entre el esposo y la esposa.

Prestad atención. El sacro autor habla de una proporción entre dos partes. Me explico con un ejemplo simple. Si digo 8:4 = 10:5, no quiero decir que 8=10 y que 4=5. Intuyo un vínculo (de igualdad) entre dos relaciones.

¿De qué naturaleza es la relación que existe entre el vínculo Cristo-Iglesia y Esposo-Esposa? Es de naturaleza "sacramental" o, dirían los Padres de la Iglesia, "mistérica". Busquemos comprender bien este punto esencial de la visión cristiana de la conyugalidad.

Debemos partir desde la que viene llamada "economía de la Encarnación". Con ésto se quiere describir el comportamiento de Dios de frente a nosotros, cómo se manifiesta en modo supremo y definitivo en Jesús, el Verbo que se hizo hombre.

Por la fuerza de este evento – Dios asume nuestra naturaleza y condición humana – la divina Persona del Verbo revela y realiza el proyecto de salvación a nuestro favor, humanamente. Él dice la palabra de Dios mediante palabras humanas; Él nos salva mediante un acto humano de libertad. La palabra humana dicha por Jesús es un gran "misterio", porque es el vehículo de la palabra misma del Padre, y por eso del pensamiento, del proyecto del Padre para el hombre. El acto con que Jesús dona sí mismo sobre la Cruz es un gran "misterio", porque ese pronuncia humanamente el amor divino hacia el hombre. Podemos decir, brevemente: la economía de la Encarnación consiste en la Presencia operante del Verbo dentro de una humanidad. En un cuerpo y a un espíritu humanos; en una vida humana.

Este modo de comportarse por parte del Verbo encarnado continua aún hoy. Él revela y realiza la redención del hombre sirviéndose de realidades humanas. Lo vemos con la máxima claridad en los siete signos sagrados o sacramentos. En el acto de lavar el cuerpo, como sucede en el bautismo, el Redentor cumple la regeneración sobrenatural de la persona. Prestad bien atención. No es que Cristo cumpla nuestra justificación "en ocasión" de la efusión del agua y como "al lado" de esa. Es mediante y, por así decir, dentro a ese gesto, que Él opera nuestra redención. Lo que os estoy diciendo, no va ni siquiera entendido como si la efusión del agua fuera una ayuda porque nosotros creemos que el Redentor nos redime. El Concilio de Trento enseña que los Sacramentos no han sido instituídos solamente para nutrir nuestra fe [DH 1605]. Esta enseñanza ha sido recogida del Catequismo de la Iglesia Católica [1155].

La fuerza redentora de Cristo está presente en la efusión del agua, y operante mediante esa. Me he servido del bautismo, pero podía hacerlo con cada sacramento. Hablamos de "economía de nuestra salvación" como " economía sacramental".

Y ahora volvemos a nuestra reflexión sobre la conyugalidad. He dicho: entre el vínculo Cristo-Iglesia y el vínculo esposo-esposa existe una relación sacramental. Ahora podemos explicarnos mejor.

En el vínculo conyugal está presente el Misterio de la unidad de Cristo con la Iglesia. Aquél es el signo real de éste. Real significa que no representa el Misterio, quedando afuera de él, externo a él. Más significa que el matrimonio está en relación intrínseca con el Misterio de la unión de Cristo con la Iglesia, y por ello participa de su naturaleza, y está impregnado de él.

Pero ¿qué cosa precisamente entiendo cuando hablo de matrimonio? En cada sacramento podemos distinguir unos tres estratos. Tomemos como ejemplo la Eucaristía.

Existe un primer estrato, el más simple, visible, constatable: son las especies eucarísticas, el pan y el vino consagrados. Éstos contienen realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Son sólo aparentemente pan y vino, en realidad son el Cuerpo y la Sangre de Cristo [segundo estrato].

El Cuerpo y la Sangre de Cristo está contenido por el pan y por el vino, ésto es a través del alimento, en cuanto Cristo quiere unirse a nosotros, en el modo más profundo: formar, Él y nosotros, un solo cuerpo [tercer estrato].

