Mi conciencia súbdita y soberana. Caffarra explica el «brindis de Newman»
El texto que están ustedes leyendo es inédito. El Cardenal Carlo Caffarra lo habría pronunciado en Londres el 21 de octubre con ocasión del congreso «La educación de la conciencia moral según Newman». Invitado por el John Henry Newman Cultural Centre, el cardenal, aunque ya debilitado por la enfermedad, había aceptado con gusto la invitación y había enviado con tiempo el texto de su conferencia para que pudiera ser traducir al inglés.
Exponer la doctrina de Newman acerca de la conciencia moral, como sobre otros temas de su pensamiento filosófico y teológico, no es fácil. Newman construye su pensamiento en el marco del camino de su vida interior, como exigencia de su existencia. Su teología y filosofía son la respuesta a los problemas de su vida. Pertenece, como Pascal, a la familia de Agustín: hablando de sí mismo, hablaba a cada hombre. Newman es el Agustín de la Iglesia moderna. En la exposición que sigue intentaré ser fiel a este estilo teológico.
1. El inicio de un camino
En la vida del espíritu existe un momento en el que la persona se convierte totalmente en un yo. Se despierta como sujeto libre y racional. Permitidme que lo ejemplifique con la experiencia que vivió Agustín con diecinueve años, leyendo el Hortensius, obra perdida de Cicerón. Relata Agustín: «Ese libro cambió mis afectos y mudó hacia ti, Señor, mis súplicas e hizo que mis aspiraciones y deseos fueran otros. De repente, apareció a mi ojos vil toda esperanza vana, y con increíble ardor de mi corazón apetecía la inmortalidad de la sabiduría» [Confesiones III, 4, 7; Ed. Tecnos, pag. 198; traducción de Agustín Uña Juárez]. Ha nacido un nuevo yo. Algo similar le sucede a Newman. Lo narra así: «Cuando tenía quince años [otoño de 1816] ocurrió en mí un gran cambio de pensamiento. Comencé a experimentar la influencia de un credo claramente definido y acogí en mi mente ciertas impresiones acerca del dogma que, por la gracia de Dios, nunca han desaparecido, ni se han difuminado». [Apologia pro vita sua, cap. I; Jaca Book-Morcelliana 1982, pag. 21].
El texto tiene una importancia fundamental para comprender la doctrina de Newman sobre la conciencia moral. No es sólo el descubrimiento intelectual de lo que Newman explicará más tarde como el principio dogmático, sino que ha sido el descubrimiento por parte de toda su persona de la Luz de la Verdad, que nos alcanza a través del dogma. Podemos decir que la conciencia moral para Newman es testigo de la Verdad [sobre el bien]. Newman no niega que puede haber una conciencia moral que no se interese en la Verdad, pero este desinterés es la enfermedad mortal de la conciencia moral. El escepticismo es un riesgo mortal para la conciencia moral.
De nuevo en 1816, acogiendo la invitación de su maestro, leyó el libro La fuerza de la verdad del calvinista Thomas Scott, que le causó una honda impresión. He aquí como Newman narra el encuentro con este autor, que le llevó «a reforzar mi desconfianza hacia la realidad de los fenómenos naturales y anclarme al pensamiento de dos, y sólo dos, seres absolutos, dotados de una intrínseca y luminosa evidencia: mi Creador y yo» [Apologia… cit. pag. 21].
El texto es famoso. Newman descubre que, en la profundidad de su conciencia moral, está anclado a Dios Creador. El tema es clásico en la teología cristiana: el Creador ha grabado en la persona humana Su imagen. La originalidad de Newman es situar esta relación Creador-criatura humana dentro de la conciencia moral. Podemos decir que ya en el joven Newman encontramos los dos pilares que sostienen toda su doctrina acerca de la conciencia moral: el «principio dogmático» y la relación natural de la conciencia moral con Dios.
El principio dogmático. Así lo presenta Newman [1845]. «Hay una verdad; hay una sola verdad; el error religioso es, por naturaleza, inmoral; quienes siguen el error, a no ser que no sean conscientes, son culpables de sostenerlo; se debe temer el error… nuestro espíritu está sometido a la verdad, por lo tanto, no es superior a ella y está obligado, más que a disertar sobre ella, a venerarla». [Lo sviluppo della dottrina cristiana, cap. VIII; Jaca Book, 2009, pags. 344-345].
