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Saber científico y liberación de la persona humana
Madrid, Fundación Universitaria Española, 22 mayo 1991
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El hombre comenzó a vislumbrar una relación estrecha entre el saber científico y la liberación de su persona cuando comenzó a considerar la ciencia como un saber cuya única finalidad no era el conocimiento sino también la aplicación práctica, es decir, cuando la ciencia comenzó a ser considerada como proyecto de la acción humana. ¿Se trata de una visión que continúa el concepto ya conocido en la epistemología clásica de ciencia práctica?, ¿se trata de una visión radicalmente nueva?, ¿cuáles son las implicaciones y las consecuencias antropológicas de esta visión? Estas son algunas de las preguntas que surgen en nuestra mente al enfrentarnos al tema de la relación entre ciencia y liberación del hombre.

 

1. El concepto clásico de ciencia práctica

La mejor introducción a al problemática moderna y contemporánea de la relación entre ciencia y liberación del hombre está en la comprensión del concepto clásico de ciencia práctica. Para no hacer demasiado pesada mi reflexión me limitaré al concepto de santo Tomás de Aquino. El doctor Angélico propone la distinción entre una ciencia práctica y una ciencia teórica. Mientras la segunda nace del deseo puro de saber como son las cosas, sin orientar el conocimiento alcanzado a nada más que la satisfacción del puro deseo intelectual de saber, la segunda, la ciencia práctica no nace únicamente del deseo de saber, sino de un deseo de saber que se convertirá después en proyecto y orientación para el obrar humano. En este punto santo Tomás introduce una distinción de importancia fundamental dentro del saber científico práctico. La puesta en práctica de los dinamismos operativos humanos puede asumir dos formas fundamentales: la del hacer y la del actuar. El hacer connota un obrar humano que tiene su origen ciertamente en el hombre pero su fin está fuera de él. En una palabra, mediante su hacer, el hombre transforma el mundo, es más, su hacer consiste precisamente en transformar el mundo. El actuar, por el contrario, connota un obrar humano que tiene en el hombre su origen y su fin. En una palabra, mediante su actuar, el hombre se transforma a sí mismo, es más, su actuar consiste precisamente en transformarse a sí mismo.

A estas dos formas fundamentales del obrar humano corresponden dos tipos de conocimiento científico-práctico diferentes: el primero que regula el hacer humano, el segundo que regula el actuar humano. Ars se llama el primero, con un término para nosotros hoy intraducible (podríamos llamarlo “saber técnico), Ethica es el nombre del segundo. Tenemos ahora que entender porqué en la visión de santo Tomás, la ética es eminentemente la ciencia práctica, para dar razones simples y profundas que deberán tenerse continuamente presentes más adelante. La primera, la persona es en acto en grado supremo no cuando hace algo, sino cuando actúa, aunque, aparentemente se creería lo contrario. Si la persona cumple un acto de amor, su obrar es más que el de la persona que va a la luna. La suprema dignidad del obrar humano consiste en su actuar no en su hacer. Y, por lo tanto, la ética que es la ciencia del actuar (no del hacer) humano, es ciencia sumamente práctica. La segunda, mientras las indicaciones de las otras ciencias prácticas son indicaciones hipotéticas condicionales (si se quiere construir un puente, se debe o no se deben usar determinados materiales), las indicaciones de la ética son categóricas y absolutas (debes actuar de tal manera o no debes actuar de tal manera, simplemente porque esto es bueno y esto es malo). Como se ve, el grado de practicidad al que llega la ética nos conduce finalmente a la idea más importante de la epistemología tomista. Para captar esta idea es necesario tener presentes en nuestra mente, contemporáneamente algunas profundas reflexiones de santo Tomás sobre el actuar humano. 

a) Después de aclarar la distinción entre el hacer y el actuar, nos podemos preguntar, ¿cuál es la naturaleza íntima del acto humano?, ¿su esencial última? El actuar humano es esencialmente la volición libre: es el actuar libre-voluntario. Ciertamente, no es posible ningún acto libre que no presuponga un acto de conocimiento; pero se trata, justamente, de un pre-supuesto, de una condición. Sin embargo, la humanidad de nuestro actuar consiste exclusivamente en la libertad de nuestro actuar: actúa humanamente quien actúa libremente. Toda obra actividad humana es una dimensión externa (santo Tomás lo llama actus exterior) a la íntima esencia del acto humano. 

b)¿Qué mueve a la persona a elegir aquello que libremente quiere? No es el acto del conocimiento, el acto mediante el cual conozco la posibilidad de una elección. El conocimiento muestra solamente las posibilidades: pero que una posibilidad se convierta en realidad depende exclusivamente de la voluntad libre de la persona, no de su capacidad cognoscitiva. 

