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La familia en la visión cristiana del hombre y de la sociedad
Segunda parte: Visión cristiana de la familia y sociedad civil
Santiago de Chile, 4 diciembre 1993

 

Quisiera precisar inmediatamente la perspectiva de esta segunda conferencia. No se trata de ver la totalidad de la visión cristiana de la familia, sino sólo los aspectos de esta visión que tienen consecuencias en la construcción de la sociedad civil y del Estado. Por tanto, el método que adoptaremos en nuestra exposición será el siguiente. Afrontaremos una a una esas verdades de la visión cristiana de la familia, explicaremos su contenido y mostraremos su fundamento. Después veremos la relevancia civil y política de la afirmación explicada y demostrada.

Queda al margen de mi consideración la reflexión sobre el modo en que pueden (y deben) hacerse operativas estas reflexiones. Esto es, la reflexión acerca del concreto compromiso político-social.

Se trata, en definitiva, de la doctrina cristiana del matrimonio y de la familia en cuanto doctrina social. O más sencillamente, de la doctrina social del matrimonio y de la familia.

Para dar cierto orden a mi exposición sostengo que esta parte de la doctrina social pueda ser agrupada alrededor de dos ejes centrales: A) La sociedad conyugal-familiar considerada en sí misma; B) en relación con las demás sociedades.

 

Punto A

A mi juicio la doctrina social sobre el matrimonio y la familia puede expresarse en dos tesis fundamentales.

Después de haberlas enunciado intentaré explicar el significado de ambas, mostrar las razones profundas que las justifican y hacer ver cómo el Magisterio de la Iglesia deduce importantes consecuencias político-sociales de cada una de ellas.

 

1. La sociedad conyugal-familiar es una sociedad natural

 

1, 1. (Significado de la tesis)

El término “clave” para entender esta primera tesis es “natural”. Este término y concepto posee un doble significado: uno negativo y otro positivo.

El matrimonio y la familia no son “efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes” (Pablo VI, Enc. Humanae vitae, 8). Esto es, no son un puro y simple “caso particular” de una ley común de las especies vivientes: la ley por la cual las especies se perpetúan a través de la unión sexual. No son tampoco una mera invención del hombre, una creación cultural, un producto de su inteligencia o una superestructura que surge de modo necesario a partir de otras infraestructuras.

El matrimonio y la familia son “una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor” (ibid.). Esta afirmación de Humanae vitae debe ser profundamente meditada. El matrimonio y la familia son una invención del mismo Dios, pensada en el mismo momento en el que crea al hombre y a la mujer: matrimonio y familia tienen origen divino. Esta invención divina regula, por así decir, el modo mismo en el que la persona humana ha sido constituída, estructurada, construida por el acto creador de Dios. En otras palabras, la persona humana — hombre y mujer — lleva inscrita en sí misma la dimensión de la conyugalidad. No sólo en su cuerpo (la diferenciación sexual); sino también en sus componentes psicológicos y espirituales. “Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas” (Pablo VI, Enc. Humanae vitae, 8).

 

1, 2. (Razones de la tesis)

Esta primera tesis de la doctrina social — primera en importancia teórica y práctica — encuentra su justificación y su fundamento en el Magisterio de la Iglesia, en una visión adecuada de la persona humana.

En una problemática como la nuestra es necesario, antes que nada, preguntarse de dónde deduce el Magisterio esta visión, cuáles son sus fuentes. Este es un punto importantísimo no sólo para este capítulo de la doctrina social de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II (Const. Past. Gaudium et spes) enseña que la Revelación divina es la fuente última de las enseñanzas de la Iglesia, también cuando ésta enseña que el matrimonio y la familia son sociedades naturales puesto que la verdad entera y completa sobre el hombre nos ha sido desvelada en Cristo. Exponiendo esta verdad, el Magisterio comprende también la razón humana, en el sentido de que interpreta una de las experiencias humanas fundamentales; experiencia que la recta razón de cualquier persona de buena voluntad reconoce en su verdad. Visión, por tanto, adecuada del hombre: porque es visión cristiana y por tanto humana; porque es visión humana y por tanto cristiana.