Análogamente en el matrimonio. Existe un primer dato, bien constatable: ese hombre y esa mujer se intercambian el consenso para ser y vivir como marido y mujer [primer estrato]. Mediante sus vidas engloban una realidad que como tal no es visible: la recíproca, definitiva, pertenencia. Viene llamado el vínculo conyugal [segundo estrato].

 

Prestad bien atención. El vínculo que une los esposos uno al otro, no es principalmente un vínculo moral y legal en base al principio "los pactos, los contratos se respetan". Éste es una relación que da una nueva configuración a la persona de los dos cónyuges [segundo estrato].

Es más, el vínculo conyugal por su propria naturaleza sacramental pide, exige de realizarse en la caridad conyugal, que otorga la perfecta realización al ser marido y mujer [tercer estrato].

La sacramentalidad del matrimonio consiste, reside propiamente en el vínculo conyugal. Eso es: la unión de Cristo y la Iglesia está contenida realmente en el vínculo conyugal. El Misterio de Cristo y de la Iglesia está presente en el vínculo conyugal. Los esposos están enlazados uno al otro con una unión en la que demora la unión de Cristo con la Iglesia. San Agustín llamaba el vínculo conyugal el "bien del sacramento".

Para comprender mejor, podemos pensar al bautismo. En el bautismo tenemos un gesto que dura un instante: se vierte agua sobre la cabeza. Pero se tiene, como efecto, una realidad permanente, que configura para siempre la persona a Cristo: el "carácter" bautismal.

En el matrimonio tenemos un acto de breve duración: el intercambio de los consensos matrimoniales. Pero, como efecto, tenemos una realidad permanente que transforma la persona misma de los dos esposos en su relación, porque les rinde signo real de la unión de Cristo con la Iglesia.

Todavía – y la cosa es de suma importancia – los dos esposos son sólo "ministros del sacramento". ¿Qué cosa significa? Que el vínculo conyugal es "producto" de Cristo mismo; los dos esposos consienten que Cristo los vincule en la modalidad sacramental. Hablando del bautismo, San Agustín dice: no es Pedro, Pablo, Juan que bautiza, sino Cristo che bautiza mediante Pedro... Eso vale también para el matrimonio. Es Cristo que os ha esposado, que os ha "vinculado" uno al otro ["lo que Dios ha unido..."]. He aquí por qué ninguna autoridad, comprendida la del Papa, puede romper un vínculo conyugal cuando ha alcanzado su perfección sacramental.

Es ésta la conyugalidad. "Un gran misterio", dice San Pablo. Es un dono: el dono de Cristo. Es un sacramento: tiene en sí la presencia de la unión de Cristo con la Iglesia.

2. El vínculo conyugal por su misma naturaleza pide de penetrar profundamente en al mente, en el corazón, en la libertad, en la psique de los esposos: en la totalidad de sus personas. Con esta finalidad Cristo dona a los esposos la caridad conyugal.

Si vosotros prendéis un cristal y lo ponéis delante de un foco luminosa, ese refracta los colores del iris presentes, aunque si no refractados, en la "luz blanca". Un fenómeno análogo se produce en la vida de la Iglesia. La fuente luminosa de la Caridad, que es Caridad, participada asume coloraciones diversas. Existe la caridad pastoral, propria de los pastores de la Iglesia; la caridad virginal, propia de las vírgenes consagradas; existe la caridad conyugal, propia de los esposos.

La caridad conyugal se radica en la natural atracción recíproca de los esposos, la purifica y la eleva hasta convertirse en la participación a la misma caridad con la que Cristo ama la Iglesia y la Iglesia ama Cristo.

La caridad conyugal se exprime también en el lenguaje del cuerpo: los dos se vuelven una carne sola.

Debemos terminar, sin profundizar este gran tema de la caridad conyugal como merecería. Pero vosotros, con vuestro testimonio exprimid como la caridad conyugal sea capaz de una acogida y de una gratitud espléndida.


La traduzione, non rivista dal Card. Caffarra, è di Carina Canevari