A la luz de esta doble reflexión, nos damos cuenta de que el significado práctico del saber ético debe ser rigurosamente redimensionado. La ética (lo mismo que cualquier otro saber) no va más allá del descubrimiento de formas posibles de existencia, de cursos posibles de acción; aun cuando —y no debemos olvidarlo nunca— se trate de posibilidades que se imponen a la libertad con una fuerza singular: la fuerza del deber moral. Pero es la persona en su libertad la que actúa o no actúa (lo hace ser).

Al llegar a este punto, parece necesaria a nuestra inteligencia una conclusión a pesar de la paradoja: ningún saber es capaz de liberar al hombre puesto que nada puede introducirse en la intimidad de la acción. En la libertad habita tan solo la libertad. Ningún saber teorético —por definición— ofrece a la libertad proyecto alguno; ningún saber práctico, que de suyo no puede ir más allá de las posibilidades ofrecidas. Ahora bien, a través de la reflexión sobre algunos puntos de la epistemología tomista hemos llegado a un punto fundamental de la doctrina cristiana. La salvación del hombre no está conectada en última instancia con un acto de inteligencia sino de libertad: el gnosticismo de ayer y de hoy se contrapone de manera total con el cristianismo. Quisiera ahora concluir el primer punto de mi reflexión pidiéndoles mantener siempre la conclusión a la que hemos llegado. Lo repito, ningún saber es capaz de liberar al hombre. 

 

2. Posibilidad humana y liberación del hombre

He repetido varias veces en el punto precedente que el saber científico ofrece meramente posibilidades. Quisiera ahora reflexionar más atentamente sobre esta afirmación que nos introduce directamente en el debate contemporáneo. El término “posibilidad” puede tener dos significados diferentes, bastante diferentes. Puede significar simplemente “que no implica contradicción” o bien puede significar “capacidad de, poder de…” Por ejemplo, si digo “un círculo cuadrado no es posible”, pretendo decir (en su primer significado) que la figura geométrica “círculo cuadrado” implica contradicción y por lo tanto, no ha existido nunca ni existirá jamás un círculo cuadrado. Si digo, “no me es posible venir a Madrid”, quiero decir (en su segundo significado) que no puedo venir a Madrid. 

Cuando decimos “el saber científico (práctico) ofrece posibilidades”, ¿con cuál de estos dos significados usamos el término “posibilidad”? No tenemos tiempo ahora de demostrar que una de las características fundamentales de la epistemología moderna fue la de responder a la pregunta de esta manera: el saber científico ofrece posibilidades, en el sentido de que da al hombre siempre más poder, siempre más capacidad de hacer. El primer maestro de esta epistemología fue Francis Bacon, identificaba ya simplemente saber con poder, scire est posse. En este sentido, podemos decir que la razón científica se ha convertido siempre más en razón tecnológica.

Esta nueva situación antropológica, ¿debe llevarnos a refutar lo alcanzado en el primer punto de nuestra reflexión? No podemos contestar a esta pregunta sin antes resolver un problema antropológico particularmente difícil, tanto para el filósofo como para el teólogo. El problema es el siguiente, ¿qué relación existe entre libertad humana, liberación humana y posibilidad humana? Simplificando un poco la pregunta, quitemos por el momento del segundo término de la relación, el de liberación, limitándonos a la relación entre libertad humana y posibilidad humana.

Las respuestas han sido muchas y diversas, desde la respuesta estoica, según la cual es del todo irrelevante para la libertad humana el tener o no la posibilidad de hacer y actuar, pues la libertad es un hecho meramente interior; a la posición de algunos teólogos de la liberación según los cuáles el problema de la libertad de la persona se reduce a un problema de economía política. No viene al caso hacer una revisión de las diversas posiciones, prefiero meditar con ustedes una página de san Pablo, para nosotros los creyentes la página es portadora de una revelación divina; para el no creyente permanece de cualquier manera como un vértice de la literatura universal, de curiosa perspicacia psicológica. Se trata de la carta a los Romanos, capítulo 7, versículos 14-20. 