Como veremos más adelante, lo contrario del principio dogmático es lo que Newman llama el principio liberal.
La conciencia moral, a la luz de estos dos principios, no es la capacidad de decidir, aunque se haga después de un discernimiento serio de lo que está bien/mal. Es la capacidad de juzgar y decir al sujeto lo que está bien/mal a la luz de una Verdad que es superior a él. Por consiguiente, el primer axioma de la doctrina sobre la conciencia no es: «Sigue siempre tu conciencia», sino: «Busca la verdad sobre el bien/mal». Volveremos más adelante sobre este punto.
La relación conciencia moral-Dios. Newman expresa muy claramente lo que piensa de la relación Dios-conciencia moral con estas palabras: «En lo que respecta a la conciencia moral, el hombre la concibe de dos modos. En el primero, la conciencia es sólo una forma de intuición hacia lo que es oportuno, una tendencia que nos recomienda una cosa o la otra. En el segundo, es el eco de la voz de Dios. Ahora bien, todo depende de esta diferencia. La primera vía no es la de la fe; la segunda, lo es» [Sermons Notes; Notre Dame Un. Press, pag. 327]. Podríamos decir: la primera somete la verdad a la oportunidad; la segunda, la oportunidad a la verdad.
Ha nacido la doctrina de Newman sobre la conciencia moral.
2. La construcción de la doctrina
Newman parte siempre de una descripción de la conciencia moral como de una experiencia que cada persona humana vive en sí misma, cada día. Hoy diríamos que parte de una fenomenología de la conciencia. Escribe: «Por conciencia moral me refiero a la individuación de acciones dignas de alabanza o reproche» [Notebook; Proof of Theism, en J. H. Newman, Scritti filosofici, Bompiani ed. Milano 2005, pag. 611 (cuando no se diga diversamente, las citas son siempre de este texto bilingüe)]. Por lo tanto, la conciencia moral es la facultad mediante la cual distingo, discrimino, entre las diversas acciones que puedo realizar o ya he realizado: acciones dignas de alabanza o acciones dignas de desprecio. Y añade de inmediato: «Pero la exactitud o la verdad de la alabanza o del reproche en cada caso particular es una cuestión de juicio y no de fe».
Éste es un punto fundamental en la doctrina de Newman. Distingue en la conciencia moral dos aspectos o dos dimensiones, que describe así: «El sentido de la conciencia […] es doble: es un sentido moral y un sentido del deber» [An essay in Aid of Grammar of Assent, Chap. V, §1; pag. 1027]. Pongo un ejemplo. Puedo llegar a pensar que, en mi caso, el hurto no es una acción injusta; mi sentido moral sí está corrompido. Sin embargo, esto no implica que yo no conozca el séptimo mandamiento. Los ladrones, de hecho, defienden lo que han robado contra otros posibles ladrones. Se trata de dos aspectos de la misma conciencia. El más importante es el primero, a saber: la consideración de la conciencia no como una norma de buen comportamiento, sino como una sanción de la propia acción.
Cuando Lady Macbeth intenta lavarse la sangre de las manos después del regicidio, no está pensando en el mandamiento «no matarás» [sentido del deber], sino en el hecho que ella, su persona, se ha manchado con un delito horrendo [sentido moral].
Llegados a este punto, podemos intentar dar ya una primera definición de conciencia moral, según Newman. La conciencia moral es la combinación simultánea del sentido moral con el sentido del deber. Es la luz sobre lo que está bien/mal y, al mismo tiempo, es la guía de nuestra vida diaria, de nuestras elecciones. Newman, en general, prefiere hablar del sentido moral, porque presta mucha atención al sujeto que, en concreto, actúa.
