Familia, sínodo, modernidad: Amoris Laetitia
Pavia, 20 de mayo de 2016
La formulación del tema de nuestra reflexión nos empeña mucho, en cuanto nos pide enfrentarnos con dos realidades, familia y modernidad, cuya relación es de ninguna manera pacífica.
De todas formas, me pidieron esa relación con motivo de un evento eclesial muy importante, el Sínodo, el cuál, después de dos sesiones, se ha terminado con la Exhortación Apostólica Amoris laetitia [AL].
Para ordenar mi reflexión, y para que esté dentro de razonables límites de tiempo, deseo exponeros su esquema con antelación.
Intentaré contestar a dos preguntas.
La primera: ¿por qué la Iglesia está tan interesada al tema del matrimonio y de la familia?
La segunda: ¿cuál es el principal enfoque de la Iglesia hacia el matrimonio y la familia?
Luego agregaré una apéndice relativa al problema del acceso a la Eucaristía de los divorciados que se han vuelto a casar.
1. INTERÉS DE LA IGLESIA HACIA EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
Desde el principio, la Iglesia se ha interesado mucho al matrimonio y a la familia. Sólo un recordatorio. Como resulta de las cartas de San Pablo, la enseñanza del Apóstol incluye también una exhortación acerca de la manera en la cual los bautizados tienen que vivir en el estado matrimonial (1). Pero fue sobre todo después del Concilio de Trento que se multiplicaron los documentos.
Los motivos de tal interés son, digamos, tanto de carácter estructural como coyuntural.
De carácter estructural: la Iglesia se interesa al matrimonio porque es un sacramento (a); porque inserta el bautizado que lo recibe en un estado de vida que le otorga una misión específica en la Iglesia (b). Como en la Iglesia existe el estado de vida de la virginidad consagrada, igualmente existe el estado de vida conyugal.
1.1. Razones estructurales
(a) Debemos tener una comprensión profunda de lo que es un sacramento, y del sacramento del matrimonio en particular.
Empezamos por la constatación más simple. En cada sacramento, excepto dos (Penitencia y Matrimonio), ustedes pueden observar que se usa un elemento natural: el agua, por ejemplo, en el Bautismo. Y se usa al igual que en la vida cotidiana de las personas: el agua sirve para lavarse. Pero, cuando se usa en el sacramento del Bautismo adquiere una potencia supernatural: purificándonos de todos los pecados, nos engendra a la vida divina. De inmediato nos hacemos la misma pregunta de Nicodemo: pero, ¿cómo es posible eso? (2). Es posible, porque por medio de aquel rito y en aquel rito está presente y actúa la potencia del Señor resucitado, el cuál, en el Espíritu Santo, cumple el estraordinario evento de la regeneración de la persona humana.
Y ahora pasamos al matrimonio. Lo que constituye un matrimonio, como sabemos (3), es el consentimiento matrimonial, libre y consciente. Cuando el consentimiento conyugal se intercambia entre dos bautizados, Cristo actúa en él y por medio de él y une los esposos. Éste es el gran misterio del matrimonio de los bautizados. Es Diós mismo que en Cristo une los dos esposos. Y el vínculo que los une, participa del mismo vínculo que une Cristo y la Iglesia. Participa quiere decir que es de la misma natura, aunque, obviamente, no de la misma intensidad. Tengan cuidado. La referencia a Cristo y a la Iglesia y a su vínculo no es una metáfora o un ejemplo moral, como que los esposos tengan que amarse como Cristo y la Iglesia se aman. Estoy hablando de una realidad “producida” por la acción de Cristo, y que en razón de lo que es, queda sin tener en cuenta las conductas de los esposos. Es un verdadero cambio que Cristo cumple en la persona de los esposos; los hace imágenes reales de su vínculo con la Iglesia. Se trata de una realidad, la del sagrado vínculo matrimonial,en virtud de la cual se atribuye un significado recíproco: del vínculo que une Cristo y la Iglesia en el vínculo que une los dos esposos, y del vínculo que une los dos esposos en el vínculo que une Cristo y la Iglesia (4).