Esta página, en la que seguramente cada uno de nosotros nos vemos reflejados, contiene una clara distinción entre el conocimiento del bien y la capacidad de cumplirlo. Si en el hombre permanece la primera y no permanece la segunda, el resultado es que el hombre no hace lo que quiere sino aquello que detesta, y en esto consiste precisamente la esclavitud, la falta de libertad del hombre. Se trata, como decía, de un texto que exige una gran delicadeza de espíritu. A la voluntad del hombre le es destituida la capacidad de actuar el bien conocido: es una voluntad sin posibilidad de… En esto consiste su esclavitud desde el momento que es libre la voluntad capaz de actuar el bien conocido. La pregunta era, ¿qué relación existe entre libertad humana y posibilidad humana? A la luz de la reflexión paulina, la respuesta es la siguiente: existe una relación de pura y simple identidad, es decir, la libertad es posibilidad, capacidad de cumplir el bien conocido. La cultura occidental sabía esto, lo había aprendido de su fe cristiana. En la cultura occidental nace y se desarrolla la epistemología moderna de la que he hablado (saber es poder). La tentación era sugestiva, la tentación de pensar esta secuela de consecuencias: ya que la libertad es posibilidad, es capacidad de actuar voluntariamente; ya que la liberación humana es el camino hacia la obtención de la capacidad de acción; ya que el saber científico es esencialmente adquisición de capacidades de acción, por lo tanto, la ciencia es la liberación del hombre. 

En realidad, este camino recorrido por la ciencia occidental que ubicaba la liberación humana en el saber científico, es el fruto de una serie de reduccionismos antropológicos que han puesto de manifiesto su contenido antihumano en nuestros días. Tenemos por lo tanto que reformular la pregunta con la que comenzamos al principio de este segundo punto de nuestra reflexión. La pregunta sobre la relación entre posibilidad humana, libertad humana y liberación del hombre.

Es importante destacar que san Pablo no habla de cualquier “capacidad de…” sino de la capacidad de cumplir el bien (en sentido moral) bien que no ha sido inventado por el hombre sino descubierto dentro de sí; es una íntima e incondicionada exigencia de la ley de Dios que dirige al hombre. Reflexionemos un poco sobre este punto. Existe un bien del hombre en tanto hombre; existe en el hombre una dignidad incomparable; existe en el hombre una orientación íntima hacia la plenitud de su ser persona en la verdad. A la voluntad le es destituida su capacidad de actuar el bien del hombre en tanto que hombre, de reconocer la dignidad de la persona (propia y de los otros), de caminar mediante sus actos hacia la plena realización de la verdad de su ser. Por esto la voluntad no es libre y se vuelve libre cuando se vuelve capaz de actuar… ¿las posibilidades que la ciencia ofrece hoy al hombre son posibilidades de alguna manera relevantes para el proceso de liberación del hombre entendidas en el sentido mencionado? 

Repitamos una vez más la pregunta de fondo, ¿cuál es la relación entre el saber científico y la liberación del hombre? Debemos finalmente saber de que naturaleza son las posibilidades que la ciencia ofrece hoy al hombre. Puesto que se trata de posibilidades que se fundan en el saber, derivan su naturaleza de la naturaleza del saber científico. Este es el conocimiento de las conexiones constantes entre dos o más fenómenos. De esta simple descripción del saber científico se deriva que debe excluir metodológicamente de su campo de investigación la hipótesis misma de la libertad; de la libertad no se tiene conocimiento científico. Por lo tanto, las posibilidades que nos ofrece la ciencia son sustancialmente previsiones más o menos probables que dadas determinadas premisas seguirán determinados resultados, ni más ni menos. Pero que estas previsiones se conviertan o no en proyecto de acción para una persona dependen exclusivamente de la libertad. 