Presentemos sintéticamente entonces esta visión adecuada de la persona que sirve de base a esta primera tesis. La comunión entre las personas es esencialmente un acto espiritual, es decir, un acto de conocimiento y de amor. No se está en comunión con quien nos es completamente desconocido. Un acto de conocimiento que percibe profundamente al otro en su realidad personal: en su dignidad, en su singular preciosidad personal. Un acto de amor que hace salir de sí a la persona instituyendo una relación que no se funda ni en la utilidad ni en el placer, sino en la pura y simple belleza, dignidad y preciosidad intrínsecas a la relación misma. Esta actividad cognitivo-amante es propia del espíritu: constituye su modo propio de obrar.

Ahora bien, puesto que la persona humana es en sí misma una unidad y no una simple agregación de elementos, el movimiento del espíritu también reviste e involucra al cuerpo y a la psique humanas. El cuerpo se hace expresión visible — el lenguaje — de aquella comunión interior.

El término-clave “natural” ahora puede ser captado en todo su significado. La sociedad conyugal es la forma que puede asumir esta intrínseca constitución de la persona humana: su ser constitutivamente don.

 

1, 3. (Consecuencias de la tesis)

A partir de esta verdad la doctrina social ha derivado numerosas y importantes consecuencias. No nos es posible examinarlas todas sino que deberemos limitarnos a las más importantes.

 

(a) Aunque matrimonio y familia son sociedades “natura les”, sin embargo, es igualmente irrefutable que éstas han sufrido y sufren cambios importantes. El estudio de estos cambios no es competencia del Magisterio: es tarea propia de la sociología, de la psicología y de otras ciencias. A este punto nos encontramos frente a un problema central para la Iglesia y para el creyente: el problema de la relación existente entre el “núcleo natural” (ahora podemos llamarlo así) del matrimonio y de la familia y las variadas, mudables formas históricas en las que necesariamente toma cuerpo aquel núcleo. Para resolver correctamente este problema, en primer lugar es necesario ver que éste se relaciona con un problema fundamental de antropología general. Se trata del problema de la relación entre verdad y libertad.

El hombre no se inventa a sí mismo, no se crea a sí mismo, no se constituye a sí mismo. El hombre se recibe de las manos del Creador. Es decir, existe una verdad del hombre, una estructura de su ser personal que no es otra cosa que el proyecto de Dios sobre el hombre. Esta verdad precede las decisiones de la libertad. Al mismo tiempo, sin embargo, ésta (la verdad) es confiada a la libertad: la libertad del hombre está llamada a realizar esta verdad, a “hacer la verdad”. Hemos dicho recién, por ejemplo, que la persona humana es, en su verdad más íntima, un sujeto ordenado a la donación de sí. Sin embargo, la actuación de su verdad más profunda es confiada a la libertad: a través de su acción libre la persona llega o no llega a ser aquello que es: es decir, don. Cada uno es padre de sí mismo. Pero de aquí deriva que el ejercicio de la propia libertad sea juzgado por la verdad. La libertad que actúa la persona en contradicción con la verdad de la misma persona, destruye la dignidad del hombre, se pone en contra del proyecto de Dios; realiza una humanidad falsa.

Pero volvamos a nuestro tema. Las variadas realizaciones históricas de la sociedad natural conyugal-familiar deben ser juzgadas a la luz de la verdad del matrimonio y de la familia. Es el mismo Jesucristo quien nos ha enseñado a hacerlo.

Cuando los fariseos le preguntaron qué pensaba de la legislación mosaica (= forma histórica, mudable) del divorcio, El no toma como criterio de juicio las referencias a la situación social, económica... de su pueblo. Su criterio es el “principio”, o sea, el proyecto de Dios sobre el matrimonio (= verdad sobre el matrimonio). A partir de la confrontación entre verdad y libertad, Jesús llega al juicio: esta forma histórica es falsificadora del amor conyugal y, por tanto, éticamente injusta y, en consecuencia, ha de ser suprimida. Hecha esta confrontación, expone la razón última de esta falsificación-injusticia: la “dureza de corazón” de la persona humana. A lo largo de su trayectoria histórica y en diversos contextos culturales, la doctrina Social de la Iglesia siempre ha seguido esta metodología. Por consiguiente, la prima o corolario de la primera tesis es el siguiente: a partir de la naturalidad, o sea del carácter natural del matrimonio y de la familia, se deduce una precisa metodología de juicio sobre los modos concretos en que han sido vividos el matrimonio y la familia.