Preguntémonos ahora: ¿de qué manera la conciencia guía nuestras elecciones? Es decir, ¿de qué manera argumenta la conciencia cuando, en una determinada situación, impone su ley? Un texto muy profundo del XV Sermón de los Sermones Universitarios, responde a esta pregunta. En realidad, el texto tiene un contenido epistemológico general, pero es también verdad en lo que atañe a la conciencia moral: «Aunque la mente cristiana deduce una de otra una serie de formulaciones dogmáticas, esto siempre lo ha realizado, y siempre debe realizarlo, no a partir de las formulaciones tomadas en sí mismas, como proposiciones lógicas, sino iluminada y, diríamos, habitada o penetrada por la sagrada impresión que es anterior a ellas, que actúa de principio regulador siempre presente sobre el razonamiento, y sin la cual nadie tiene en absoluto ninguna autorización para razonar al respecto» [La Fe y la Razón, Sermones Universitarios, Ediciones Encuentro, pag. 385, Introducción de Aureli Boix].
El texto no es fácil. Intento ilustrarlo con un ejemplo. Cuando una persona llega a la conclusión que la castidad tiene una belleza y preciosidad ética intrínsecas, expresa esta percepción en una proposición, por ejemplo: «La castidad es una virtud moral». Todos comprendemos que esta proposición no se puede manipular, no se puede cambiar según el espíritu del tiempo, porque expresa algo grandioso que ha sucedido en el espíritu humano: la luz del bien.
Puede ser que el juicio normativo o sancionador de la conciencia le parezca a la mente la conclusión de una argumentación que va de lo universal a lo particular. Por ejemplo: robar es deshonesto, pero la acción que estás llevando a cabo es un robo, por lo tanto no debes hacerlo. Es más, en el siglo XVII nació un arte que enseñaba, educaba a este modo de argumentar: la casuística. Pero según la doctrina de Newman, la argumentación está generada por lo que él llama «la sagrada impresión que es anterior a ella». Es la luz del bien, grabada en el espíritu humano: «Signatum est super nos lumen vultus tui, Domine» dice un Salmo.
Llegados a este punto, podemos comprender la naturaleza más profunda de la conciencia moral según Newman: es el vínculo del hombre con Dios. Es la vía natural y originaria que nos conduce al encuentro con Dios, que no se aprende simplemente como una noción, sino como una realidad. [El desarrollo de esta idea se encuentra expuesto de una manera límpida y clara en Grammatica dell’Assenso, cap. V, n° 3, pag. 1023 y ss].
El punto de partida está enunciado así: «Tenemos, por naturaleza, una conciencia» [pag. 1025]. En este contexto, «conciencia» tiene un significado concreto: es un acto mental mediante el cual, ante un acto aún por realizar o que ya se ha realizado, sentimos en nosotros aprobación o reprobación y, en consecuencia, lo juzgamos justo o equivocado. Es en base a esta experiencia interior que la conciencia existe, y que tenemos una comprensión real de un Soberano y Juez divino. El centro de la argumentación, Newman lo expone así: «Si, como es el caso, nos sentimos responsables, nos avergonzamos, estamos asustados por haber transgredido la voz de la conciencia, esto supone que hay Alguien hacia el que nos sentimos responsables, ante el cual sentimos vergüenza, cuyas pretensiones tememos… En nosotros estos sentimientos son tales que nos exigen tener como causa, una causa inteligente, un ser inteligente» [pag. 1033].
Debemos analizar con atención este texto, bastante conocido. Lo que resalta Newman son dos cosas: la absolutidad de la obligación moral que resuena en la conciencia; el carácter personal de la obligación ética.
Absolutidad en este contexto significa dos cosas. La primera: la obligación es categórica, no hipotética. No dice: «si quieres…», sino que dice, «tú debes». La segunda: es una obligación que no admite excepciones cuando asume forma negativa. Sabemos por nuestra experiencia diaria que nuestra libertad puede infringir la orden. Pero en este caso el hombre siente que se ha traicionado a sí mismo: «El malvado huye sin que lo persigan» [Prov 28, 1].
El carácter personal está constituido por el hecho que la obligación está dirigida hacia mí, hacia mi unicidad irrepetible. Pedro no puede responder a la criada del sumo sacerdote: «Otros han seguido a Jesús, ¿por qué me preguntas precisamente a mí y no a uno de ellos?». Es a Pedro a quien se pide un acto de fidelidad. El carácter personal es el resultado también de la responsabilidad: siento que debo responder por lo que he hecho a Alguien.