Pero el Señor no hace las cosas por mitad. Habiendo elevado los esposos a tan alta dignidad - ser el símbolo real del vínculo que une Cristo y la Iglesia -, Él les otorga una capacidad de amar que eleva el natural amor conyugal. Es el don de la caridad conyugal. No tenemos ahora el tiempo de profundizar ese tema, sobre el cuál AL reflexiona muy largo y tendido (5).
Para terminar. El sacramento realiza una real transformación en la persona de los conyuges que tiene que ver con su mismo ser.
(b) Y ya hemos entrado en el segundo motivo estructural por el cual la Iglesia se interesa al matrimonio y a la familia. Como todos los sacramentos, también el sacramento del matrimonio es una acción pública que coloca los esposos en un estado de vida público, con la responsabilidad de un deber, una misión eclesial pública. Misión que sólo les compite a ellos. ¿Cuál?
La misión de donar la vida y de ser los primeros maestros en la fe. AL dedica un capítulo entero al tema educativo (6). Los esposos en ello son irremplazables: nadie puede tomar su puesto, aunque tienen que dejarse ayudar. Son insostituibles, porque su misión está enraizada al sacramento que han recibido. Es un deber, un munus – como dirían los canonistas – sacramental. Tal y como el del sacerdote.
1.2. Razones coyunturales
La condición en la cual se encuentran hoy el matrimonio y la familia son tales que no pueden no provocar profunda preocupación en la Iglesia. Intentaré ser muy breve.
Yo pienso que la situación se pueda describir con un famoso verso de Virgilio: rari nantes in gurgite vasto (7). Por medio de unos procesos culturales muy complejos, en Occidente el matrimonio y la familia han sido deconstuídos, y como desmantelados. Todavía tenemos todas las partes del edificio, pero no tenemos el edificio.
Ponemos un ejemplo. ¿Quién es la madre? ¿ Quién dio el óvulo? ¿ Quién cumplió la gestación? ¿Quién pagó el alquiler de vientres? Una de las partes del edificio, el concepto de maternidad, ya no es unívoco. Y lo mismo pasa con las otras partes.
La consecuencia ha sido que en tal situación hemos tenido que confiar en el poder para saber qué es el matrimonio. De tal manera hemos ocultado una intuición que siempre ha estado presente en la conciencia de la humanidad, que ya había formulado Aristóteles cuando escribía que el hombre es un animal conyugal antes que político (8).
Es un hecho de una gravedad desproporcionada, que nunca había pasado en la historia de la humanidad: se ha cambiado la misma definición de matrimonio. ¿Cómo ha podido pasar? Me lo pregunto a menudo. Por ahora no he encontrado otra respuesta aparte de la siguiente: la de-biologizzazione de la persona humana. El cuerpo de la persona no tiene en sí ningún significado; es la libertad la que lo decide; es un objeto. La sexualidad es como derretida.
LA IGLESIA FRENTE AL MATRIMONIO Y A LA FAMILIA
En esta segunda parte de mi reflexión querría narrar cómo la Iglesia “recorre el camino de la familia”, para utilizar una expresión muy apreciada por san Juan Pablo II (9). A mí me parece que esta narración se pueda escribir en tres capítulos. El primero narra la modalidad fundamental con la cual la Iglesia considera el matrimonio y la familia. El segundo narra qué diagnóstico hace la Iglesia de la situación en la cual se encuentra hoy el matrimonio y la familia. El tercero narra la modalidad con la cual la Iglesia se ocupa del matrimonio y de la familia.
2.1 Para ver un objeto tiene que haber luz. Con la misma acción el ojo ve el objeto y la luz. Sin embargo, de manera distinta. El objeto es lo que veo; la luz es el medio que me permite ver. ¿Cuál es la luz por medio de la cual la Iglesia ve y exhorta a ver el matrimonio y la familia? Uno de los mayores méritos del Magisterio de Juan Pablo II ha sido lo de ayudar a la Iglesia a hacerse esa pregunta y a responder a la misma.