 

(b) La tesis no sólo fundamenta un método de juicio, sino también un método de intervención operativa. Por su misma naturaleza, como ya hemos visto, las verdades éticas provocan la libertad a dar una respuesta ejecutiva. La ejecución o realización de la verdad del matrimonio y de la familia se produce siempre en un determinado contexto histórico (el que debe ser previamente juzgado: corolario precedente). La doctrina social de la Iglesia ha elaborado algunas leyes fundamentales que deben inspirar, orientar y regular esta intervención. Son tres.

Primera: la ley de la fidelidad. El cristiano — con más razón que el no cristiano — no es dueño y señor de la verdad del matrimonio y de la familia puesto que tampoco es dueño y señor del hombre. No puede disponer a su gusto de la verdad, adecuándola, midiéndola o graduándola a las diversas condiciones y situaciones históricas, ya sean personales o sociales. (Este comportamiento es denominado en los documentos del Magisterio con la expresión: gradualidad de la ley). El cristiano debe guiarse por la aceptación integral de la verdad.

Segunda: la ley de la gradualidad. No hay que confundir con la gradualidad de la ley, a la que recién me he referido. La aceptación integral de la verdad no debe resolverse ni reducirse en el interior de la propia comunidad conyugal y familiar. Por el contrario, debe irradiarse en la sociedad en la que se vive: debe llegar a ser levadura que transforme la masa de la cultura en la cual se vive. La ley de la gradualidad significa, por tanto, la profunda intención y la constante voluntad de convertirse — en cuanto esposos y padres — a la verdad y de hacer partícipe a la cultura matrimonial y familiar, en la que se está inserto, de esta permanente y progresiva conversión.

Tercera: la ley de la inculturación. Es el desarrollo lógico de la ley precedente. La fe genera cultura: genera una transformación de los diversos modos o formas en los que la persona realiza la verdad del matrimonio y de la familia. Este proceso de inculturación comprende tres momentos. El momento en el que se reforma lo que el pecado ha de-formado (pensemos por ejemplo en la mentalidad divorcista, abortista...); el momento en el que se con-firma y se acoge todo lo que hay de verdadero, de bueno, de justo, en la cultura en la que se vive; el momento en el que se refleja en la propia experiencia cristiana lo humano de la experiencia conyugal y familiar.

Este desarrollo nos ha conducido ya a la segunda tesis.

 

2. La sociedad conyugal-familiar es la primera sociedad natural

 

2, 1. (Significado de la tesis)

El término “clave” para entender esta segunda tesis es “primera”: es decir, la atribución de una prioridad del matrimonio y de la familia respecto a las demás sociedades. ¿De qué “prioridad” se trata? La respuesta a esta cuestión nos revelará plenamente el significado de la tesis. En el ámbito de la doctrina social, me parece que el término posee dos sentidos fundamentales.

El primero. La diferenciación sexual no es el dato primario en el hombre: el hombre no es primariamente varón o mujer. Es primariamente persona. Por tanto, puesto que toda la dignidad del hombre consiste en ser persona, entonces, en virtud del respeto que se debe al hombre, en razón de su singular preciosidad, es irrelevante el hecho de ser varón o mujer. Y más todavía, en Jesucristo — como enseña San Pablo — ya no hay hombre o mujer. En el contexto de esta reflexión, la diferenciación sexual es una cualidad accidental de la persona humana.

Esto debía sentarse como premisa. Pero no es todo. De hecho, la diferenciación sexual constituye la primera distinción de la idéntica humanidad. Antes de ser blanco o negro, italiano o chileno, profesor o juez, la persona o es hombre o es mujer. Y esta diferenciación sexual es tan primaria en relación a las demás, que en ésta “radican las notas características que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana del 29-XII-75, n. 1). En otras palabras: todo lo que la persona hace, lo hace en la forma, en el modo, con la impronta, propia de su feminidad o de su masculinidad.

Sin embargo, la diferenciación sexual no es sólo la primera, originaria forma de distinción entre las personas humanas: la primera y originaria revelación del otro en cuanto otro: la mujer es otro respecto al hombre y viceversa. Esta es también el signo primero y originario de la vocación de la persona a trascenderse a sí misma, a salir de sí misma en la comunión que se constituye por la donación de sí. Así, la diferencia sexual indica, denota, significa, una relación de complementariedad. Se es varón en relación a la mujer; se es mujer en relación al varón. Y esta relación tiene su fundamento en la “complementariedad” de ambos o — lo que es equivalente — en el hecho de que la humanidad completa, la plenitud de su ser, la perfección de su bondad, se alcanza en la comunión interpersonal entre el hombre y la mujer: en la sociedad conyugal, justamente. La diferenciación sexual es, a la vez, la primera distinción (antes que nada la persona es hombre o mujer) y el primer signo de la llamada de la persona a la comunión: existe otro, estoy llamado a constituir una comunión con otro en la donación de mí mismo al otro.