Si, en cambio, la ciencia pasara de la exclusión metodológica de la libertad a la exclusión de contenido, y, por lo tanto, considerase que el hombre es enteramente objeto posible del saber científico, entonces las posibilidades que ofrece la ciencia no serían ya meras “previsiones” sino poder de manipulación del hombre. Quisiera concluir este punto de mi reflexión. Nos habíamos preguntado la relación que existe entre posibilidad humana y libertad humana y así hemos llegado a las siguientes conclusiones. Desde el punto de vista ético es una relación de pura y simple identidad en el sentido de que la libertad humana es posibilidad de cumplir el bien. Desde el punto de vista científico, la relación es pensada (y puede ser pensada) de dos maneras profundamente diferentes según el lugar que precisamente se atribuya a la libertad humana. Si la libertad es simplemente negada, se reduce la acción humana a la extensión de las posibilidades creadas por la ciencia; si la libertad humana es afirmada, las posibilidades que ofrece la ciencia constituyen una apertura ulterior al actuar humano. Por lo tanto, la afirmación científica de la identidad destruye la libertad y hace esclavo al hombre, es decir, si sobre presupuestos no verdaderos se afirmase que la persona humana no es libre porque la ciencia no puede admitir la existencia de la libertad, las posibilidades creadas por la ciencia son en sí mismas y por sí mismas liberación del hombre.

 

3. En busca de una armonía superior

Quisiera ahora terminar mi reflexión en este tercer y último punto preguntándome si es posible un punto de vista superior que permita armonizar el aparente (al menos) dualismo desde el punto de vista ético y desde el punto de vista científico. La pregunta es simplemente esta: en primer lugar, ¿existe la posibilidad de integrar el punto de vista científico en el punto de vista ético? Ya sabemos que posibilidad tiene un doble significado, por lo tanto, la pregunta se duplica. 

A) La ética en sustancia es la ciencia (en un sentido muy particular) de la libertad humana, para ser más precisos, del ejercicio de la libertad humana. Pero, ¿en qué sentido la ética habla de la libertad? en el sentido de la capacidad de escoger el significado fundamental de la vida y de cualificar radicalmente la propia existencia. En el sentido derivado del primero, pero no menos importante, la capacidad de actuar el significado escogido, y de cualificar el propio existir a través de los actos que constituyen la trama de nuestra historia cotidiana, así entendida, la ética ofrece el marco dentro del cual pueden y deben ser insertadas las posibilidades. Estas pueden ser posibilidades que la libertad de la persona integra en el propio proyecto de vida. A la pregunta, por lo tanto, si existe la posibilidad de integrar el punto de vista científico en el punto de vista ético, podemos contestar afirmativamente solo dentro de una visión antropológica que reconozca la verdadera naturaleza de la libertad humana. 

B) La pregunta de si el hombre tiene la posibilidad de, la capacidad de integrar las posibilidades ofrecidas por la ciencia en el proyecto de la propia libertad (desde el punto de vista ético) se convierte en una pregunta de más profundo interés. Ahora la expresión “punto de vista ético” asume un significado tan profundo que debe ser aclarado. Lo hago con un ejemplo, de todos es conocida la historia de santo Tomás Moro, cuando tuvo que tomar la decisión de aceptar o no aceptar la sentencia sobre su muerte. Él podía considerar el asunto desde diversos puntos de vista. Desde el punto de vista de su ser padre y, por lo tanto, responsable de una familia que le necesitaba. Desde el punto de vista de ciudadano del reino inglés que acababa de salir de una guerra intestina, con gran necesidad de unirse en torno a la corona. Desde el punto de vista simplemente de aquello que es justo o injusto, es decir, el punto de vista ético. Me parece que es fácil comprender en este ejemplo el significado del punto de vista ético. Es el punto que coloca al hombre frente al juicio de la eternidad. El “hombre” no es padre ni el ciudadano, sino que es la persona humana la que es interpelada, provocada, simplemente en su humanidad desnuda. Y el juez no será el que da una u otra sentencia, ni la historia. La ética es el soplo de eternidad dentro del tiempo del hombre. 

A la pregunta, ¿tiene el hombre capacidad de integrar las posibilidades que ofrece la ciencia en el proyecto de su propia libertad? podemos responder afirmativamente solo si el hombre conserva intacta su capacidad de elevarse en la consideración de sí mismo a un punto de vista ético. Si se conserva intacta su capacidad de comprenderse a sí mismo como ciudadano de lo eterno, hospedado en el tiempo, ya que entonces las posibilidades que ofrece la ciencia son el medio a través del cual la libertad se sirve para realizar a la persona en el bien.