Es la luz que brilla “al Principio”. Me explico. Cuando los fariseos preguntan a Jesús si está permitido divorciar por cualquier motivo o sólo por el adulterio de la mujer, Él hace referencia al “Principio” (10), es decir al momento en el cual Diós creó el hombre y la mujer. O sea, Jesús dice que los fariseos habían… encendido la luz incorrecta para mirar el matrimonio: lo comprendían a la luz de las posibilidades humanas; a la luz de lo que pasaba. Es a la luz del proyecto de Diós, de cómo Diós lo ha pensado que debemos mirar el matrimonio. AL empieza por eso (11). La Iglesia entonces se preocupa por el matrimonio y la familia en primer lugar cumpliendo una operación de ortóptica.
2.2. A la luz del Principio, la Iglesia cumple la segunda operación de su cuidar el matrimonio y la familia: ofrece la clave interpretativa de la actual condición del matrimonio y de la familia. A partir de una pregunta que cada persona humana de una manera o de otra se pone. Escuchemos como la formula S. Pablo: «En mí el hombre interior se siente muy de acuerdo con la Ley de Dios, pero advierto en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi espíritu» [Rom.7,22].
La ley de mi espíritu: ¿quién entre nosotros no se da cuenta espíritualmente de que dentro del amor por el cual estamos hechos, reside el “para siempre”? ¿quién diría a su amada “te amo con toda mi alma solo por quince miutos”? ¿ quién entre nosotros no siente que el cuerpo es el lenguaje de la persona, la cual rechaza en lo íntimo de ser tratada como un objeto para utilizar? ¿Pues, por qué la dictadura de lo provisorio está reinando en nuestra cultura? ¿Por qué somos incapaces de leer el lenguaje esponsal del cuerpo, y de conocer su gramática?
Entonces: por un lado el íntimo del hombre que consiente a la verdad, a la bondad, a la belleza del amor conyugal; del otro la contadición cotidiana y masiva de esta natural tendencia.
Todos los grandes legisladores han intentado solucionar esta condición paradójica del hombre. Moisés, sigue diciendo Jesús en la ya mencionada respuesta a los fariseos, teniendo en cuenta la “dureza” del corazón humano, ha reglamentado el divorcio de manera que el hombre y la mujer se hicieran menos mal posible.
Otros, sobre todo los grandes poetas, han concluido con amargura que la persona humana está mal hecha en absoluto: tiene deseos tan grandes que no puede desear con satisfacerlos (12).
A la luz del Principio, la Iglesia interpreta esa paradójica condición humana como caída de una dignidad regia, e invocación de redención. Redención del amor conyugal; más bien San Pablo habla en concreto de una redención del cuerpo [ cfr.Rom.8,23 ]. La fiesta termina porque ya no hay vino. Y la que se da cuenta por primera es la Mujer.
La segunda operación que expresa el cuidado de la Iglesia hacia el matrimonio y la familia, es ayudar al hombre a tomar conciencia de su radical incapacidad de amar, de su necesidad de ser sanado de esta herida. Para decirlo en el lenguaje bíblico: le pide al hombre convertirse.
2.3. La tercera operación constituye el corazón del cuidado que la Iglesia tiene del matrimonio y de la familia. Ésta es la comunicación del Evangelio del Matrimonio. He dicho intencionadamente “comunicación”, para que ustedes no piensen en un acto lingüístico. Y aún menos en una exhortación moral.
La comunicación del Evangelio del matrimonio es el don de un amor conyugal: que sana el hombre y la mujer de su natural incapacidad de amarse; que los inserta en un Misterio de amor como sarmiento implantado en la vid; que los hace capaces de amarse como Cristo ha amado a la Iglesia donando a Sí Mismo.