Ahora bien, si reflexionamos un momento, la sociedad humana como tal, y por tanto toda sociedad humana, implica siempre dos momentos o realidades: la existencia del otro (el solitario no puede estar en sociedad); la relación con el otro (muchas soledades no hacen una sociedad).

Este es, por tanto, el primer significado del hecho de atribuir una prioridad a la sociedad conyugal: la sociedad conyugal es la primera sociedad natural en el sentido de que es el signo originario de la estructura comunional de la persona humana.

El segundo significado es todavía más profundo. Para entenderlo hemos de partir de una reflexión bastante simple. La persona humana ha de llegar a la existencia, o sea ha de ser generada, en el interior de la comunión conyugal a través de un acto de amor conyugal: cualquier otra modalidad es contraria al orden de la divina Sabiduría y a la dignidad del concebido. Esta es una tesis central de la Instrucción sobre la bioética, emanada de la Congregación para la Doctrina de la Fe y que en otro momento será explicada. Es, precisamente, el punto de partida para captar el significado de la prioridad a la que nos estamos refiriendo.

La persona humana, desde su mismo origen, se enraíza en la humanidad en el terreno de una reciprocidad interpersonal: precisamente en aquella conyugal. Por otra parte, desde el momento en que la mujer se da cuenta que será madre, percibe en sí la presencia no de “algo” sino de “alguien”. Es decir, de una persona que vive en sí y que le está estrechamente ligada, pero que, al mismo tiempo, no le pertenece como algo de lo que puede disponer, sino que le ha sido donado.

¿Qué ha sucedido? La maternidad es un don hecho a la esposa por el esposo y la paternidad es un don hecho al esposo por la esposa. En el mismo acto en el que ambos esposos realizan con el máximo de su capacidad expresiva, la recíproca comunión conyugal, se trascienden y se superan, saliendo de la dualidad en una tercera persona. Por su parte, esta tercera persona es puesta en el universo del ser, acogida y querida en sí misma y por sí misma como persona.

A esta altura de nuestra reflexión nos resulta fácil reconocer en este acontecimiento, la transformación de la sociedad conyugal en sociedad familiar, el modelo originario, el arquetipo del constituirse de cada sociedad humana. Porque ¿qué es lo “social humano” sino el reconocimiento y la afirmación del otro en sí mismo y por sí mismo? Cada persona humana es “socia” de toda persona humana. En el interior de la sociedad conyugal precisamente se está en posesión de este primer acto de reconocimiento: y así se constituye la sociedad humana.

El segundo significado de la atribución de una prioridad a la sociedad conyugal-familiar es el siguiente: la sociedad conyugal-familiar es la primera sociedad natural en el sentido de que en ésta y mediante ésta tiene origen lo social humano como tal.

 

2, 2. (Razones de la tesis)

La razón más profunda de esta segunda tesis debe buscarse en la visión personalista que tiene la Iglesia de la sociedad humana. Por “visión personalista” se entiende que la sociedad encuentra su origen en la persona. La sociabilidad humana es una dimensión esencial de la persona fundada, en último término, en la espiritualidad del hombre. En efecto, sólo el espíritu es social: comunicable, abierto al otro, capaz de salir de sí. La materia, por el contrario, es incomunicable, herméticamente cerrada en sí misma. Pero, además, “visión personalista” significa que la sociedad humana no debe reducirse a un mero hecho organizativo, constituido por un dar-tener limitado a las funciones respectivas. Es una realidad personal en el sentido que debe conservar — cuanto sea posible — las características propias de la relación interpersonal. Por último, “visión personalista” significa que, en la sociedad, la persona no se pierde a sí misma puesto que la sociedad tiene como fin el bien de la persona. Por consiguiente, el arquetipo, el modelo de toda sociedad es la sociedad conyugal-familiar. “La promoción de una auténtica y madura comunión de personas en la familia se convierte en la primera e insustituible escuela de socialidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias en un clima de respeto, justicia, diálogo y amor” (Exhort. Ap. Familiaris consortio, 43 a). “De este modo, la familia constituye el lugar natural y el instrumento más eficaz de humanización y de personalización de la sociedad” (ibid., 43 b).