 

4. Conclusiones

Permítanme iniciar mis reflexiones conclusivas con dos episodios en los cuales he estado de alguna manera involucrado. El primero tiene que ver con la muerte de una persona, esta “se dejó” morir, rechazó toda curación. No se trataba de intervenciones “extraordinarias”, sino de la rutina clínica normal. Rehusó todas las posibilidades que la ciencia médica le ofrecía para prolongar su vida o, cuando menos, o cuando menos para hacer su muerte menos dolorosa. El segundo episodio parece opuesto al primero, una señora tenía una esterilidad grave, un tipo incurable para el estado actual de la investigación. Después de todos los intentos hechos, se planteó la pregunta de si recurrir o no la fecundación in vitro. Después de una larga reflexión decidió usar esta posibilidad que la técnica ofrece hoy. No se la pudo convencer de ninguna manera de no hacerlo, su existencia sin maternidad no tenía ningún sentido.

Los dos episodios parecen muy lejanos entre sí, en realidad si reflexionamos atentamente sobre ellos, vemos que expresan la misma actitud espiritual: la incapacidad de elevarse al punto de vista ético, la ceguera espiritual de ambas personas desde el punto de vista ético. De hecho, la reducción de la conyugalidad, es más, —más profundamente— de la humanidad en su forma femenina a la maternidad física. ¿Qué otra cosa puede significar más que el debilitamiento de la capacidad de ver la dignidad de la persona humana? La persona humana es mujer, no depende en su preciosa singularidad del hecho de volverse o no madre, es una preciosa singularidad que consiste en su puro y simple ser persona. La misma trágica reducción desde el punto de vista ético, la observamos en la persona a la que se refiere el primer episodio, la cual no se consideró digna de vivir una existencia humana dentro de un cuerpo enfermo, privado de valor por ser persona enferma. Se ciega el ojo interior que sabe ver la íntima belleza de la persona (propia y del otro). Esta situación puede dar origen, ya sea a la decisión de confiar la realización de sí misma a la ciencia, lo mismo que la decisión de rechazar radicalmente toda posibilidad ofrecida por la ciencia. 

Si no me equivoco, nos encontramos estas dos actitudes en el ethos contemporáneo hacia la ciencia. O el recurrir a ella como la única, última, decisiva ancla de salvación o el rechazar como origen del mal: al cientificismo se une el ecologismo de muchos. Siempre tengo la tentación de pensar que ambas tienen sus raíces en una misma visión del hombre: la visión que no ve en el hombre más que un momento de la naturaleza, una visión que es incapaz de ver la esencial diversidad-superioridad de la persona. En esta perspectiva es inevitable ver la ciencia o la enemiga del hombre o el dueño del hombre. Así, si por un lado asistimos al proyecto de intervenciones en el hombre siempre más radicales, por otro, asistimos a un creciente oscurantismo indigno del hombre, signo de ese oscurantismo es el furor de hacer uso de diversas astrologías. 

¿Se puede salir de esta situación simplemente reproponiendo el saber científico en su justa relación con la persona humana?, ¿ni enemiga ni dueña sino en cuanto conocimiento de la verdad y en tanto técnica-instrumento para el hombre? Es posible, pero solo a condición de que el hombre vuelva a verse a sí mismo en su verdad: que salga de la noche de la ignorancia de sí mismo, del verdadero sí mismo. Un gran papa de la antigüedad, san León Magno escribió, “Esta es la fuerza de los grandes espíritus… creer con inquebrantable certeza esa realidad que no puede ser vista con los ojos del cuerpo y dirigir el propio deseo allá donde no es posible dirigir la propia mirada”. Es su vocación a la eternidad lo que hace que el hombre pueda redescubrir, esa eternidad cuyo ingreso nos ha sido abierto por la resurrección de Cristo. Bajo su luz, toda realidad, aun la ciencia, puede ser comprendida, amada en su verdadero valor. Sin su luz, toda realidad, aun la ciencia puede ser adorada o rechazada.