¿Cómo se realiza esta comunicación? Por medio de la Palabra que trasmite la fe; por medio de los Santos Sacramentos de la Penitencia, de la Eucaristia, y del Matrimonio. Ahora no puedo detenerme en cada uno de estos medios de la comunicación. Pero me permitan hacer algunas observaciones acerca del primero.
Es sumamente necesario que haya una catequesis seria de la Doctrina de la fe acerca del matrimonio y de la familia. Tendríamos que eliminar de los cursillos de preparación al matrimonio cualquier encuentro sobre la psicología de la pareja y algo así. No es deber de la Iglesia. Este conocimiento de la fe hay que profundizarlos constantemente con los esposos. Cuantas veces, despuéa de una catequesis sobre el matrimonio me han dicho: pero ¿por qué no decid estas verdades? Hace años que estoy casado/a, y no pensaba que el matrimonio fuera algo tan grande. El Magisterio de los Sumos Pontifices es muy rico acerca de ese tema. S. Juan Pablo II ha dedicado decenas de catequesis a ese tema. Benedicto XVI en la Encíclica Deus Caritas est ha escrito páginas estupendas acerca de la relación entre eros y agape. Y también papa Francisco ha dedicado al tema varias catequesis, antes del Sínodo ordinario.
2.4. La última pregunta: cuando la Iglesia tiene cuidado del matrimonio y de la familia, ¿existe una categoría de personas “privilegiadas”? Alguien podría contestar enseguida: los divorciados que se han vuelto a casar. No es así, aunque los mass media han intentado hacernos creer que fuera así.
Como el S. Padre ha dicho varias veces, quienes debemos ayudar hoy son los jóvenes que, muy a menudo, ya no perciben la bondad intrínseca del matrimonio, y no se casan (13). Las personas que necesitan particular cuidado son las que están en formación. En una palabra, la cuestión educativa es el centro. Después de años de silencio en las comunidades cristianas acerca de la castidad, nos encontramos con jóvenes que no sólo desconocen la gramática esponsal de sus cuerpos , sino ese idioma es un idioma extranjero nunca aprendido. El hecho de que casarse es algo bueno, ya no es evidente. El mismo destino lo ha sufrido la consagración virginal. Me encuentro en la ciudad que tiene la custodia de los restos mortales de san Agustín, que vivió en una época, de muchas formas, muy parecida a la nuestra. Él tuvo que escribir el libro De bono coniugali – El bien del matrimonio. La Iglesia hoy tiene quel llevar a cabo este gran proceso educativo, puesto que es muy importante preocuparse por los matrimonios fallidos, es aún más importante trabajar para que no fracasen y se construyan en una roca sólida (14). La primera condición para que eso suceda es un grande esfuerzo educativo, según las tres operaciones en las cuales se realiza el cuidado de la Iglesia hacia el matrimonio y la familia.
APÉNDICE: los divorciados que se han vuelto a casar.
Antes de tratar la cuestión limitada del acceso a la Eucaristía de los divorciados que se han vuelto a casar – es éste el tema del cual voy a hablar en esta apéndice – tengo que hacer algunas observaciones introductorias muy importantes.
La primera tiene que ver con el carácter indisoluble del matrimonio entre bautizados.
La indisolubilidad no es en primer lugar una obligación moral resultante de una ley divina o de la promesa intercambiada por los esposos. Ella es un don hecho por el Señor por medio del sacramento del matrimonio. Como la alianza entre los dos está enraizada en el vínculo que une Cristo y la Iglesia, como el sarmiento a la vid, por eso mismo la primera participa a la estabilidad del segundo. Es por esta razón que, cuando el signo sacramental es perfecto – los dos esposos se han convertido en una sola carne – ninguna autoridad humana, incluyendo el Papa, puede disolver un matrimonio entre bautizados.
Todos los dones que el Señor hace a la persona humana se convierte en una tarea, porque Diós en su Providencia mantiene un solemne respeto de la libertad humana. El Resucitado une los esposos, los dona el uno a la otra para siempre; tienen la responsabilidad de guardar el don.