 

2, 3. (Consecuencias de la tesis)

También de esta tesis el Magisterio de la Iglesia ha deducido numerosas consecuencias. En esta ocasión expondremos sólo las principales.

 

(a) La familia es en la sociedad aquello que la célula es en el organismo viviente. Esta proporción, enseñada repetidamente bajo diversas formas en la doctrina social, es rica de contenido. El bienestar ético de la sociedad depende, en buena medida, del bienestar ético de la familia. Si reflexionamos atentamente sobre la razón, antes expuesta, de esta segunda tesis, vemos que se trata de una consecuencia que se impone inmediatamente. El bienestar ético de la familia consiste en la posesión de todos aquellos valores morales que constituyen su forma propia y perfilan su figura. Al ser la experiencia conyugal-familiar una experiencia no dominada por criterios utilitaristas ni hedonistas sino por la ley de la gratuidad, la persona y su dignidad son acogidas, reconocidas y defendidas en una atmósfera de desinteresada disponibilidad, de servicio generoso, de profunda solidaridad.

Ahora bien, ¿este conjunto de valores no constituye el ethos de toda sociedad humana verdadera? En consecuencia, el bienestar ético de la sociedad depende en gran medida del ethos que se instaura en la familia.

Pero la proporción antes enunciada posee también otro significado. Puede suceder, por varias razones, que haya una contradicción, un estridente contraste, entre la experiencia de los valores que la persona vive en la familia y la experiencia de los anti-valores que vive en la sociedad. En esta situación se da la seductora tentación de considerar la familia como un refugio contra la aridez y la despersonalización sufrida en las relaciones sociales; es decir, de retirarse en la familia. En realidad, en esta situación hoy tan frecuente, la experiencia conyugal-familiar ha de ser vivida como profecía de una realidad social a medida del hombre. ¿Qué significa esto? El profeta es aquél que ha percibido a través de una luz encandilante una verdad que lo ha conmovido interiormente; es aquél que juzga la realidad en la que vive con la medida de esta verdad; es aquél que se empeña con el máximo de sus fuerzas en traer la realidad juzgada a la verdad conocida. La familia es profecía de la sociedad. Quien vive el amor conyugal y la experiencia familiar en santidad, percibe la verdad y la belleza — única, inimitable — de la comunión interpersonal; juzga todas las experiencias sociales con la medida de aquella verdad y belleza; se empeña para que estén presentes y tomen cuerpo en toda relación social.

 

(b) Puesto que el aborto es la destrucción más pura y simple de la sociedad conyugal-familiar, la legislación permisiva del aborto es la corrupción total de la sociedad en cuanto tal. Es la contaminación de la misma fuente de la que mana la sociedad humana. La muerte inocente del concebido destruye en su misma esencia la comunidad familiar. En efecto, ésta somete la acogida de la persona a criterios utilitaristas y/o hedonistas: la persona ya no es acogida por su pura y simple dignidad personal. Vale únicamente y sólo cuando sirve a los demás. Es la introducción del criterio utilitarista o hedonista en lugar del criterio personalista.

Esta corrupción total turba completamente el acento personalista de la sociedad; corrompe la íntima esencia humana. Una sociedad en la que el aborto es permitido legalmente no es una sociedad humana: sólo es la convergencia de intereses de los más fuertes contra el bien de los más débiles.

 

Punto B

 

La doctrina social no se limita a considerar el matrimonio y la familia en sí mismos. Los considera también en su relación con las demás sociedades. Me parece que la enseñanza que se refiere a esta relación también puede resumirse en dos tesis fundamentales.

 

1. La familia es la primera y fundamental escuela de humanización de la persona (a), a la que normalmente ninguna otra sociedad debe sustituir(b), y a la que cada una de las demás sociedades ha de ayudar (c).