Newman no sólo quiere demostrar la existencia de Dios; quiere conducir a la persona a una comprensión de Su realidad, como presencia viva en la conciencia de cada hombre. La conciencia es la zarza ardiente en la que Dios se dirige al hombre. Newman está en la línea de pensamiento que desde Agustín, pasando por Pascal, llega a la antropología propia de Karol Wojtyla-Juan Pablo II.
Ahora, intentemos hacer una síntesis de la doctrina de Newman acerca de la conciencia moral. Éste es el lugar donde el Misterio se hace originariamente presente; es la originaria Revelación de Dios, como guía del hombre.
3. La conciencia y la Iglesia
En octubre-noviembre de 1874, William Gladstone, que primero fue conservador y después jefe del Partido Liberal británico, atacó duramente los Decretos del Concilio Vaticano I, sosteniendo que no se pueden conciliar con la autonomía intelectual y la lealtad al estado. En enero de 1875 Newman responde con A Letter Addressed to His Grace the Duke of Norfolk, on Occasion of Mr Gladstone’s Recent Expostulation. Y en el capítulo quinto aborda el tema de la conciencia moral y, más concretamente, la afirmación del primado de la conciencia en relación a la autoridad magistral y gubernativa del Papa [munus docendi, munus regendi]. A nadie se le escapa lo relevante del tema.
La tesis de Gladstone es la siguiente: puesto que el Papa goza de infalibilidad en doctrina fidei et morum, puesto que tiene jurisdicción plena sobre sus fieles católicos, entonces la conciencia moral de cada persona individualmente debe, sencillamente, ejecutar lo que el Papa enseña.
La respuesta de Newman es articulada y sutil. Parte de la concepción de la conciencia moral elaborada en toda su obra precedente. Escribe en la Carta: «La conciencia es un vicario aborigen de Cristo, un profeta en sus informaciones, un monarca en sus órdenes, un sacerdote en sus bendiciones y en sus anatemas. E incluso si el eterno sacerdocio encarnado en la Iglesia cesara de existir, en la conciencia permanecería el principio sacerdotal y predominaría sobre ella».
¿De dónde deriva en la conciencia esta soberana dignidad? Del hecho que la ley divina, regla suprema de las acciones humanas, se convierte en tal por medio de la conciencia. La totalidad de la soberana grandeza de la conciencia deriva del hecho que es el órgano de la comprensión de la Ley divina. «Esta ley, en cuanto es comprendida y entra a formar parte del espíritu de cada persona, toma el nombre de conciencia». La conciencia es soberana porque es súbdita o, como escribe Newman: «La conciencia tiene derechos porque tiene deberes».
El verdadero problema, o la raíz de muchos problemas, es que esta idea de conciencia es combatida intelectualmente y, de hecho, es rechazada por la gran mayoría de la gente. Escribe Newman en la Carta: «La conciencia es un amonestador severo, pero en este siglo ha sido sustituida por su imitación… Y esta imitación se llama con el nombre de derecho a la tozudez». Y sigue: «Aunque los hombres se erijan como defensores de los derechos de la conciencia, con esto no pretenden en absoluto erigirse en defensores de los derechos del Creador, ni de nuestros deberes en relación a Él… por derechos de la conciencia ellos entiende el derecho de pensar, de hablar, de escribir, de actuar como les plazca, sin pensar mínimamente en Dios». Es esta imitación de la conciencia lo que hace imposible cualquier relación verdadera de la conciencia con el ministerio de Pedro.
Quien vive verdaderamente con fe la relación con el Papa sabe que «su razón de ser está en esto, que él es la muestra de la ley moral y de la conciencia.¿Cuál es su misión? No hace otra cosa que dar una respuesta, auxiliar los lamentos de quienes sienten profundamente la insuficiencia de la luz de la naturaleza; la insuficiencia de esta luz es la justificación de su misión», escribe Newman.
El referente de la conciencia es la ley divina y el Papa existe para ayudar a la conciencia a estar iluminada por la Verdad divina. Por lo tanto, para el Papa y para la conciencia, el referente es el mismo: la luz de la Verdad divina. Ambos miran en la misma dirección. «Si el Papa hablara contra la conciencia, entendida en el auténtico significado del término, cometería un verdadero suicidio, estaría excavando su propia tumba».