La segunda premisa es que la indisolubilidad, más en general el matrimonio entendido cristianamente, no es un ideal, una especie de meta por alcanzar y hacia la cual aspirar. Querría ver la reacción de una esposa a la cual el marido diciera: “mira que la fidelidad a ti para mí es un ideal al cual trato de aspirar, pero que todavía no tengo”. Plantear el matrimonio cristiano como un ideal conlleva el riesgo de sugerir que para los bautizados pueda existir una forma de conyugo que todavía no es sacramento.
Otra cosa es decir y pensar que el don del sacramento del matrimonio en su plenitud exige ser comprendido aún más en su belleza y vivido aún más en la santidad. Es en este sentido que dos esposos que vinieron a mi capilla privada para celebrar el aniversario 70 de su boda, pudieron decirme: «nos amamos más ahora que en los primeros años de nuestro matrimonio».
La tercera premisa es de carácter general, pero se aplica también a nuestra situación. Cuando leemos b texto del Magisterio que no resulta perfectamente claro, es necesario averiguar si existen otros textos más claros que abarcan el mismo tema, y averiguar la solución. Ésta es una regla que los profesionales del derecho conocen muy bien y aplican a menudo. Fíjense bien. La regla no conlleva que el Magisterio tenga una evolución. Más simplemente se niega que en tema de doctrina pueda contradecirse.
Todo eso antepuesto, la pregunta es: ¿La AL enseña que los divorciado que se han vuelto a casar pueden acceder a la Eucaristía aunque sigan viviendo como marido y mujer? Mi respuesta es negativa. Para las siguientes razones.
Es fuera de discusión que hasta la publicación de AL, ésta era la respuesta dada por el Magisterio de la Iglesia. Se vea la Exhortación Apostólica Familiaris consortio 84; la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis 29. Todos los Teólogos, sin excepción, así han enseñado. Sea el Código de Derecho Canónico (15), sea el Catecismo de la Iglesia Católica (16), tienen la misma posición.
Si el Santo Padre Francisco hubiera querido introducir un cambio acerca de ese tema, lo tendría que decir explícita y claramente. Pero en ninguna parte de AL se dice esto. Hay quien hace referencia a una nota al texto de la Exhortación, la nota 351, donde, según algunos intérpretes, se admitiría el divorciado que se ha vuelto a casar a la Comunión sin el propósito de vivir en Abstinencia, como enseñan las dos Exhortaciones que he mencionado. Habría sido muy raro que el Papa introduciera un cambio en una disciplina secular, la cual se considera fundamentada en la Doctrina, en una nota que, a la pregunta de un periodista en el vuelo de regreso de Lesbos, ha dicho ni recordar (17).
Todos los pastores de la Iglesia saben que la ambigüedad en la guía de los fieles es muy perniciosa. Para cambiar una praxis en una cuestión que tiene que ver con la doctrina de tres Sacramentos – Matrimonio, Penitencia, Eucaristía - , es necesario decirlo sin ambigüedades. Y el Santo Padre Francisco sin duda no es una persona que tiene miedo de decir lo que piensa.
Sin embargo, es un hecho que muchos – no hablo de los periódicos – también Obispos han afirmado que en AL está presente un verdadero cambio en la cuestión que estamos debatiendo, cosa que otros Obispos niegan. Hoy existe, entonces, en la Iglesia un real conflicto de interpretación, del cual se deduce, como mínimo, que el texto no es claro. Por lo tanto hasta cuando la autoridad competente no interpretará auténticamente, hay que utilizar las reglas generales para la interpretación de los textos del Magisterio [véase la tercera premisa].
Pero hay que incluir la respuesta de antes en algunas consideraciones más amplias, sobre las cuales AL se alarga mucho. Por supuesto, tengo que resumir mucho.