 

1, 1. (Significado de la tesis)

Se podría decir que esta tesis enseña la arquitectura de la sociedad humana: cómo debe ser proyectada la construcción de un ordenado edificio social, en la justicia de las relaciones entre las diversas sociedades concretas. La tesis se articula en tres partes:

(a) En primer lugar, es preciso acoger la enseñanza de la Iglesia sobre la misión de la familia. En orden cronológico, el último documento magisterial que ha afrontado ampliamente el tema ha sido la Exhortación Apostólica Familiaris consortio (nn. 22, 11, 81). Define la misión de la familia en estos términos: “La familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor” (17. a). Esta misión se especifica — siempre según el mismo documento — en cuatro tareas: formación de una comunidad de personas; servicio a la

vida; participación en el desarrollo de la sociedad; participación en la vida y misión de la Iglesia (cfr. 17. b). Pienso que estos cuatro aspectos pueden expresarse sintéticamente diciendo que la misión de la familia consiste en ser el lugar de humanización de la persona. Nótese que en el contexto de nuestra reflexión, la relación familia-Iglesia no es tratada directamente por la doctrina social: el centro de interés de esta parte de la enseñanza de la Iglesia es sobre todo la relación familia-sociedad civil-Estado.

¿Qué significa “humanización del hombre”? Es fácil constatar que el hombre es distinto de los animales, no nace autosuficiente. El hombre tiene necesidad de ser educado: esto es, de ser ayudado en la consecución de la plenitud de su ser personal. En este sentido se puede y se debe hablar de “humanización del hombre”. El contenido de esta tarea educativa es definido y determinado por la realidad de la persona humana que es cuerpo, psique y espíritu, en una profunda unidad interior. Realidad unida en la pluralidad de sus dimensiones; realidad pluridimensional en la unidad del yo personal. Es educación física, psicológica y espiritual, en orden a la edificación de una personalidad unitaria.

Los sujetos que, directa o indirectamente, llevan a cabo esta labor educativa son muchos. Sin embargo, en la doctrina social de la Iglesia es constante la afirmación que el primero de estos sujetos es y debe ser la familia.

(b) ¿Qué significa “el primero”? En sentido negativo esta prioridad es sinónimo de insustituibilidad. Ningún otro sujeto educador puede y debe ocupar el lugar de la familia en el proceso educativo. En ocasiones, sin embargo, pueden darse situaciones de tal incapacidad e ineptitud educativa de la familia, que exijan que otros tomen su lugar. El derecho a la educación es un derecho fundamental de la persona humana y ha de ser salvaguardado siempre.

(c) ¿Qué significa “el primero”? En sentido positivo esta prioridad significa que la familia debe ser ayudada en el desarrollo de su cometido fundamental, a través de la creación de las condiciones necesarias y suficientes para asegurar el cumplimiento de su tarea.

 

1, 2. (Razones de la tesis)

La razón fundamental es aquella visión personalista de la que ya he hablado. Esta visión comporta consideración de la persona como fin de la sociedad. De esta consecuencia de la visión personalista deriva el principio fundamental de la doctrina social denominado principio de subsidariedad. Cuanto más cercana a la persona es una sociedad, tanto más goza de prioridad axiológica en relación a las demás sociedades. De esta prioridad deriva que la sociedad “segunda” no debe sustituir a la sociedad “primera”, sino que ha de ir en su ayuda.

De todo lo que he dicho hasta ahora resulta claro que en ninguna otra sociedad, como en la familia, el hombre está más profunda y directamente comprometido.

 

1, 3. (Consecuencias de la tesis)

A partir de este principio arquitectónico el Magisterio de la Iglesia ha deducido numerosas consecuencias, de las cuales solamente expondré algunas.

(a) Al intervenir otros sujetos educadores, éstos tienen el grave deber de desarrollar su cometido en coherencia con la elección educativa, con el proyecto educativo de la familia, y no en contradicción con éste. Sería una grave injusticia el que los padres fueran obligados a confiar la educación de sus hijos a sujetos que ignoraran o contradijeran su elección educativa.

(b) La construcción de una sociedad a medida del hombre, es decir, de la familia, no puede ser tarea de familias singulares. Esto comporta también una intervención política: “las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia” (Exhort. Ap. Familiaris consortio, 44.b). Y, a su vez, una intervención de este tipo unicamente puede ser realizada por un sujeto público. De ahí la importancia de las diversas formas de asociación y de agrupación de familias que aseguran a la misma familia una participación activa en la política familiar.

(c) Esta tesis encuentra su aplicación, principal aunque no exclusivamente, en el interior de la relación familia-escuela. De hecho, en la sociedad moderna, la escuela ha llegado a ser el principal sujeto educativo.