Newman no reduce el Magisterio a una pura y simple reproducción de la ley moral natural. «Pero –escribe Newman– no por esto es menos verdad que, si bien la Revelación es profundamente distinta de la enseñanza de la naturaleza y la sobrepasa, no es independiente ni está desvinculada de cualquier relación con la misma».
Me gustaría intentar hacer una exposición resumida del pensamiento de Newman respecto a la relación conciencia moral-Papa.
Newman parte de una afirmación explícitamente expresada en múltiples ocasiones: Dios Creador nos ha infundido algo que podríamos definir «originaria memoria del bien y de la verdad». Es decir: es una convicción del pensamiento cristiano que Dios Creador ha impreso en nosotros su imagen y semejanza. Newman interpreta esta tesis antropológica afirmando que cada persona humana tiene por naturaleza la conciencia moral, es decir, la capacidad de sentir, antes o después de haber realizado la acción, un acuerdo o un desacuerdo entre su persona y la acción.
No obstante, la memoria originaria necesita una ayuda externa para ser capaz de ejercitarse. El niño tiene una capacidad natural para hablar, pero es necesaria la intervención de otra persona desde el exterior para que esta capacidad natural funcione. La madre no impone nada desde el exterior, pero lleva a cumplimiento una capacidad ya presente en el niño.
Lo mismo sucede en la relación conciencia moral-magisterio del Papa. Éste, a nivel moral, no impone nada desde el exterior. Impide que el hombre caiga en la peor amnesia, la del bien y la del mal; que su capacidad natural se debilite; actúa para que sea cada vez más capaz de funcionar. A la luz de todo esto, se comprende la profunda verdad del… brindis de Newman: primero brinda a la conciencia, después al Papa. «Porque sin conciencia no habría ningún papado. Todo el poder que éste tiene es poder de la conciencia: servicio al doble recuerdo, sobre el que se basa la fe, que debe ser continuamente purificada, ampliada y defendida contra las formas de destrucción de la memoria, la cual está amenazada tanto por una subjetividad que se ha olvidado de su fundamento, como por las presiones de un conformismo social y cultural» [J. Ratzinger, La coscienza nel tempo, en Chiesa, ecumenismo e politica, Ed. Paoline, Torino 1987, pag. 163].
4. Conclusión
La mañana del 12 de mayo de 1879 Newman recibió la comunicación oficial que el Papa León XIII le había creado cardenal, acogiendo la propuesta de muchos laicos ingleses, in primis el Duque de Norfolk. Newman expresó su gratitud al Santo Padre con un breve discurso, pasado a la historia como el Biglietto-speech.
El texto tiene una importancia extraordinaria: ayuda a comprender todo el camino espiritual de Newman y, también, su pensamiento. He querido que este maravilloso texto concluyera mi reflexión.
Haciendo un balance de su vida, escribe: «Durante treinta, cuarenta, cincuenta años he intentado oponerme con todas mis fuerzas el espíritu del liberalismo en la religión… El liberalismo en el campo religioso es la doctrina según la cual no hay ninguna verdad positiva en la religión: un credo vale lo mismo que otro. Es contrario a cualquier reconocimiento de una religión como verdadera y enseña que todas las devociones deben ser toleradas, porque para todas se trata de una cuestión de opiniones… Se pueden frecuentar las iglesias protestantes y la Iglesia católica, sentarse en la mesa de ambas y no pertenecer a ninguna».
Newman individua en el principio liberal el factor fundamental de la reducción de la conciencia en una simple opinión personal que nadie tiene la autoridad de juzgar.
Ante esta imitación de la conciencia, ¿qué debemos hacer? La respuesta de Newman es la siguiente: «Demasiadas veces el cristianismo se ha encontrado en lo que parecía un peligro mortal. ¿Por qué debemos asustarnos ahora ante esta nueva prueba? Esto es absolutamente cierto. Lo que en cambio es incierto, y en estos grandes desafíos suele serlo y representa habitualmente una gran sorpresa para todos, es el modo como, de vez en cuando, la Providencia protege y salva a sus Elegidos. Normalmente la Iglesia no tiene que hacer otra cosa más que continuar haciendo lo que debe hacer: “Los mansos poseen la tierra y disfrutan de paz abundante”».
Traducción de Helena Faccia Serrano
|