La inamisibilidad a la Eucaristía no se basa en la certeza de la Iglesia que aquellas personas se encuentran en una situación de pecado mortal: de internis non iudicat praetor, neque Ecclesia (18). No se basa en la condición subjetiva, sino en la condición objetiva y pública de vivir en un estado de vida que está en contradicción con el significado del Sacramento de la Eucaristía. Dicho y explicado esto, la Iglesia ha concluido su diálogo con los divorciados que se han vuelto a casar? Para nada. Y está aquí la nueva inspiración de AL. La nueva inspiración se puede expresar por medio de los tres verbos usados por el Santo Padre: acompañar, discernir, integrar. Tres verbos que expresan tres conductas del pastor que tienen una sola fuente: un corazón misericordioso.
CONCLUSIÓN
Me gusta terminar con un texto poético de Karol Woitila, derivado del drama El taller del orfebre.
No existe nada que ocupe más espacio en la superficie de la vida humana que el amor, y no existe nada más conocido y misterioso que el amor. Desacuerdo entre lo que está en la superficie y lo que es el amor: ahí está la fuente del drama. Éste es uno de los dramas más grandes de la existencia humana…crear algo que refleje el Ser y el Amor absoluto es probablemente lo más extraordinario que exista. Pero se vive sin darse cuenta de ello (19).
El sacramento del matrimonio dona al hombre y a la mujer la capacidad de realizar lo extraordinario – reflejar el Ser y el Amor absoluto – en lo ordinario de su vida cotidiana: «este mistero es grande; lo digo en relación con Cristo y la Iglesia» [Ef.5,32].
Notas:
(1) Véase por ej.1Cor.7.1-7
(2) Véase Juan 3,4
(3) La Iglesia en esa cuestión no ha cedido nunca frente a otras propuestas. La primera formulación de este principio está presente en la respuesta a las dudas de los Búlgaros de papa Nicoló I, del 13 de noviembre del 86. Véase DS 643.
(4) Despées del Concilio de Trento, con unas grandes excepciones, sobre todo por parte de un teólogo español, Gabriel Vasquez [ 1549-1604], hubo un grave empobrecimiento en la concepción teológica de la sacramentalidad del matrimonio. Es un contrato simplemente humano, en el cual Diós asegura a los esposos su gracia.
(5) Son los capítulos IV y V de la Exhortación: centrales en todos los sentidos.
(6) Véase capítulo VII
(7) Eneida I,22.
(8) El hombre «es por su naturaleza más propenso a vivir en pareja que a asociarse políticamente, en cuanto la familia es algo anterior y más necesario del Estado» [Ética a Nicómaco VIII,12,1162°]. También nuestra Constitución ha reconocido esta anterioridad.
(9) Carta a las Familias, 2 de febrero de 1994,n°1.
(10) Véase Mc 10,6-9. Juan Pablo II dedicó toda la primera parte de sus catequesis sobre el amor humano a explicar esta referencia del Señor. También AL reflexiona sobre ese tema. Véase nn. 61-66.
(11) Además de la referencia anterior, hay que leer con atención el capítulo I° de AL.
(12) Léase, por ej., la estupenda segunda elegía del primer libro de Properzio , acerca de amor y muerte.
(13) Véase AL 205.
(14) «Hoy en día, más importante que una pastoral de los fallidos, es el esfuerzo pastoral para reforzar los matrimonios y evitar las rupturas» [ AL 307].
(15) Véase Pontificio Consilio para los Textos Legislativos, Declaración sobre los divorciados que se vuelven a casar [20 de junio de 2000], n°2. Citada también en AL, n° 302.
(16) Véase n°1650
(17) Y la respuesta a J. M. Guenon del Figaro. El texto se puede encontrar en el sitio web de la oficina de Prensa de la Santa Sede.
(18) Véase dos textos muy claros de S. Tomás: Comentario a la Carta a los Romanos II,1,176; Comentario al Evangelio di Mateo VII,1.
(19) En Todas las obras literarias, ed. Bompiani, Milán 2001, 821.869.
Traduzione a cura di Daniela Raimondo
|