 

2. La ayuda que ha de ser ofrecida a la familia se debe tanto al hecho que la familia es la primera sociedad natural como al hecho de ser el primer sujeto educador.

 

Esta última tesis no tiene necesidad de un comentario articulado como la precedente. Teniendo en cuenta todo lo que se ha dicho hasta ahora, ésta no es más que la conclusión necesaria y general de las tres tesis anteriores.

El principio arquitectónico enunciado en la tesis precedente se convierte inevitablemente en la ley fundamental en orden a regular con justicia las relaciones particulares, cotidianas, de las diversas sociedades en las que se concreta la sociabilidad de la persona humana. Es ciertamente imposible describir de modo completo aquellas relaciones pues las situaciones son muy variadas. Sin embargo, sí que es posible individuar las normas éticas que han de regular esas relaciones, y que se deducen del principio arquitectónico enunciado en la tercera tesis. Estas pueden reducirse a dos:

 

2, 1. La familia y el matrimonio son una comunión de amor

En primer lugar deben ser ayudadas a realizar su íntima esencia. Ahora bien, es obvio que el evento de la comunión no puede ser instituido sino por la libre voluntad de las personas. Lo que las leyes e instituciones humanas pueden y deben hacer es la creación de un contexto en el que aquel evento no sea obstaculizado, sino favorecido. Veamos algunos ejemplos.

(a) La ausencia de una vivienda digna de personas humanas o la extrema dificultad para encontrarla, la constante incertidumbre respecto al trabajo necesario para vivir, el condicionamiento de los cónyuges a vivir separados por largo tiempo, la ausencia prolongada de los hijos en el hogar, son algunos de los obstáculos más serios a la comunión conyugal que una política familiar justa debería impedir.

(b) En este contexto se ha de insertar el discurso sobre la introducción del divorcio en la legislación civil. Querría detenerme con más detalle en este punto, comenzando con una reflexión de carácter histórico: la historia debería ser una maestra de vida.

En occidente existen, en realidad, dos tipos de crítica a la visión cristiana del matrimonio y de su indisolubilidad civil. El primero comprende el intento de separar la moral cristiana de la fe cristiana, aceptando la primera pues se la considera la forma más alta de moral humana, y rechazando la segunda, ya que se considera indigna de la razón. Esta actitud es, en línea de principio, favorable a la indisolubilidad del matrimonio, salvo el hecho de conceder la excepción en situaciones del todo particulares. Fue la actitud dominante a finales del siglo pasado y comienzos del presente, de modo que las leyes introducidas concedían el divorcio aunque sólo en un número muy reducido de casos.

Sin embargo, existe también otro tipo de oposición. Esta forma se opone a la misma definición de matrimonio introducida por el cristianismo en nuestra tradición jurídica. De hecho tiende a afirmar el principio de que el matrimonio puede ser disuelto según el arbitrio de las partes o también por el arbitrio de una sola parte contra la voluntad de la otra. El resultado es que la diferencia entre matrimonio y convivencia de hecho se hace cada vez más difícil de reconocer. ¿Qué ocurrió? Ocurrió que el primer divorcio ha funcionado como preparación y cobertura del segundo. Así, en muchos países se ha quemado la primera etapa, la etapa del divorcio circunscrito y limitado, pero inmediatamente se ha instaurado el segundo tipo de divorcio.

¿Qué lección nos enseña esta trayectoria? Aristóteles decía que las definiciones son como los números: no se puede quitar o agregar algo sin cambiar el todo. Si se quita la indisolubilidad intrínseca del matrimonio, éste ya no se diferencia esencialmente de la convivencia libre de hecho. Quien se casa, ya no encuentra una real correspondencia entre su voluntad conyugal y el reconocimiento de la misma por parte de la sociedad. Se crea así una separación que producirá gradualmente la convicción del matrimonio como asunto privado.

De estas simples reflexiones se concluye cuán necesario sea oponerse a la más mínima excepción a la indisolubilidad civil del matrimonio.

 

2, 2. La familia es el primero sujeto educador

Es obvio que la capacidad educadora es una habilidad que la persona debe adquirir. Ninguna ley o institución puede producirla. Sin embargo, leyes e instituciones deben crear aquel ambiente en el que la misión educadora de la familia sea ayudada y no obstaculizada. Veamos algunos ejemplos.

Ha de ser salvaguardada una efectiva libertad de educación, a través de la sustitución gradual de un sistema escolar estatal por un sistema escolar libre. No basta una libertad en las instituciones escolares: es necesaria también una libertad de las instituciones escolares.

Los medios de comunicación social son en la actualidad uno de los sujetos deseducadores más potentes y eficaces. Este es uno de los espacios en los que han de estar más presentes las asociaciones y agrupaciones de familias.

 

Conclusión

 

La doctrina social de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia adquiere hoy una importancia notable y exige ser llevada a la práctica con particular urgencia. La razón se deriva de una doble serie de consideraciones.

Primera: el hombre es salvado cuando se coloca con la obediencia de su libertad en el orden de la Sabiduría creadora y redentora de Dios. Fuera de este orden se pierde a sí mismo ensayando un proyecto de humanidad que es falso. A pesar de que esto es, y ha sido siempre verdadero, el contraste entre el proyecto de Dios sobre el hombre y el anti-proyecto humano ha llegado a ser en nuestros días particularmente violento. La crisis de la indisolubilidad conyugal, el aborto, la progresiva privatización del amor conyugal, son algunos de los signos más impresionantes de un evento cultural todavía más profundo.

Segunda: ¿Cuáles son los elementos constitutivos de este evento cultural? En síntesis, consiste en el intento satánico de construir la ciudad del hombre prescindiendo completamente de Dios: sin Dios. No se trata de la negación puramente intelectual de la existencia de Dios, sino de la decisión de la libertad humana de construir, de generar el hombre sobre la base de aquella negación.

Este tentativo exige, como condición imprescindible de éxito, aquello que describe lúcidamente Nietzsche en su Así habló Zarathustra:

«Voluntad — así se llama aquello que libera y da alegría: así os enseña, amigos! Pero ahora aprended esto: la voluntad misma es una prisionera. El querer libera: pero ¿cómo se llama aquello que lleva a su vez en cadenas al libertador? “Fue”: así se llama el rechinar de dientes de la voluntad y de la tristeza más solitaria. Impotente contra aquello que ha sido hecho — es un mal espectador de todo lo pasado. La voluntad no puede querer sobre su pasado: no poder infringir el tiempo y el deseo del tiempo, — he aquí la más solitaria tristeza de la voluntad… Que el tiempo no torne atrás es su furor: “aquello que fue” — así se llama la roca que ella no puede mover» (Parte segunda. La redención).

 

La condición para el anti-proyecto es la cancelación total de la experiencia, de la conciencia humana, de una dependencia, de una pertenencia, de todo aquello que no sea la propia libre decisión. En términos teológicos: la cancelación de la verdad de la creación-Redención por parte de Otro.

Al respecto, Novalis escribe con gran profundidad:

«En este mundo existen algunas flores de origen ultraterreno, las cuales no prosperan en este clima y son verdaderos y propios heraldos, mensajeros de una existencia mejor. Entre estos mensajeros se encuentran, ante todo, la religión y el amor».

En efecto, la esencia más íntima de la religión, en cuanto tal, es la experiencia eminentemente espiritual de ver-consentir, de depender radicalmente de un permanente acto creativo-redentivo de Dios. El “sacramento primordial” de esta dispensación del ser es la experiencia del amor. Por una parte, el amor excluye toda forma de dominio y, por otra, instituye la más radical pertenencia-dispensación existente entre las personas creadas. El amor es — en su más pura esencia — una “flor” que nace en otro lugar: en un terreno que ya no es más la relación entre personas creadas (“quien ama es generado por Dios”: San Juan). Es un fragmento visible, proveniente de un universo invisible. Y es por esta razón, en último término, que la persona humana puede ser generada únicamente por este amor.

Si reflexionamos profundamente sobre estas consideraciones, vemos que aquel anti-proyecto, del que antes hablaba, sólo puede ser construído sobre las cenizas de la comunidad conyugal-familiar. En efecto, desde el punto de vista ético, ésta se define acabadamente como la síntesis del amor y la vida. Es el “sacramento primordial” de la creación, como ha enseñado Juan Pablo II.

Del resto se tiene una impresionante confirmación histórica: todo proyecto totalitario siempre ha buscado destruir la institución familiar.

Nuestro empeño por la familia es el empeño por el hombre: por su salvación eterna.